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Retropost (2007): Síntesis iconográfica


giorgioneOía esta mañana por la radio una entrevista con Juan Manuel de Prada a cuenta de su última novela, El séptimo velo, que al parecer versa sobre el colaboracionismo y la ceguera interesada, durante la Segunda Guerra Mundial. Decía el autor que escribe sobre estas cosas por vocación, por necesidad, guiado por un sentido casi religioso del arte. En suma: que escribe hacia donde lo lleva la necesidad de saber, o la sabiduría que ya ha alcanzado. Y, preguntado por si esa sabiduría da felicidad, responde que no, que la mayor consciencia de saber cómo son las cosas, y las personas, no produce felicidad (ni optimismo para con el curso del mundo). Pero que queda la satisfacción de, habiendo pasado por esa educación de la experiencia, no vivir engañado, o atontado.

Es un poquito la conclusión a que llega la novela suya que me estoy leyendo, La Tempestad, ambientada en una Venecia decaída, empapada de agua sucia y corrompida en sus palazzos y tapices: un paisaje del espíritu, sin duda. Sin resistir la tentación de saber si el final iba a confirmar el principio, he mirado haciendo trampa, y ahí está:

Otros rostros se alejan y precipitan en la común argamasa del olvido, pero no el de Chiara. A veces, mientras me lavo y me enfrente conmigo mismo ante el espejo del lavabo, me pregunto qué sería de mí si me faltase ese consuelo y esa condena. Como aún no estoy despejado del todo y las legañas y el abotargamiento embrutecen mi expresión, encuento en seguida la respuesta: sería un animal que no se comprende a sí mismo, atrapado entre un presente mostrenco y un futuro que no existe. Así, por lo menos, tengo un pasado, y lo rememoro, y lo habito.


Así llega a ser quien es el personaje que, retrospectivamente, nos narra la historia desde la primera página. En muchas de estas novelas de la experiencia o el desengaño, existe una convención mediante la cual el yo personaje y el yo narrador (dos yoes diferentes al principio) llegan a coincidir, si no temporalmente, sí al menos temperamentalmente al final de la narración. Se complementa este movimiento con otro complementario, y compensatorio, que lleva al narrador a enmascararse parcialmente al principio bajo la piel de su personaje, y aparecer más inocente, menos sabio o desengañado de lo que en efecto llegará a ser, de modo que también la voz que nos cuenta la historia es más inocente al principio que al final, o al menos ha de fingir esa inocencia y no desvelar toda su experiencia inmediatamente, de la misma manera que respeta los secretos de la historia en su desarrollo.

Pero, sea como sea, a pesar de estas convenciones atenuantes que posibilitan la narración, en el principio de ésta ya está contenido su final. Todo en la organización de un relato responde a la lógica narrativa: una lógica en gran medida retrospectiva, organizada desde el final una vez éste ha sido alcanzado e ilumina, o crea retroactivamente, los pasos que han llevado hasta él. La narración entera está organizada por la distorsión retrospectiva, y lo que nos parecía un principio era ya en realidad, una vez lo releemos, un final.

En una escena de la novela, el narrador Ballesteros (que ha hecho una tesis sobre La Tempestad de Giorgione) justifica su interpretación de ese cuadro que da título al libro. Para él, puede leerse como la historia del nacimiento de Eneas, hijo ilegítimo de la diosa Venus y el mortal Anquises; éste fue castigado, y quedó cojo por culpa de Zeus, cuyo rayo quizá se vea en el cielo tormentoso del cuadro. El catedrático Gabetti, interlocutor de Ballesteros, no encuentra satisfactoria esa interpretación:

—De satisfactoria nada —empezó—. En primer lugar, atenta contra la lógica narrativa, quiero decir, contra la secuencia natural de los acontecimientos: ¿cómo se justifica que Anquises ya se apoye en el báculo, cuando el castigo de Zeus todavía no lo ha alcanzado? El rayo aún está suspendido en el aire.
—Pero es que hay una cosa que se llama síntesis iconográfica —protesté, y mi protesta sonó como un clamor en el museo desierto—. Estamos cansados de ver, pongo por caso, cuadros que representan a Eva extendiendo una mano para recoger del árbol la ciencia del fruto prohibido; todavía no ha consumado su pecado, y sin embargo con su otra mano trata de ocultar su desnudez; así se reúnen en una sola expresión la caída en la tentación y la primera consecuencia de esa caída, la vergüenza que le causa la exhibición de su cuerpo (... )


Pero el catedrático exige entonces que la interpretación explique todos los elementos, por ejemplo las columnas rotas del cuadro:

—Hombre, no me fastidie. Las columnas rotas representan el amor arruinado entre Afrodita y Anquises.
Chiara intervino, decididamente decantada por mí:
—O también podrían ser un augurio de la destrucción de Troya.
—También, por qué no —asentí—. Eso corroboraría la existencia de una síntesis iconográfica: ya no serían dos, sino tres, los momentos compendiados en un solo cuadro.


La "síntesis iconográfica" a que alude Ballesteros es frecuente en los cuadros de temática narrativa, que condensan en sí mismos diversos momentos de una historia conocida, o alusiones veladas a esos episodios. Un cuadro, icono no secuencial—espacial, y no temporal—puede así sin embargo asimilar la temporalidad contenida en una historia. De hecho esa temporalidad ya está contenida en la elección del momento clave o característico para su representación, aun si no se detecta síntesis iconográfica. Podemos decir que el cuadro mismo es la síntesis iconográfica de la historia, si es narrativo. La ruptura de marco que supone la síntesis iconográfica no lleva sino un paso más allá esa irrupción del pasado en el presente que supone la mera existencia de una imagen, o de una narración.

La narración escrita o cinematográfica, aun siendo un icono secuencial, que imita al transcurrir el transcurso de la historia que narra, también realiza esos ejercicios de síntesis iconográfica, y contiene su final en su principio, y su principio en su final, y de hecho está toda impregnada de la razón que lleva a contar, y a volver al pasado para explicar el presente. Sin la narración y sus plegamientos temporales, seríamos ese animal que menciona de Prada, "un animal que no se comprende a sí mismo, atrapado entre un presente mostrenco y un futuro que no existe. Así, por lo menos, tengo un pasado, y lo rememoro, y lo habito."

La narración paradójica

 

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Kevin Lynch, The Image of the City

Kevin Lynch, The Image of the City —en Google Books.

Hitler y Bush: Dos pintores aficionados

martes, 28 de febrero de 2017

Retropost: Hablando del duende

Retropost #1029 (2 de julio de 2006): Hablando del duende




El otro día en Ronda hablaba alguien, creo que era Kristi Wilson, de Hemingway y el duende, con relación a Teoría y juego del Duende, de Federico García Lorca. Yo comenté algo parecido a lo que sigue.

El duende puede que sea una experiencia o percepción únicamente española, o flamenca o andaluza, como parece sugerir Lorca; pero dentro de este carácter úinico también participa de elementos comunes con otras experiencias estéticas que enfatizan la perfección irrepetible e imprevisible de un momento mágico y especial.
Según la Wikipedia francesa, 
"Le groove, chez les musiciens, est aussi un "état" indéfinissable de la musique, qui peut signifier un moment un peu "magique", de grâce, ou celle ci "décolle", on peut le rapprocher du swing en jazz, du duende en flamenco ou du tarab en musique arabe ... chaque style de musique ayant son vocabulaire pour désigner cet état que personne n'arrive à définir clairement mais que de nombreux artistes arrivent à ressentir. On dit souvent que tel ou tel musicien groove, c'est à dire que son jeu entraîne les autres musiciens et donc la musique produite ensemble vers cet état évoqué plus haut."
Estos momentos de acierto especial, o de contacto con lo inefable en música, pueden relacionarse con otras experiencias estéticas en otras artes, o en otros ámbitos de la experiencia liminar, como lo religioso. Misticismo, inspiración, sprezzatura, o el célebre je ne sais quoi de Boileau son algunos de los términos que también podríamos relacionar con el duende o el groove.

 

En literatura, pienso especialmente en las epifanías modernistas, esos momentos especiales en los que el protagonista parece descubrir una dimensión estética de la experiencia vital, y percibir la vida desde la atalaya de un momento de especial percepción que le da el sentido y forma de un poema, pieza musical u obra de arte.

 

Si el duende va especialmente unido a la presencia o sugerencia de la muerte, quizá sea este elemento el que lo caracterice, frente a estas otras experiencias donde es más bien la perfección estética del momento y de la vida lo que está en primer plano. Ahora bien, es esencial en todas estas experiencias su carácter momentáneo, contingente e irrepetible. Imprevisible: si algo tiene el duende en común con el groove o la epifanía es que no hay método que permita prever ese estado o instante especial. Y en ese contraste entre el momento tan del tiempo, tan presente, que a la vez alcanza una dimensión extratemporal, una anulación de la distancia entre el instante y la eternidad, ahí está implícita, porque no puede ser de otra manera en nuestra forma de estar hechos, la presencia de la muerte en el trasfondo. Será la virtud especial del duende, quizá, el traer un tanto hacia la luz esa presencia callada de la muerte en el momento mágico. Algo único tendría desde luego que tener, el duende famoso.

 

Detrás de la música

 

Retroposts

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Alva Noë: "Strange Tools: Art and Human Nature" | Talks at Google

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Pablo Huerga y Gustavo Bueno - Poética Materialista del cine

viernes, 29 de mayo de 2015

Pablo Huerga y Gustavo Bueno - Poética Materialista del cine






ASEBL Journal

jueves, 30 de abril de 2015

ASEBL Journal

 

On McCahon and His Critics

lunes, 30 de marzo de 2015

On McCahon and His Critics

Comment on Anthony Lock's "Evolutionary Aesthetics, the Interrelationship Between Viewer and Artist, and New Zealandism"


For a forthcoming discussion at the ASEBL Journal


Lock's paper is highly cogent, informative and well argued, and I have found much to learn from it. Let me also make clear that I strongly dislike, with whatever strength indifference can muster, the modernist-primitivist art represented by his example of choice, ColinMcCahon. But the paper does an excellent job in arguing a number of cultural, cognitive and evolutionary reasons why McCahon's work might be successful. It is not so effective, in my view, when it comes to conveying why it has actually been successful in the struggle for life of the art world ecosystem. By way of critique, the paper is too deliberately restricted to one context of response, evolutionary aesthetics, and to that extent it is an exercise in keeping out other approaches. It does that so smoothly that one does not even notice it has been done. But the paper lacks (much) discussion of the cultural context of art in New Zealand, of artistic traditions in twentieth-century painting, of the dynamics of the art world and the art profession.

Are these matters irrelevant? (Well, perhaps they are within the scope of Lock's notion of evolutionary aesthetics). But what has created the bandwagon effect? It is arguable that once the discourse of New Zealandism is active, any New Zealand artist hailed as a New Zealander might have been able to occupy the slot and have the discourse stick to him and characterize him. I take the technical incompetence of McCahon's, and the lack of a militant focus on New Zealand in his work as proof that any other artist might have filled the bill equally well—or better, indeed, in the case of more explicitly regional painters. But the vortex of attention selected McCahon, Rita Angus, and a handful of others. Lock devotes some attention to the role of critics in selecting artists (quite arbitrarily, it would seem) and creating a tradition, but some elements seem to be missing from the discussion. What makes those critics' views influential, for instance, or what is the actual functioning of the art world as a profession where things are bought and sold, who does the buying and the selling and the reviewing, what other class interests, business interests, prestige markers, political interests, whatever, are active in this small world. There is though the danger of a vicious circle here, because Lock might perhaps answer that it is the inherent qualities in McCahon's work that helped bring out his critics as perceptive ones in drawing attention to him, or that it was those qualities that furthered his marketability or emblematic potential in the NZ context. Still (in my current act as an Anti-McCahonian) I tend to see the dominance of pure arbitrariness  in the bandwagon effect. Success in modern art (and we wouldn't be discussing McCahon else) is the result of a chaotic matrix of circumstances, and that argues somewhat against the fitness dimension in McCahon's argument.

A theory such as Lock's selects some elements from a tangled web of complexity in order to foreground them or to show the way they are active. Still the clarity of the theory plays against itself insofar as there are many elements left outside the complex which are just as entwined with it as those which are brought to the light by the theory. The theory then creates a kind of hindsight bias effect regarding its views on those artists who are eventually consecrated.

Perhaps I'm just saying that Lock explains the success of some elements which are present in art in general, as a scientific theory should, but does not really account for the preeminence of specific artists, because this preeminence is not to be fully explained at this level of reasoning. One would have to engage in a more detailed way dominant discourses and counterdiscourses in the 20th century, postcolonial dynamics of representation, and the whole shebang of historical, biographic, cultural-aesthetic and poststructuralist criticism, which would make the paper less distinctive as an intervention in evolutionary aesthetics. There would be downsides, and upsides. As it is, the paper is an interesting specimen of Third Culture (i.e. cultural theory written under the aegis of sociobiology and cognitivism). To its credit, it does make some moves in the direction of what I would like to call Fourth Culture—integrating within an evolutionary perspective the insights of cultural criticism, historical scholarship, aesthetics… instead of dismissing them and restricting the scope to what can be seen from a neo-paleolithic viewpoint.


The Cognitive and Evolutionary Benefits of Reflexive Interpretation