Profeta de mal agüero
Una profecía (cumplida, para mayor desgracia) de La traición de los clérigos, de Julien Benda, un libro que ataca el funesto crecimiento de los entusiasmos, ideologías y prédicas nacionalistas y antidemocráticas en su época (1927):
Si nos preguntamos, en efecto, adónde se dirige una humanidad en la que cada grupo se abisma con más saña que nunca en la consciencia de su interés en cuanto particular y escucha por parte de sus moralistas que es sublime en la medida en que no conoce más ley que este interés, incluso un niño hallaría la respuesta: se dirige hacia la guerra más total y más perfecta que el mundo habrá conocido, ya sea una guerra entre naciones, ya sea entre clases.
Tuvo Benda la lucidez y el triste acierto de pronosticar la Segunda Guerra Mundial.
Y no es que fuese un pacifista, lejos de ello: el pacifismo es para él otra forma de la traición de los clérigos, una renuncia al deber intelectual y moral de defender la justicia. Así, critica al pacifista Romain Rolland, que "al tener que juzgar entre dos pueblos en lucha, de los cuales uno se había lanzado sobre el otro frente a todos sus compromisos y el otro se defendía, no supo más que salmodiar "Odio la guerra", y condenar a ambos sin zanjar la cuestión. No sabríamos exagerar las consecuencias de un gesto que habrá mostrado a los hombres que la mística de la paz, al igual que la de la guerra, puede extinguir totalmente en quienes están aquejados de ella el sentimiento de lo justo".
Critica Benda a los "clérigos" o intelectuales que se vuelven voceros o instrumentos políticos olvidando su vocación dedicada a asuntos no prácticos. Por ello mismo está en contra del ideal platónico del "gobierno de los sabios" y aboga en su lugar por una separación de funciones. Los "clérigos" a sus prédicas que no son de este mundo; esa es su función social (en esto recuerda a Arnold)—los políticos, a lo suyo. Ve en el crecimiento desmesurado de las pasiones políticas y nacionalistas, y en la traición de los intelectuales que se someten a esas bajas pasiones, una triste señal de la modernidad y un anuncio de cosas peores:
el final lógico de este realismo integral profesado por la humanidad actual es la matanza organizada de las naciones o de las clases.
Los valores propiamente intelectuales ("clericales") son estáticos, desinteresados y racionales. Es propio del clérigo predicar el ideal fuera de toda consideración práctica.
Muchos son sus enemigos: en el prefacio de 1946 a La traición ataca el pensamiento "débil" que diríamos ahora: el pensamiento procesual, que cuestiona el principio de identidad (desconstrucciones avant la lettre, pongamos), el "pensamiento dinámico" bergsoniano, los conceptos "fluidos", la verdad científica concebida como cambio ininterrumpido... todo son para él maneras de minar la razón, pues de suyo el pensamiento "tiene una vez más por esencia proceder por articulaciones tangibles y asignables" (81).
El papel de los clérigos es precisamente proclamar esa idealidad y ponerse a aquellos que sólo quieren ver las necesidades materiales del hombre y la evolución de su satisfacción. (90).
Políticamente, Benda es un demócrata liberal combativo, un antitotalitario furibundo y desilusionado, que sabe que no es realista creer en la democracia:
El único sistema político que puede adoptar el clérigo si se mantiene fiel a sí mismo es la democracia, puesto que con sus valores soberanos de libertad individual, de justicia y de verdad, no es práctica. (95).
Y a la democracia se opone el crecimiento de las pasiones políticas, sea el nacionalismo o el sectarismo totalitario, que invaden todos los aspectos de la vida y someten a la personalidad:
Añadamos que el individuo confiere una personalidad mística al conjunto del cual se siente miembro, le profesa una adoración religiosa que, en el fondo, no es más que la deificación de su propia pasión, e incrementa en no poco su potencia.
No habla Benda de la conjunción de fútbol y política, o de los sectarismos religiosos, pero seguro que también tendría algo que decir al respecto.
Tampoco es optimista con el desarrollo de una "religión de la humanidad" (a la Comte) que racionalize la sociedad y supere sus fragmentaciones. Se puede llegar a esto por racionalismo, por organización, pero la racionalización organizada es una carga para el espíritu libre, es una fábrica de voluntades prefabricadas—es el terreno de lo práctico, no de lo ideal. Esta humanidad racionalizada, universalizada y espiritualmente mediocre (que cree llegará) es su versión del Mundo Feliz de Huxley o de la humanidad Macdonaldizada:
Llegaremos así a una "fraternidad universal", pero que, lejos de suponer la abolición del espíritu de nación con sus apetitos y sus orgullos, será por el contrario su forma suprema, ya que la nación pasará a ser el Hombre y el enemigo pasará a ser Dios. Y entonces, unificada en un inmenso ejército, en una inmensa fábrica, no conociendo más que heroísmos, disciplinas, invenciones, despreciando toda actividad libre y desinteresada, de vuelta de haber situado elbien más allá del mundo real y no teniendo más dios que ella misma y sus deseos, la humanidad alcanzará grandes cosas, quiero decir, una dominación verdaderamente grandiosa sobre la materia que la rodea, cuna consciencia verdaderamante feliz de su poderío y su grandeza. Y la historia sonreirá al pensar que Sócrates y Jesucristo murieron por esta especie.
Decididamente difícil de contentar, este Benda... (Claro que la sonrisa de la Historia es una pura proyección de los deseos del autor. Nadie sonreirá, y eso es lo más siniestro). Jesucristo, desde luego, no hubiera contado a Benda entre los tibios a los que despreciaba. He aquí otro pronunciamiento que muestra que era hombre de su época (éste de Un régulier dans le siècle, 1937):
En cuanto a mí, considero que, por su moral, la colectividad alemana moderna es una de las pestes del mundo y si sólo tuviese que apretar un botón para exterminarla totalmente, lo haría de inmediato, llorando sólo por los pocos justos que caerían en la operación.
¿Excesos verbales nada más? Al final ya no sabe si quedarse uno con Hitler o con el exterminador de hitlerianos... Me quedo antes con Hitler cuando aspira a pintor que con Benda cuando fantasea con el genocidio.
Más me gusta, dentro de su cinismo idealista, si cabe la expresión, esta otra profesión de fe en los grandes humanistas y filósofos:
Gracias a ellos podemos decir que, durante dos mil años, la humanidad hacía el mal, pero honraba el bien. Esta contradicción era la honra de la especie humana y constitutía la fisura por la que podía filtrarse la civilización. (150)
Que siempre ha sido escasa y precaria, nos recuerda Benda, y nunca ha estado, ni estará seguramente, a salvo de la recaída en la barbarie. La civilización, dice Benda,
es un feliz accidente en el desarrollo del hombre (...). Ni que decir tiene que si la humanidad llega a perder este ornamento hay pocas posibilidades de que lo vuelva a encontrar; por el contrario, hay muchas de que no lo vuelva a encontrar, al igual que si un hombre hubiese encontrado un día una piedra preciosa en el fondo del mar, y luego la hubiese dejado caer de nuevo, habría muy pocas posibilidades de que la volviese a encontrar jamás.
(La ilustración: unas flores pintadas por Adolf Hitler en sus momentos más contemplativos y menos orientados a la vida práctica y organizativa).
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