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Polar Express

Polar Express

Es ésta una película de animación espectacular, e ideal para ver en familia (que es lo que hicimos con los críos). Va sobre la crisis de fe, la primera (preparatoria) cuando los niños descubren que no existe Papá Noel, la segunda cuando descubren que no existe el otro señor de barba blanca. Al que nunca se menciona aquí, claro. Un niño escéptico que ya empieza a dudar de la existencia de Papá Noel, viaja hasta el polo en el Polar Express, quizá en sueños, para ver su fe y su ilusión en la vida reforzada con un encuento (soñado, real) con Papá Noel.  Como sucede con la flor de Coleridge, descubre al despertar el regalo que le había dado Papá Noel en el sueño, un cascabel de su trineo. Un cascabel que sólo suena para aquellos que creen en Papá Noel.

Es excelente y virtuosista la animación, ya dándonos la versión en animación digital de los actores reales, ya en complicados juegos de perspectivas, de reflejos, o de sucedáneos de videojuegos y parques de atracciones; logran hacer de cada escena un auténtico espectáculo. Los niños la están viendo otra vez, y se meten dentro completamente (al final, cuando aparece Papá Noel entre una muchedumbre de elfos que impiden que el protagonista pueda verlo bien, Oscar también movía la cabeza de lado a lado ante la pantalla, a la vez que el niño, intentando lograr mejor visibilidad).

La película presenta la Navidad, y por extensión la religión, como una ficción necesaria, una manera de relacionarse con el sentido de la vida y de participar en la vida de la comunidad, cuyo sentido no hay que buscarlo literalmente (aquí contradice hábilmente su propio mensaje), sino a un nivel simbólico y emocional. A la vez, es todo un ejercicio descarado de nostalgia, que busca asentar las certidumbres (políticas, religiosas, emocionales) del adulto en las del niño que fue, y en las de una sociedad hipotéticamente más sana, sólida e integrada (representada por la máquina de vapor o por el Lightning del niño)—todo ello a la vez que se muestra el ejercicio de malabarismo mental que esto supone, un poco como levantarse a uno mismo del suelo tirando de los cordones de los zapatos.

La frase de la película, del revisor Tom Hanks: "Los trenes son maravillosos. Es importante saber a dónde van, pero lo más importante es decidirse a subir a ellos".

El espíritu de la navidad es el de la solidaridad entre generaciones, y el de la conservación de la tradición que liga a la sociedad en rituales comunes de participación y de recuerdo, rituales que tienen una relación especial con la verdad, y con las certidumbres morales. Tienen un lugar especial porque se basan en un nexo entre la propia infancia y la de las generaciones siguientes. En este sentido, es ésta una excelente película sobre la navidad, esa ficción de solidaridad universal tan conveniente. Una película también sobre cómo en materia de religión las cosas ni son, ni dejan de ser, en un sentido simplista; podemos a la vez creer y descreer de Papá Noel, o de Dios, y sin embargo su potencia como símbolo cultural se perpetúa, y la suspensión de la incredulidad o doublethink que fomenta la sociedad ante estos mitos adquiere formas complejas—como por ejemplo esta película, que reflexiona sobre cómo América necesita a Dios—sin atreverse a mencionar siquiera este tema de modo explícito hasta su última palabra, y aun allí por exclusión: el cascabel que le regaló Papá Noel sigue sonando para el protagonista ya mayor, como lo hace "para aquellos que realmente creen".

Polar Express. Dir. Robert Zemeckis. Cast: Tom Hanks, Leslie Harter, Eddie Deezen, Nona M. Gaye, Peter Scolari, Brendan King. USA: Warner Bros., 2004.



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