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Vanity Fea

Michel Butor, Parrhesia, Intelectuales

Leía hoy en los Ensayos sobre la Novela de Michel Butor un texto, "Sobre el llamado Manifiesto de los 121", que no tiene que ver con la novela, sino con la responsabilidad de los intelectuales frente al poder de sus Estados, y la necesidad de hablar en momentos cruciales -- se ocupa Butor aquí de algo semejante a lo que Foucault llama la "parrhesia" en su ensayo "Fearless Speech". Me ha venido a la cabeza al leer esto el discurso de Pinter con ocasión del Premio Nobel. No hay mejor comentario posible que este que hace Butor sobre una de las batallas de su época, a principios de los 60. Todas las batallitas iguales, las hay en 1660, en 1960 o en 2006. En mi caso, la única batallita de este estilo en la que me he embarcado, salvando las distancias, fue la de intentar que mi asociación profesional, la Asociación Española de Estudios Anglo-Norteamericanos, se pronunciase frente a la embajada de EE.UU. con motivo de diversas invasiones e intervenciones de este país por el Tercer Mundo. Sin éxito. La última fue este intento de que la Asociación ésta se opusiera a la guerra preventiva cuando el tema de Iraq. Este era el mensaje:

Estimados compañeros,

Es una especie de costumbre que tengo, desde hace años, la de estimular a nuestra Asociación a tomar una postura cada vez que los Estados Unidos emprenden un ataque preventivo contra alguna nación del tercer mundo. No soy ningún radical, más bien conservador como funcionario medio, y por eso creo que la costumbre de no emprender ni apoyar guerras preventivas es una
buena costumbre que merece conservarse. En esta ocasión creo que no desentona mucho mi propuesta, vista la opinión de la mayoría de la sociedad española. Espero por eso que no me tengáis demasiado en cuenta usar para esto una lista de correo cuya finalidad primordial ya sé bien que es otra.

Sugiero, por tanto, que quien desee que la Asociación se manifieste en contra de la guerra preventiva envíe un mensaje ya sea a esta lista ya sea al correo personal del administrador de la lista (...) y que el administrador, que sabrá si el número de correos recibidos son cifras suficientemente representativas, se ponga en contacto con la Presidenta de la asociación para determinar si procede enviar una nota a la embajada de los Estados Unidos y Gran Bretaña, o a la prensa, o a quien proceda, haciendo saber cuál es la postura mayoritaria de los miembros de esta asociación. Si es que los datos permiten determinar que existe una postura.

Mi mensaje ya está enviado: guerra preventiva NO.

Sólo una pequeña parte de los socios se sumaron a la iniciativa, con lo cual la presidencia de la Asociación optó por no pronunciarse al respecto. En última instancia, quedó en agua de borrajas la cosa. Y sin embargo es preciso a veces tener iniciativas de éstas, y declaraciones públicas de los intelectuales, aunque no paren en nada. Le dejo aquí la palabra a Michel Butor.

SOBRE LA LLAMADA "DECLARACIÓN DE LOS 121"

En una de las antologías más utilizadas en la enseñanza secundaria, puede leerse una célebre carta de Bossuet a Luis XIV, en la cual la extremada prudencia de las fórmulas en absoluto enmascara una oposición de una firmeza admirable:

"... y para decir [a Su Majestad] sobre esta base lo que creo que es una obligación suya precisa e indispensable: debe ante nada ponerse a conocer a fondo las miserias de las provincias, y sobre todo lo que tienen que sufrir, sin que Su Majestad saque provecho de ello, tanto por los desórdenes de las gentes de guerra como por los gastos que les produce el pagar vuestros impuestos de guerra, que se llevan a excesos increíbles. Aunque sin duda Su Majestad sepa bien cómo en todas las cosas se cometen injusticias y rapiñas, lo que sostiene a vuerstro pueblo es, Majestad, el que no pueden dar crédito a que Vuestra Majestad sepa todo: y esperan que la misma aplicación que se os ha visto en cosas de vuestro provecho os obligará a interesaros por un asunto tan necesario..."

Bossuet era entonces profesor, profesor pagado por el Estado, ya que era el preceptor del Delfín.
Unas páginas más adelante, se encuentra otra carta no menos famosa de Fénelon al mismo monarca, en un tono bastante más vivo:

... El pueblo mismo (hay que decirlo todo) que os ha amado tanto, que ha confiado tanto en vos, empieza a perder la amistad, la confianza e incluso el respeto..... La sedición prende poco a poco en todas partes. Creen que no sentís piedad alguna por sus males, que no amáis más que vuestra autoridad y vuestra gloria... Las revueltas populares que no se conocían desde hace tiempo se vuelven frecuentes.... Los magistrados se ven obligados a tolerar la insolencia de los motines, y a hacer pasar bajo mano algún dinero para apaciguarlos; así se paga a aquéllos a quienes habría que castigar. Os veis reducido al extremo vergonzoso y deplorable de, o bien dejar la sedición sin castigo, haciendo que crezca debido a esa impunidad, o de hacer masacrar inhumanamente a los pueblos a quienes vos arrastráis a la desesperación, al arrancarles, con vuestros impuestos para esta guerra, el pan que intentan ganar con el sudor de su rostro.
Pero mientras a ellos les falta pan, a vos mismo os falta dinero, y no queréis ver los extremos a los que os habéis reducido. Como habéis sido siempre feliz, no podéis imaginaros que dejéis de serlo un día. Teméis abrir los ojos; teméis que os los abran...

Fénelon era entonces profesor, profesor pagado por el Estado, ya que era el preceptor del segundo hijo de Luis XIV. Y está fuera de duda, nos dicen los historiadores, que una carta como esta no fue remitida directamente al rey, que probablemente ni siquiera la habría leído entonces, sino que se la hizo circular por su entorno, para poder obtener al mayor efecto posible. Fénelon medía ciertamente los riesgos que corría al tomar la palabra de este modo con tal vigor; su caída en desgracia no debió extrañarle.

Yo leí estos textos siendo alumno; más tarde, de profesor, he tenido ocasión de hacérselos leer y comentar a los alumnos, procurando mostrarles que en ciertos momentos no era posible continuar con el trabajo de profesor o de escritor sin que ciertos malentendidos fueran disipados o denunciados; que ante ciertas injusticias, de las cuales se te pide ser cómplice mediante tu docilidad, el silencio no era sólo cobarde sino también suicida. La historia reciente, por desdicha, abunda en demostraciones de esto, y es de notar que entre los que se han puesto un velo ante el rostro ante la llamada "declaración de los 121", o ante los apoyos que le llegaban del otro lado de las fronteras, podemos reconocer, me atrevo a decir, a profesonales de la obediencia a los tiranos, de la servidumbre silenciosa ante los amos del momento; que entre los que han declarado, por ejemplo, que no convenía a los escritores meterse con lo que pasaba "en otro país", se encuentran quienes no hace tantos años juzgaban bueno ocuparse de eso muy de cerca, en circunstancias que no olvidamos.

Hay momentos en los que el que goza del inmenso privilegio de poder trabajar con bastante tranquilidad, en una habitación, o en un laboratorio, dedicado al aumento del saber humano, la mejora de nuestra estancia y de nuestra vida, es un traidor a todo lo que hace, a sí mismo, a todos los que lo siguen y lo entienden de verdad, sea matemático, compositor, arquitecto -- si no echa en la balanza la poca autoridad moral o espiritual con la que se halle entonces investido.

"Hay que decirlo todo"-- Si hay una tradición francesa es desde luego ésta, y por eso ni siquiera he tenido que elegir mis contestadores entre ese admirable linaje de protesta que tenemos --Voltaire, Hugo o Zola, sino que he cogido a estos dos prelados, a estos dos apoyos del altar y del trono, a estas dos ilustraciones de primera del momento más ilustre de Versalles, porque hasta esos mismos nos impulsaban en nuestro gesto; porque hasta de ésos estaban renegando nuestros enemigos.

Ciertamente, puede suceder que haya declaraciones de intelectuales que sean vanas, que estén mal hechas, que fallen el blanco, que denuncien un mal imaginario, que caigan al agua; producen entonces sonrisa; pero en el caso que nos ocupa, la mejor prueba de que la amenaza era real, de que se había dado bien en el punto sensible, que la libertad de expresión estaba en peligro, es la prohibición que cayó sobre ese texto cuando se hizo público, que impidió que se reprodujera; son las sanciones que se tomaron.

Por eso conviene leerlo directamente, desprendiéndolo así cuidadosamente de todas las deformaciones sistemáticas de las cuales ha sido objeto por el hecho mismo de que no se lo podía citar -- tomarlo en consideración en lo que es su letra.

Reconozco que en la mayoría de los casos más vale seguir tenazmente con el trabajo en curso, y dejar a especialistas escogidos los problemas políticos del momento, pero quién, viendo lo que ha pasado desde entonces, lo que todavía está pasando, ¿quién se atrevería a decir que esa vez no era hora y pasahora de intervenir? Ay, ¿qué podrán reprocharse hoy los autores y los firmantes (todo es uno) si no fuese el haber tardado demasiado?

(Traducido de Michel Butor, Essais sur le Roman; Paris: Gallimard, 1992).

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