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Vanity Fea

Culpable defensa

Casos (seguramente más frecuentes de lo admitido, todo tiene su parte de cortina de humo) de soldados americanos que van matando civiles indiscriminadamente en Irak (como sus colegas de los misiles, vamos). Ya va llegando la cosa a juicio y a admisión pública; lo cuenta el New York Times. Muchos lo han contado antes, cómo a veces le disparaban a cualquiera que se moviese. Por moro, supongo.

Bueno, pues hoy Bush y Blair se reúnen de nuevo (sin Aznar, pastor de burros) a decir que hicieron bien en emprender la guerra de agresión ilegalmente, a pesar de algunos pequeños fallos (Abu Ghraib, Guantánamo  ay, no, que Guantánamo no está entre los defectillos; aunque hoy estrenan aquí la película de Michael Winterbottom, igual la debía ver Bush).

Y es que claro, la intención era buena, las órdenes eran las correctas, lo que pasa es que a nuestros hombres a veces se les va la mano, ya sabe usted...

Este razonamiento lo describía muy bien Shakespeare, cuando muestra a su rey trepa e imperialista eficaz, Enrique Quinto, amedrentando a los franceses de Harfleur, ciudad a la que tiene sitiada tras haber emprendido una guerra ilegal de agresión contra ese país. Enrique, por cierto, también está "restaurando la legitimidad" del gobierno de un pueblo al que "ama":

 

REY ENRIQUE: ¿Que decide el Gobernador de la ciudad?

Esta es la última vez que parlamentamos.

Así que entregaos a nuestra mejor merced,

O como hombres orgullosos de la destrucción

Desafiadnos a lo peor. Porque como soldado que soy,

Nombre que a mi entender es el que mejor me cuadra,

Si empiezo el asalto una vez más

No dejaré a Harfleur a medio conquistar

Hasta que yazca enterrada en sus cenizas.

Las puertas de la piedad se cerrarán del todo,

Y el recio soldado, áspero y duro de corazón,

Con mano libre y sangrienta irá suelto

Con su conciencia amplia como el infierno, segando como hierba

A vuestras tiernas vírgenes hermosas y a la flor de vuestra infancia.

¿Qué más me da a mí si la guerra impía

Ataviada de llamas como el príncipe del mal

Hace, con el rostro tiznado, todas las acciones inhumanas

Que en cadena traen la desolación y la devastación?

¿Y a mí qué más me da, puesto que vosotros mismos sois la causa,

Si vuestras puras doncellas caen en mano

De violación ardiente y forzadora?

¿Qué rienda puede sujetar a la maldad desmandada

Cuando emprende una feroz carrera cuesta abajo?

Igual de inútil sería malgastar nuestras vanas órdenes

En los soldados fuera de sí con el botín

Como darle instrucciones al leviatán

De que viniera a la orilla. Así que, hombres de Harfleur,

Apiadaos de vuestra ciudad y de vuestras gentes

Mientras mis soldados aún están bajo mis órdenes,

Mientras la brisa fresca y templada de la misericordia

Puede alejar las nubes sucias y pestilentes,

La borrachera de asesinatos, saqueos y villanías.

Si no - pues, en un momento, esperad ver

Al ciego soldado cubierto de sangre, con mano inmunda

Mancillar la cabellara de vuestras hijas que chillan,

Ver cómo a vuestros padres, agarrados por sus barbas plateadas,

Les rompen las reverendas cabezas de golpe contra los muros,

Ver a vuestros niños desnudos ensartados en picas,

Mientras las madres enloquecidas con sus aullidos desconcertados

Rompen las nubes, como las esposas de los judíos

Ante los matarifes de Herodes que venían a la caza sangrienta.

¿Qué decís? ¿Queréis rendiros, y evitar esto?

¿O, con culpable defensa, ser destruidos así?

 

            (Henry V, III.3)

 

Enriques Quintos y la guerra de agresión

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