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Historias raras (Desencarrilamientos mentales)

La "narratología evolucionista", que es una de mis aficiones intelectuales, es algo que no está todavía terminado de inventar, aunque hay gente como Joseph Carroll que están en ello. Es el autor de Evolution and Literary Theory y de Literary Darwinism, y pueden leerse algunos de sus artículos recientes en su web.  Por ejemplo este artículo sobre "Estudios literarios y psicología evolucionista". Carroll es también uno de los coeditores de la recién fundada Evolutionary Review. A ésta revista le acabo de enviar una versión desarrollada de mi artículo sobre el anclaje narrativo en Hacia los confines del mundoésta es una novela impresionante de Harry Thompson, centrada en torno al capitán del Beagle y al impacto del darwinismo en la mentalidad del siglo XIX.

A quien guste la "narratología evolucionista" le tiene que gustar estudiar la teoría de la evolución, y a quien le gusten estas dos cosas le tienen que encantar forzosamente los magníficos ensayos de Stephen Jay Gould, el pensador evolucionista más atento a las cuestiones de la narratividad de la teoría evolucionista, y a las paradojas que aporta nuestra visión retrospectiva sobre el estudio del pasado. Evolucionismo y teoría de la retrospección—una combinación irresistible para mí. Por cierto, he remozado y actualizado mi colección de artículos sobre retrospección narrativa y teoría crítica, titulada Objects in the Rearview Mirror May Appear More Solid Than They Are: Retrospective-Retroactive Narrative Dynamics in Criticism. Allí especulo más sobre cuestiones como las falacias retrospectivas, el hindsight bias, los efectos de la relectura.... Cuestiones que últimamente se han puesto más de moda gracias a un libro magistral sobre el tema, El Cisne Negro, de Nassim Nicholas Taleb.

Gould se interesa no sólo por la ciencia, sino por la historia de la ciencia—y en su impresionante The Structure of Evolutionary Theory integra ambas visiones, la teórica y la histórico-teórica, en uno de los libros más monumentales de la historia de la ciencia—libro que merecería además figurar como un monumento póstumo a la máquina de escribir, artefacto del que salió.  Para Gould, la evolución no es sólo algo que "ha sucedido"—sino que es algo que "se representa", una historia en el doble sentido del término ("Historia 1": serie de acontecimientos y fenómenos del pasado; "Historia 2": Representación de esa serie en un discurso articulado u otro artefacto semiótico). Nuestras convenciones disciplinarias, nuestras estrategias comunicativas, nuestras tradiciones culturales, nuestras predisposiciones cognitivas, son elementos que nos llevan a escribir un tipo u otro de "Historia 2 de la Evolución" sean cuales sean nuestros conocimientos sobre la "Historia 1 de la Evolución". Más aún: la Historia-1 no está presente más que en sus huellas (pues el pasado no existe sino en el presente). Y siendo las diversas "Historia 2" un instrumento cognitivo (el instrumento cognitivo) que permite la re-presentación de lo que no está presente, quizá deberíamos hablar de "Historias 1.2" para referirnos no a "la" serie virtual de lo acontecido, la Historia 1 (que podemos concebir como una sola y quizá en última instancia incognoscible), sino a esa serie tal y como es representada en las "Historias 2".  Así, la "Historia evolucionaria 2" de Lamarck nos remite a su propia "Historia evolucionaria 1.2"—a unos acontecimientos y unos mecanismos explicativos para interpretar su conexión que es muy diferente de la "Historia evolucionaria 1.2" de Darwin, o de la "Historia evolucionaria 1.2" del propio Gould—por no hablar de fantasías y mitologías sobre el pasado como las que nos cuenta el creacionismo en sus diversas salsas.

esquilo

Voy derivando—en realidad sólo quería dejar nota de uno de los ensayos más narratológicos de Gould en uno de sus últimos libros,  I Have Landed. En el capítulo 3 escribe sobre "Jim Bowie’s Letter and Bill Buckner’s Legs"—analizando dos historias del acervo legendario norteamericano, para mostrar cómo nuestra mente tiende a encasillar y a encarrilar los acontecimientos y desarrollos argumentales de manera que se ajusten a expectativas y modelos familiares. Lo atípico y complejo se "domestica", se hace familiar y se le da una forma digamos culturalmente agradable o aceptable, o que se ajusta mejor a nuestras ideas recibidas y preconcepciones.

Gould es un narratólogo evolucionista, y como tal explica nuestras preferencias y tendencias narrativas apelando a un origen adaptativo de las mismas:

The vertebrate brain seems to operate as a device tuned to the recognition of patterns. When evolution grafted consciousness in human form upon this organ in a single species, the old inherent search for patterns developed into a propensity for organizing these patterns as stories, and then for explaining the surrounding world in therms of the narratives expressed in such tales. (55)


Hace poco me refería a un artículo sobre el origen de la creencia en espíritus publicado en Scientific American, que apela a principios psicoevolutivos muy parecidos:  Por qué la gente cree que hay agentes invisibles que controlan el mundo. Michael Shermer explica cómo la creencia en agentes invisibles (dioses, espíritus, demonios, fantasmas, etc.) es resultado colateral de dos tendencias cognitivas que presentaban ventajas a la hora de detectar presas o depredadores. La primera es la detección de patrones y regularidades en medio del ruido informativo; la segunda es la atribución de intencionalidad o agentividad como explicación de esos patrones. Somos lectores de mentes, a veces hiperlectores, y por eso proyectamos mentalidad e intención a donde no la hay, por ejemplo a la evolución del Universo. Según Shermer, somos supernaturalistas de nacimiento, o por tendencia arraigada. También en este post, "La fe como exaptación", aludía yo a la posibilidad de utilizar el concepto de exaptación desarrollado por Gould para explicar fenómenos como la creencia en seres sobrenaturales y en un orden intencional en la naturaleza.

Estas especulaciones evolucionistas combinan bien con el actual interés en explicaciones cognitivistas del funcionamiento de la narración. De hecho, gran parte de la antigua narratología estructuralista ha vuelto con un lenguaje actualizado bajo la forma de narratología cognitivista. En clase de comentario de texto utilizo un esquema (derivado de Dirk Delabastita 2004) para representar cómo los procesos cognitivos de nuestra mente organizan la interacción entre el texto que leemos y el mundo que nos rodea. Es básicamente como sigue (esquematizando el esquema):

 

 


Lo que obtenemos del texto:
EL MUNDO NARRADO (TEXTUAL)
(ambientes, acontecimientos, personajes, tiempo, espacio...)

------->
<-------
MECANISMOS COGNITIVOS:
nuestra manera de organizar el conocimiento y la comprensión—que son:

Lo que aportamos al texto:
COSAS QUE SABEMOS DEL MUNDO EXTRATEXTUAL
- Datos y creencias
- Procedimientos, situaciones familiares
- Valores y emociones adheridas a las cosas
interactúa con:  - Nuestro conocimiento del lenguaje: vocabulario, gramática...
- Nuestra tendencia mental a establecer relaciones causales
(por ejemplo, post hoc ergo propter hoc, la falacia narrativa o hindsight bias).
- Nuestra tendencia a organizar la realidad mediante oposiciones binarias:
arriba / abajo
Bueno / malo
- Nuestra tendencia a establecer analogías (p. ej. "arriba : bueno:: abajo: malo"
interactúa con:
EL TEXTO:
tiempo del relato, modos de caracterización, perspectivización, voz narrativa...
------->
<-------
REPRESENTACIONES Y DISCURSOS SOBRE EL MUNDO:
- Discursos literarios o no literarios
- Otros textos, imágenes...
- Géneros, convenciones de representación
- Discursos ideológicos, políticos, doctrinas morales...
- Metodologías de análisis crítico

 


La interacción entre texto y mundo mediada por esos "mecanismos cognitivos" (gramática, secuencialidad causal, metáfora, etc.) nos embarca en un proceso en el que por vías múltiples referimos el texto que leemos al mundo que representa y que hemos ido construyendo, el pequeño mundo creado en el texto—y ese lo referimos al mundo en general, al amplio mundo, tal como es representado y mediatizado por diversos discursos y modalidades de representación.  Cierto es que a veces es difícil separar el mundo narrado del texto en sí, o distinguir entre el mundo y las representaciones del mundo—tal es la circulación cognitiva entre unos y otros elementos del proceso de lectura.

Si este esquema se refiere a la lectura de textos narrativos, hay que recordar aquella frase de Derrida al efecto de que "no hay ’fuera del texto’" pues toda la realidad está mediatizada semióticamente en mayor o menor medida. Así pues, los procesos metafóricos o las falacias narrativizadoras no son sólo asunto de análisis literario: se dan igualmente en nuestra comprensión del mundo en que habitamos, y que a veces creemos un tanto ingenuamente que se nos ofrece en forma directa y no mediatizada por ninguna convención de representación.

Para Gould, interpretamos el mundo en términos de historias favoritas, y tenemos un repertorio limitado de procedimientos para construirlo. Así, por ejemplo, tendemos a la direccionalidad antes que a la desorganización sin rumbo fijo, y preferimos interpretar las secuencias en términos de motivación—atribuirles finalidad e intencionalidad, en lugar de suponer que puede no haber ningún sujeto tras ellas. Es decir, tendemos activamente a conectar los acontecimientos y a construir historias y argumentos con ellos. Esta es una tendencia que puede resultar cognitivamente ventajosa, aunque también puede que se vaya fuera de madre con cierta frecuencia, dando lugar a las falacias narrativas como el exceso de argumento, las secuencias causales imaginarias, el hindsight bias.  Algo parecido sucede con otros tipos de esquemas intepretativos que proyectamos o superponemos a los datos de la observación. Tendemos a ver orden donde hay asomo de orden—aunque éste sea casual. Parece ser cognitivamente rentable, en términos sociobiológicos. La observación del orden permite interpretar y relacionar, conocer el mundo y predecir (hasta cierto punto) lo que todavía no ha sucedido, sobre la base de analogías con lo que sucedió otras veces. Ahora bien, la búsqueda de patrones y esquemas repetidos puede llevar a ilusiones mentales: nos hace ver forma—es más, forma intencional— donde a veces no hay sino forma casual, o caos. La apofenia o la manía referencial descrita por Nabokov son modalidades de esta modalidad paranoica de la percepción.

Gould explica cómo conspiran entre sí nuestras predisposiciones mentales mentales a la proyección y al encarrilamiento, para dar lugar a propensiones mentales tendenciosas:

tales about nonconscious creatures or inanimate objects must also provide a surrogate for valor (or dishonorable intent for dystopian tales)—as in the virtue of evolutionary principles that dictate the increasing general complexity of life, or the lamentable inexorability of thermodynamics in guaranteeing the eventual burnout of the sun. In summary, and at the risk of oversimplification, we like to explain pattern in terms of directionality, and causation in terms of value. The two central and essential components of any narrative—pattern and cause—therefore fall under the biasing rubric of our mental preferences. (56)


Observa Gould una tendencia a reducir las historias complejas de la realidad a un puñado de historias canónicas, y preferentemente distorsionadas por esta tendencia a la direccionalidad, al exceso de intencionalidad, a la motivación. Siendo que tenemos estas tendencias narrativizadoras, Gould ve preocupante que las ciencias "históricas", las que utilizan representaciones narrativas, puedan verse distorsionadas por estas predisoposiciones.

The explanation of temporal sequences defines the primary task of a large subset among our scientific disciplines—the so-called ’historical sciences’ of geology, anthropology, evolutionary biology, cosmology, and many others. Thus, if the lure of ’canonical stories’ blights our general understanding of historical sequences, much of what we call ’science’ labors under a mighty impediment. (56)

En su teoría evolucionista, Gould ha criticado mucho a las interpretaciones antropocéntricas, explícitas o soterradas, que han llevado a los biólogos evolucionistas a interpretar el proceso como algo "guiado" en lugar de azaroso; o como un "progreso ascendente" hacia la vida, hacia la consciencia y la inteligencia... (un poquito como esas interpretaciones hegelianas de la historia, que la hacen culminar en el idealismo alemán...). Gould insiste alegremente en que todo es azar, y que si evidentemente lo complejo ha de proceder de lo simple por prioridad inevitable, en realidad lo complejo (la vida, la consciencia) viene a ser una probabilidad estadística, algo así como la marcha errática de un borracho que anda entre una pared y una zanja: normalmente va chocando con la pared, y desviándose más o menos de ella, pero cuando caiga a la zanja caerá de verdad y definitivamente. Bueno, es una imagen...  

Podemos encontrar comprensible que (en tanto que seres complejos) interpretemos el ascenso a nosotros mismos como un proceso direccional—¡e incluso que lo evaluemos con tintes positivos, si no estamos muy deprimidos ese día!  Gould es gran amigo de señalarnos a los escarabajos y a los microbios: son ellos los pobres de espíritu que heredarán la Tierra, pues son con mucho estadísticamente preferidos por el imaginario Dios.  Y bien, concedámosle a Gould el punto cuantitativo, pero en absoluto el cualitativo. Las teorías de la evolución elaboradas por los escarabajos son infinitamente menos interesantes que las elaboradas por Gould, aunque en algún punto concreto estas últimas den algún tumbo o traspiés. Vamos, que las preferencias cognitivas por la direccionalidad o por la complejidad intencional serán ocasionalmente tendenciosas o engañosas, pero nos vienen de lejos, por ser lo que somos—y en lo fundamental son beneficiosas. Por otra parte, si algo hay de cierto en las teorías de Lamarck de que los seres contribuyen a hacerse su propio destino—que el pájaro vuela porque quería volar—pues entonces más nos vale tomar como modelo a los inexistentes ángeles que a los existentes microbios. Con lo cual no quiero decir que la angelología sea para nosotros más ventajosa que la microbiología.

Así, en el cielo donde las estrellas se distribuyen al azar, vemos constelaciones—figuras imaginarias, que facilitaron en su momento el estudio astronómico, y que para las pseudociencias tienen entidad real. Pero el científico que ve constelaciones aprovecha para explicar (como aclara Gould) que sería precisamente la ausencia de agrupaciones ilusorias de estrellas—es decir, una distribución regular—lo que sería indicación de una intencionalidad o determinismo previo en el cielo. Es decir, más allá de meramente seguir nuestras tendencias cognitivas, y ver formas imaginarias, podemos reflexionar sobre cómo afectan a la percepción, y sobre su origen probable en nuestra historia evolutiva, y sobre la utilidad cultural que pueden tener esos objetos virtuales— y en ello estamos.

Podemos sin embargo estar de acuerdo con Gould en que los esquemas previos preconcebidos, y la tendencia a proyectar narraciones y coherencias, aun siendo un instrumento cognitivo necesario, pueden limitar nuestra capacidad de comprensión e imaginación, encasillando y encarrilando nuestras percepciones, llevándolas hacia caminos trillados, y haciéndonos ignorar aspectos potencialmente observables y explicables sólo porque no se ajustan a lo ya sabido:

the organizing power of canonical stories leads us to ignore important facts readily within our potential sight, and to twist or misread the information that we do manage to record. In other words, and to summarize my principal theme in a phrase, canonical stories predictably "drive" facts into definite and distorted pathways that validate the outlines and necessary components of these archetypal tales. We therefore fail to note important items in plain sight, while we misread other facts by forcing them into preset mental channels, even when we retain a buried memory of actual events. (57)


En suma, para Gould la tentación que suponen los esquemas narrativos canónicos, en los que encasillamos el mundo, es un gran obstáculo al conocimiento auténtico y crítico en todas las ciencias históricas, en todas las disciplinas en las que tenemos que representar el pasado y articularlo narrativamente.

Los ejemplos que analiza en este artículo (ejemplos caprichosos, muy al gusto de Gould) son dos episodios legendarios americanos:

1) la defensa hasta la muerte de El Álamo y la muerte heroica de Jim Bowie, el comandante tejano enfermo e impedido para guiar la defensa. Ese es el mito conocido: pero nos lleva a ignorar un aspecto del episodio "escondido a plena luz" en el museo de El Alamo, bajo la forma de una carta en la que Jim Bowie se dirigió al general mexicano Santa Anna, que dirigía el ataque, ofreciendo una salida negociada. Sólo que Bowie enfermó y no pudo negociar, y la defensa la dirigió (hasta la muerte) un oficial más bisoño.

2) Cómo un famoso golpe de mala suerte, una pelota de béisbol colándose entre las piernas de Bill Buckner, impidió que los Red Sox ganasen la World Series de 1986. Cierto, dice Gould: sólo que... eso no fue determinante, sólo un elemento más que impidió la clasificación del equipo. Pero la historia es más satisfactoria si obviamos el hecho y presuponemos que hubieran ganado la final si no por esa pelota que se coló—y así se recuerda el asunto.

El mundo es complejo y al parecer nos requiere urgentemente para que lo simplifiquemos imponiéndole alguna historia canónica. Esto es un obstáculo cognitivo cuando es importante conocer la complejidad como tal:

our preferences for tales about directionality (to explain patterns), generated by motivations of valor (to explain the causal basis of these patterns) have distorted our understandings of a complex reality where different kinds of patterns and different sources of order often predominate. (68)


Datos importantes, o hechos significativos, se vuelven invisibles si no se se adaptan a la historia canónica; los acontecimientos los distorsionamos para que encajen mejor y den argumentos más satisfactorios. Para Gould, estos errores se producen tanto en el estudio científico como en la historia. Así, en teoría evolutiva, al estudiar la diversidad de la vida tendemos a representar sesgadamente la diversidad de la vida y a privilegiar el desarrollo de la complejidad—cuando lo predominante, tanto antes como ahora, es lo no complejo. Lo hacemos por motivos antropocéntricos, aunque Gould admite de mala gana que la capacidad de reflexionar sobre estas cuestiones es una invención notable y propia de nuestra especie—¿quizá se nos pueda tolerar un poco de distorsión perspectivística en este sentido?

En lo que sí podemos estar de acuerdo con Gould es en investigar nuestras tendencias cognitivas, así como su origen evolutivo. Incluida, añadiría yo, una tendencia cognitiva reflexiva y no menos interesante que las otras: la tendencia cognitiva a corregir errores cognitivos. Gould no propone, finalmente, que desconfiemos de la narración como tal, pues es un instrumento cognitivo imprescindible para nosotros: sólo pide una narratología más compleja, menos centrada en nuestras tendencias más arraigadas a ponernos en el centro de todo, y más atenta a la diversidad:

If we must explain the surrounding world by telling stories—and I suspect that our brains do stick us in this particular rut—let us at least expand the range of our tales beyond the canonical to the quirky, for then we might might learn to appreciate more of the richness out there beyond our pale and usual ken, while still honoring our need to understand in human terms. (70)


Yo de mayor quiero contar historias tan raras como las de Gould.

 

Sobre la ’tiranía’ de la narración



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