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La nece(si)dad de guardar las apariencias

jueves, 27 de agosto de 2015

La nece(si)dad de guardar las apariencias

La segunda novela de Fanny Burney, Cecilia, or Memoirs of an Heiress, se publicó en 1782, asegurado su éxito tras el que había tenido Evelina en 1778. No es, como podría suponerse por el título, una novela en primera persona, ni tampoco epistolar como Evelina; se parece más bien a las novelas de Jane Austen (a veces llamo a Fanny Burney "la Jane Austen del siglo XVIII"; claro que la propia Jane Austen era la Jane Austen del siglo XVIII, y de hecho Fanny Burney, aun precediéndola en su éxito como novelista, la sobrevivió en muchos años, pues vivió hasta la era victoriana).

Cuenta Cecilia la historia de una huérfana pero rica heredera, que vive bajo la maldición de tres albaceas testamentarios y tutores, a cuál más indeseable. Cuando por fin se hace mayor de edad y puede disponer de su fortuna, sigue pesando sobre ella una condición impuesta a su propiedad: que Cecilia no podrá cambiar su apellido Beverley, y será su marido el que deberá cambiar de nombre y adoptar el de Beverley para poder seguir manteniendo las tierras. Esta condición la impuso su tío el Deán, y es legal, aunque parezca provenir de un orgullo patriarcal. Y de hecho esta condición crea curiosas contradicciones y tensiones en el patriarcado. La cuestión del nombre acaba convirtiéndose en el centro de la novela cuando Cecilia ha de elegir entre el amor de su amado Delvile, al que el orgullo familiar de su padre le impide cambiar de apellido, y sus propios intereses y propiedades. Es una guerra de orgullo patriarcal, ya que las mujeres, como se sabe, no tienen apellido—es siempre el apellido de su padre el que llevan, o el de su marido en cuanto se casan; no hay nombres femeninos.

La propia Fanny Burney es un caso curioso a este respecto; "Fanny" para su padre, Fanny se ha quedado, aunque los editores de Oxford comentan la impropiedad de llamarla así. La novela se publicó anónimamente "by the author of Evelina". En la edición de World's Classics de hecho pone "Fanny Burney" en la cubierta y "Frances Burney" en la página de título. La novelista vivió bajo la férula de su padre (un viudo vuelto a casar, en cuya familia hubo abundantes escándalos matrimoniales); y de hecho se vio forzada por el a interrumpir su soñada carrera de dramaturga. Papá Burney mandaba, y Fanny se quejaba de sus imposiciones, pero obedecía. Se casó mucho más tarde, con un refugiado francés, y volvió a vivir en Francia con él. "Mme. D'Arblay" fue entonces, Frances la francesa, pero nadie la llama así en la historia literaria, con lo cual los nombres de Frances D'Arblay tienen una problemática propia. Ella desde luego era hiperconsciente de la relevancia del nombre, y eso se ve bien en Cecilia.

De hecho el punto número uno del código de Cecilia es la dignidad y "buen nombre" de su familia. Así comienza la novela, con esta oratoria fúnebre mental:

"PEACE to the spirits of my honoured parents, respected be their remains, and immortalized their virtues! may time, while it moulders their frail relicks to dust, commit to tradition the record of their goodness; and Oh may their orphan-descendant be influenced through life by the remembrance of thier purity, and be solaced in death, that by her it was unsullied!"
    Such was the secret prayer with which the only survivor of the Beverley family quitted the abode of her youth, and residence of her forefathers; while tears of recollecting sorrow filled her eyes, and obstructed the last view of her native town which had excited them. (5)


El honor de la familia pasa por encima de todo, y en el caso del amado de Cecilia, Mortimer Delvile, ese honor pasa por la conservación de su nombre. Los Delvile son aristócratas precarios; el patriarca quiere que su hijo se case con una fortuna, y desprecia a Cecilia por perder la suya. Es una situación paradójica: Cecilia sólo puede tener sus grandes propiedades si su marido adopta su apellido, y eso es impensable para el orgulloso patriarca Delvile. Cecilia está dispuesta a renunciar a su propiedad y a su nombre, pero entonces se vuelve despreciable por carecer de herencia. Y entre las intrigas por hacerse con su fortuna por parte de varios pretendientes, y confusiones y dudas en torno a las intenciones de Cecilia y de los Delvile, se desenvuelve la acción de la larguísima novela. Nos pasea por el mundo de la alta sociedad de Londres, en el que Cecilia está constantemente en peligro de ver su reputación comprometida, y ha de actuar en todo momento conforme a la etiqueta social, poniéndola por delante de la sinceridad o de la espontaneidad. Esto la lleva a exclamar este parlamento mental, que aunque dirigido a la falsedad del mundo de la alta sociedad, caracteriza en realidad a la propia protagonista antes que a nadie, pues ella está más sometida que nadie a la etiqueta, por una delicadeza que otros muchos no temen ofender:

"Who then at last, thought Cecilia, are half so much the slaves of the world as the gay and the dissipated? Those who work for hire, have at least their hours of rest, those who labour for subsistence, are at liberty when subsistence is procured: but those who toil to please the vain and the idle, undertake a task which can never be finished, however scrupulously all private peace, and all internal comfort, may be sacrificed in reality to the folly of saving appearances?" (360)


El moralista Dr. Lyster, cuyas atenciones permiten a Cecilia superar sus fiebres y el rechazo del orgulloso aristócrata Delvile padre, resume así la moral de la novela, en una frase de la que tomaría buena nota Jane Austen para el título de una de sus novelas:

"The whole of this unfortunate business," said Dr. Lyster, "has been the result of PRIDE and PREJUDICE. Your uncle, the Dean, began it, by his arbitrary will, as if an ordinance of his own could arrest the course of nature! and as if he had power to keep alive, by the loan of a name, a family in the male branch already extinct. Your father, Mr. Mortimer, continued it with the same self-partiality, preferring the wretched gratification of tickling his ear with a favourite sound, to the solid happiness of his son with a rich and deserving wife." (930)


El diagnóstico médico sólo parece acertado a medias, pues el orgullo y prejuicio de los viejos patriarcas no bastaría para confundir y hacer desdichados a los hijos si estos no pusiesen la obediencia irracional a los ancianos por encima de sus propias voluntades, y si no cometiesen el error intelectual y moral mucho más grave de ver claramente el error, y sin embargo someterse a él, en un caso claro de meliora video proboque, deteriora sequor. Así, Cecilia y Mortimer Delvile renuncian a la fortuna y casi a la felicidad, todo por someterse contra su razón y contra sus sentimientos al absurdo prejuicio aristocrático de Delvile padre. Pero se usa ese encelamiento aristocrático, con acierto, para mostrar cómo el nombre del padre es en en esta novela y fuera de ella un axioma patriarcal mucho más potente de lo que prometía—hasta el punto de que con razón observan los editores Peter Sabor y Margaret Ann Doody que la condición impuesta por el Deán, de que el marido de Cecilia debería renunciar a su apellido y adoptar el de ella, convierte a Cecilia en una especie de hombre paródico, "a pseudo-male". Este pequeño detalle interfiere gravemente en la sociedad de la época (y si hemos de creer al Dr. Lyster, incluso ofende al orden de la Naturaleza). Cecilia, heroína guiada al fin y al cabo por la búsqueda de la autenticidad en medio de las trampas de la clase social (es ése el tema arquetípico de la novela inglesa desde Richardson), no tiene especial apego a su nombre, y ni siquiera a su fortuna, y sabrá renunciar a ambos. Y sin embargo...

... y sin embargo es también ella misma, Cecilia, la más esclava de las apariencias en esta novela, pues los caricaturescos personajes que la rodean actúan con toda naturalidad impelidos por sus deseos y prioridades, mientras que Cecilia, más polite, vive sujeta y sometida a las prioridades de ellos. Así llega la autora a pergeñar escenas grotescas en las que Cecilia, a solas con su amado Mortimer, es incapaz de tratarlo con consideración e incluso de comunicarse con él, llevada a contradicciones absurdas y a una alienación de sí misma represiva y casi patológica, una desconexión total entre sus deseos y sentimientos por una parte, y sus acciones en sociedad por otra—todo por la necesidad de atenerse a las convenciones más superficiales del trato social correcto. Apenas logran sus rubores y sofocos salvar parte de la distancia que la separa de sí misma en tales situaciones. Lo curioso es que su autora tanto denuncia estos absurdos como goza de participar en ellos proponiéndonos a la heroína para que nos identifiquemos con ella, en lugar de despreciarla por su abyecta sumisión a las vanidades del trato social falsario en el que participa. Vemos ahí una contradicción que aqueja no sólo a Cecilia, sino a Burney—las dos inteligentes, las dos entienden su situación de sometimiento, y las dos la aceptan a la vez que sufren y llegan al borde del colapso mental —más Cecilia que su autora, desde luego, pues Cecilia no escribe novelas como alivio de la tensión.

Cecilia, víctima de sus emociones y de su personalidad, atadas por el corsé social, está a punto de perder la salud, la razón y la vida, en una escena en la que pierde la compostura y corre por las calles de Londres para buscar a Mortimer y deshacer la impresión falsa de que atendía al cortejo de otro pretendiente. Es una escena, la de la heroína corriendo por Londres sin ceremonia, que la llevará a ser encerrada como loca, tras un breve momento de libertad atormentada en el que Cecilia cree poder actuar físicamente, a la carrera (tan impropia de una dama del XVIII), para deshacer la red de murmuraciones y cotilleo que la rodea—"Mean while the frantic Cecilia escaped both pursuit and insult by the velocity of her own motion" (897).

Aquí la carrera desenfrenada es a la vez un momento de decisión y libertad, fuera de toda consideración de etiqueta, y un descenso a los infiernos, un paroxismo de descontrol, forzado por todas las circunstancias que oprimen a la heroína. Aparte de este clímax a la carrera, la novela tiene otro final en falso, en el que Cecilia perece de "fiebres" encerrada como loca y anunciada en los periódicos por la dueña de una casa de empeños.  Hasta se le reza una especie de oración fúnebre. Pero, localizada por sus amistades y por Mortimer, se recupera, y recupera su cordura y su buen nombre (el de su marido) aunque pierde gran parte de su fortuna, y tras ese final amenazado sigue un final "medio feliz" poco convencional, en el que

The upright mind of Cecilia, her purity, her virtue, and the moderation of her wishes, gave to her in the warm affection of Lady Delvile, and the unremitting fondness of Mortimer, all the happiness human life seems capable of receiving: —yet human it was, and as such imperfect! She knew that, at times, the whole family must murmur at her loss of fortune, and at times she murmured herself to be thus portionless, tho' an HEIRESS. Rationally, however, she surveyed the world at large, and finding that of the few who had any happiness, there were none without some misery, she checked the rising sigh of repining mortality, and grateful with general felicity, bore partial evil with chearfullest resignation.
FINIS
 

Una novela, pues, que lleva sus contradicciones, como las de su autora, en el centro. Incapaz de escribir con libertad, Burney aceptó las imposiciones de su padre como buena hija sumisa, y a la vez las denunció como absurdas en privado. Aquí, tanto Mortimer como Cecilia se someten a los prejuicios absurdos del padre de Mortimer, y a la preeminencia del Nombre Familiar Patriarcal, poniéndolo incluso por encima de los mayores intereses pecuniarios. Es cierto que no someten su amor al mismo dictamen, pero eso lo evitan mediante un matrimonio secreto, pues de haberlo prohibido expresamente el padre de Mortimer tampoco se hubieran atrevido a contradecir sus órdenes. La novela hierve así con rabia contenida contra un sistema patriarcal que ella misma acepta y ejemplifica, y quizá por ello mismo resulta magistral la manera en que representa sus mayores contradicciones y absurdos, mostrándolos desde dentro, retratando vívidamente la irritación suprema de verse sometido a las normas sociales dictadas por los necios, y sentirse atrapado en la dinámica de actuar como un necio, sometiendo lo importante a lo irrelevante.

Podría pensarse que hay algo peor que un necio falsario dictando una norma social, y es que una persona inteligente y honesta, una persona guiada por la autenticidad y los ideales, acepte esa norma por encima de sus deseos, de sus intereses y de su propio juicio—para que se mantenga el orden dictado por el criterio más rancio y los prejuicios más absurdos. Aquí se pone el Nombre aristocrático (empobrecido) por encima del dinero, en una crucial decisión: de modo que no hace falta decir más sobre qué intereses sociales retrata la novela—los de la rica burguesía cuya prioridad absoluta es la de asimilarse a la aristocracia (Burney fue más adelante camarera de la reina). El respeto al nombre del padre, y al orden impuesto por los superiores, es una prioridad irrenunciable. Esa es la tragedia de Cecilia, y también sin duda la de Burney. Y si al personaje se le concede un final feliz, la autora logró a cambio darle voz en cierto modo a la frustración que sentía, y así la alivió también en parte. Queda este testimonio de esa experiencia de la frustración bajo el patriarcado, y de la sumisión deliberada a él, vivida hasta la asfixia desde dentro.


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