Blogia
Vanity Fea

Memento Auden Spender

18/5/12


Voy leyendo Las armas y las letras de Andrés Trapiello, en su edición revisada de 2010. Muy sabrosas trastiendas de las contiendas aparecen, con los escritores normalmente jugando un papel menos que airoso. (Qué mal hemos quedado los del 98, diría Baroja... pero no fueron los únicos). Aquí está el repaso que les da a algunos míticos ingleses simpatizantes de la Spanish War. Koestler y Orwell, Brenan o Graves, son memorables, honestos en su posicionamiento político y en su literatura. Pero algo más fraudulentos y falsarios resultan Spender y Auden:

Entre los ingleses el tiempo se encargó de hacer célebres a dos prosistas y dos poetas por su relación directa con la guerra.Los prosistas fueron Arthur Koestler y George Orwell; Stephen Spender y W. H. Auden fueron los poetas.
 
Spender, que se había afiliado por aquellos días al Partido Comunista, hizo por Gibraltar, Tánger y Orán una investigación sobre el Komsomol, un barco ruso que se suponía desaparecido y desviado hacia puerto nacionalista por un submarino italiano a la postre, y que acabó hundido por la armada rebelde y originando infinidad de campañas y cuestaciones republicanas. Esas fueron casi todas las actividades militares de Spender.

"En pocas semanas—nos dice le autor de los Poems for Spain—, España se había convertido en el símbolo de la esperanza para todos los antifascistas. Ofrecía al siglo XX un 1848: es decir, un tiempo y un lugar en los cuales una causa que representa un grado de libertad y de justicia más alto que el de su reaccionario oponente lograba alcanzar victorias. Se hizo posible contemplar la lucha entre fascismo y antifascismo como un verdadero conflicto de ideas y no solo como el experimento de unos dictadores para arrebatar el poder a unos débiles antagonistas. España elevó, desde la condición de patética catástrofe hasta las alturas de la tragedia, el destino de los antifascistas. Dado que la zona de los combates en España era limitada y relativamente restringidos los métodos de guerra, las voces del individuo no quedaban apagadas, como quedaron en 1939, por la gran maquinaria militar y la propaganda. Tanto dentro como fuera de España, la Guerra Civil fue en cierto modo un importante debate y en él las tres grandes ideas políticas de nuestro tiempo (fascismo, comunismo y socialismo liberal) eran escuchadas y discutidas".

Luego Spender, en 1951, escribió, cuando ya era un público y notorio anticomunista, unas memorias de la guerra que tituló World Within World en las que viene a confesar, en un tono menos solemne y programático, que la mayor parte del tiempo que estuvo en España lo dedicó a la liberación de un amante homosexual, encarcelado por desertor. "Mariquitas elegantes", los llamó Orwell. ¿Escepticismo, cinismo, esnobismo, alejamiento de las viejas causas? Incluso aborda con humor en ese libro el excesivo protagonismo de algunos compañeros de letras, dispuestos a salir fotografiados en los periódicos a cualquier precio. Y lo hace con retranca porque es la única manera esta de abordar la vanidad que padecen los escritores, tanto cuando la conjugamos en primera persona como cuando se hace en el resto de las personas del verbo. Ellos, frente a tantos voluntarios proletarios, artesanos, empleados que vinieron a jugarse la vida por un ideal, fueron los señoritos de la izquierda, precursores de "la gauche caviar", ruso naturalmente.

La evolución de Spender fue en cierto modo la que experimentó W. H. Auden, que vino a España a conducir una ambulancia que nunca condujo. Tampoco quiso hablar nunca de su experiencia en la guerra, "para no hacer el juego a Franco".

Auden, que había estado en el 5.º Regimiento, publicó su célebre Spain en 1937. Era un poema "considerado—nos dirá el crítico Murray A. Sperber—como la gran llamada a las armas por la República; y aunque probablemente no persuadió a mucha gente para la lucha (la inmensa mayoría de los voluntarios ingleses venían de la clase obrera y apenas estaban familiarizados con las experiencias de Auden en prosodia), Spain representaba para los intelectuales el espíritu de la época".

El poema, de tiro épico y vagamente surrealista, al modo del Waste Land de Eliot ("espero que no haya muchos surrealistas en España", había dicho con sorna al venir), era torrencial, enumerativo y de comprensión difícil, o al menos ambigua, como cuando sostiene "la aceptación consciente de culpa ante el asesinato necesario; / Hoy el desgaste de energías / En el torpe panfleto efímero y el mitin aburrido".

El poema, en especial la estrofa en la que abordaba tales crímenes "necesarios" sería contestado implícitamente por Orwell en su Inside the Whale cuando afirmaba que solo un hombre que nunca ha visto morir a otros puede decir que el crimen es "necesario". Y que Auden no vio muchos muertos puede desprenderse de estas líneas de Robert Graves en The Crowning Privilege de 1955. Son de un pasaje un tanto malvado y hacen alusión a quienes como Spender, auden o el mismo Cyril Connolly se constituyeron en "autores-turistas", muy de moda en la España republicana, modalidad de turismo muy criticada por no pocos de sus colegas de izquierdas como Graves o Brenan (quien se pasó la guerra primero en zona republicana y luego en zona nacional, experiencia que aprovecharía en su hermoso y honesto The Spanish Labyrinth. An Account of the Social and Political Background of the Civil War, de 1943), o de derechas, como Pound. Pues bien, Graves revelaba: "Auden fue a la guerra de España como otro camarada más, lleno de ardor combabivo. Como Tennyson, no vio ni un solo combate, pero, al contrario que Tennyson, estuvo todo el rato jugando al ping-pong en un hotel de Sitges". Orwell había ido más lejos; atacando a Auden, quien había publicitado su poema, cediendo los derechos de autor que generase su publicación (?) al Medical Aid of Spain, del que dependían, supongo, las ambulancias: "Por la mañana un par de asesinatos políticos, un interludio de diez minutos para calmar remordimientos 'burgueses' y luego una comida apresurada, y una tarde y noche ocupadas en pintar muros y repartir panfletos". Esa era la vida, para Orwell, de aquellos militantes y simpatizantes comunistas. Mucho más lírico lo dijo Hemingway: "Nuestra maravillosa y terrible guerra civil". O sea, como María Teresa León: "Los mejores años de nuestra vida"; o en palabras de su marido: "La belle époque". Una bonita guerra.


Una bonita guerra, "a fine war", era la impresión de John Cornford, que vino aquí a dejarse la piel "por el comunismo y la libertad", una causa dudosa. Los intelectuales sputniks, comprometidos con su ceguera voluntaria con los crímenes de los suyos, son retratados en las figuras de Olga y su marido David, antiguos maestros, una miserable pareja de enamorados estilo "y que reviente el mundo", en la novela de José María Gironella Un millón de muertos. Esta llegaría a ser la novela clásica de la guerra, en pantalla panorámica, para el bando nacional y los años 60. Su reverso, en el bando republicano, sería For Whom the Bell Tolls, de Hemingway, título mal traducido como Por quién doblan las campanas, cuando la cita de Donne debe traducirse Por quién tocan a muerto. Allí no hay intelectuales sputniks, a no ser el propio autor y su trasunto protagonista convenientemente desintelectualizado. Para Trapiello tampoco es acertada esta obra, "novela en la que lo español se tiñe de un cierto aire mejicano-hollywoodiense". Peores cosas seguirían. También le reprocha Trapiello a Hemingway una tendencia a ver los toros desde la barrera, a pesar de su machada ambiental. Muchos episodios de las armas y las letras en la guerra de España pueden colocarse, lamentablemente, bajo el epígrafe de lo que Julien Benda, también antifascista, llamaría la trahison des clercs, la traición de los intelectuales diríamos hoy. Su avidez por el compromiso con los totalitarismos y la autocensura, su admiración por el olor a tigre de los matones—y su falta de compromiso con la libertad individual, los derechos humanos, la honestidad intelectual y la conciencia crítica, ornamentos intelectuales que en principio uno supondría que iban a ir más con ellos... pero no.

W. H. Auden, Los señores del límite



0 comentarios