En la máquina de escribirnos
Este blog se ha trasladado definitivamente a Blogger: http://vanityfea.blogspot.com
Nos despedimos de Blogia aquí y ahora, con un retropost sobre las viejas tecnologías que recordamos con nostalgia. Los viejos archivos de este blog irán pasando gradualmente a Blogger en forma de retroposts.
Qui m’aime me suive.
Retropost (2007): EN LA MÁQUINA DE ESCRIBIRNOS
Qué bonita pieza me acabo de leer en el New Yorker, "The Typing Life", de Joan Acocella, una reseña de un libro sobre la máquina de escribir: The Iron Whim: A Fragmented History of Typewriting (Cornell UP), por Darren Wershler-Henry. Este autor estudia el  "discurso" de la mecanografía como algo distinto de la plumigrafía o  boligrafía. Según él (en la línea macluhaniana, supongo, aunque se  remite más a Derrida, Foucault o Baudrillard), la tecnología transforma  la escritura que de ella sale. Aparte de McLuhan o a Walter Ong, me ha recordado al Hugh Kenner de The Mechanical Muse. Vamos,  que la tesis de D.W-H. es que los escritores mecanógrafos (Nietzsche o  Mark Twain entre los primeros) escribían como si fuese al dictado... de  la musa mecánica, será. Henry James dictaba a una mecanógrafa, lo cual  lleva a que Acocella se interrogue sobre si la relación entre la  complejidad del estilo de James y la nueva tecnología es tan directa  como eso... desde luego, la composición oral parece que debería llevar a  más simplicidad, a menos que sostengamos que la musa mecánica ya está  totalmente interiorizada y que nos afecta por la misma presencia del  instrumento.
 
 Describe Acocella muy bien el fílin de la  mecanografía, la manera en que la máquina estructura el proceso de  trabajo, con su mecánica de carro, metralla de tecleo, salto de línea  (¡rrrraaaaas!) y hoja nueva—a ajustarla bien recta—y trae recuerdos a  quienes usábamos esa caduca tecnología en tiempos. Aún tenemos alguna máquina de escribir archivada por algún armario.... pero  no la volveremos a usar, parece. Yo empecé mi carrera de escritor  profesional a mano (claro) y a máquina; en un par de años o tres pasé de  la máquina manual a la eléctrica, a la electrónica, y al procesador de  texto, el primer Mac que tuve, a mediados de los ochenta (los PCs  anteriores los había rechazado por lo feo del texto en la pantalla:  blanco sobre negro, o verde sobre negro, puaj...). 
 
 Oímos  hablar en esta pieza del origen del teclado QWERTY, de los chimpancés  que inventan versos de Shakespeare apretando teclas, a una escala de  probabilidad que recuerda a la Biblioteca de Babel; de máquinas de  escribir tirolesas hechas de madera, de Jack Kerouac drogado y su ataque  mecanográfico a un rollo continuo de papel... Según Acocella, todo ha  cambiado con el ordenador: a pesar de los parecidos, nuestra relación  con el teclado es ahora una caricia, y no una pelea a puñetazos. (Aún  recuerdo, en los ochenta, época de transición, los viajes que le arreaba  la gente al teclado de los ordenadores, creyendo que estaban ante una  Olivetti... y, al revés, la flojera que hace presa de nuestros dedos si  intentamos ahora volver a escribir a máquina).
 
 ¿Cambia la tecnología nuestra relación con el texto?  Por supuesto... pero no sólo directamente y de la manera más visible.  La cambia transformando los géneros, convenciones, y el tipo de texto  que se hace posible pensar. Es decir, que la cambia desde dentro; la  musa mecánica nos transforma la cabeza, el software interno, no sólo el  hardware de los hierros o dedos que hacen efectivamente el texto. La  limpieza inmaculada de una hoja impresa a ordenador.... de repente  éramos todos expertos mecanógrafos profesionales. Qué chapuceros parecen  ahora los documentos mecanografiados cuando los encontramos. A cambio,  dicen, está la chapuza del contenido, menos cuidado y fácilmente  improvisado antes de pasar a la tecnología: véase por ejemplo este blog,  o mejor otro cualquiera. Lo que aparece en la pantalla no es ni será  nunca una obra, es un work in progress, o un ensayo permanente.  Esa fluidez también transforma los géneros, y si los blogs no son muy  cuidadosos, a cambio son inmediatos, e interactivos. La máquina de  escribir pasa a ser la máquina de escribirnos. Que es donde estamos  ahora—los dos, ¿eh? Al menos en teoría. 
 
 Y, en todo caso, la  relación entre instrumento, escritura, lectura, publicación, recepción y  respuesta, es tan inmediata que esto hace cambiar la escritura desde  dentro. Aunque nadie nos escriba, nos escribimos a nosotros mismos—como  cuando me entretenía yo a los quince años, ante el bloc de notas,  practicando escritura automática, y sacando a la consciencia lo que aún  estaba sin terminar de pensar. 
 
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