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El Ilusionista: Hidden in Plain View

Según nos dice la cartelera de RedAragón,

"El Ilusionista nos lleva a la Viena del siglo XIX, a una época en la que la ciencia y la magia se entremezclaban en la imaginación del público. Asistimos al duelo de ingenios entre dos brillantes actores, Edward Norton que interpreta al misterioso mago Eisenheim y Paul Giamatti que interpreta al perspicaz y racional inspector de policía Uhl, empeñado en descubrir los trucos del mago... Producción impecable, El ilusionista se sirve de un brillante guión lleno de ritmo e ingenio y de la personalidad de sus dos protagonistas para llevar al público de sorpresa en sorpresa."
(The Illusionist. Director: Neil Burger; intérpretes: Edward Norton, Paul Giamatti, Jessica Biel, Rufus Sewell...).


Es una película que mezcla de modo bastante satisfactorio una serie de temas inspirados en Nabokov y en Edgar Allan Poe. El enfrentamiento entre el escurridizo mago y el policía cogido en turbios complots políticos con la realeza, no puede sino recordar "La carta robada", de Edgar Allan Poe, un cuento sobre interpretación y prestidigitación. El artista como ilusionista, que baraja libremente los niveles de realidad creados en los mundos de su obra, viene de Nabokov (también las mariposas). El encantador pliega su alfombra mágica para hacer coincidir unos dibujos con otros, y crear una ilusión de continuidad… aunque los visitantes no avisados podrían tropezar en el pliegue.

Porque por supuesto hay algunos trucos que el ilusionista Eisenheim no podría hacer jamás ante el público, y que colocan a la película en el género fantástico y de entretenimiento. Por ejemplo, ningún ilusionista podría adivinar en medio segundo si el inspector de policía llevaba encima el colgante, y en qué bolsillo, de no ser por necesidades del argumento. Tampoco es creíble que desaparezca el cuerpo de la prometida del príncipe sin autopsia y sin que nadie investigue la cuestión; ni pueden trazarse planes tan arriesgados y alambicados, con personajes asesinos y violentos de por medio, sin que nada falle en el camino… eso únicamente puede hacerse mediante el ilusionismo del hindsight bias, la falacia de la retrospección guiada desde el final, falacia en la que el cine está especializado. ("La culpa de todo la tiene el guión", decía la canción de una serie infantil). Y así podemos desafiar al principio de realidad, moldear el final a nuestro gusto y conseguir a la chica.

Es decir, los trucos del ilusionista están escondidos a la vista de todos, como en "The Poerloined Letter". Al igual que los demás magos, Eisenheim emplea en sus números una mezcla de técnica sofisticada y de engatusamiento autoinducido del público, que—atento a lo que cree que va a ver—no ve lo que el mago hace realmente, y así no adivina sus trucos. Y eso que está ante la vista todos nosotros el procedimiento utilizado. En un momento metaficcional de la película, hasta se lo enseñan al policía Uhl, haciéndole un pase privado con un primitivo cinematógrafo: "Así es como crea Eisenheim sus ilusiones" – "Hm. Ya veo." (Y los espectadores aún lo creemos perspicaz por su escepticismo, cuando es todo lo contrario—pero claro, ni aquí ni al final puede Uhl salir de su propio nivel de ficción para desentrañar el truco. Ahí sí que difiere de los héroes nabokovianos de Invitado a una decapitación  o Barra siniestra).

Como en Total Recall, aquella de Schwarzenegger metido en una máquina de realidad virtual, nos lleva el Ilusionista a un mundo donde las leyes ordinarias están suspendidas. Y desde el público estamos en la posición del policía escéptico y racional, que no desespera de reducir a sistema lo que ha sucedido. Mal asunto si creemos que podremos echar la mano encima a los espectros conjurados por Eisenheim, porque, como él mismo dice, no pretendía sino entretenernos, y todo eran trucos. El cine  confiesa así (tanto aquí como en Total Recall) su auténtica vocación de máquina de sueños, sean cuales sean los ingredientes de conflicto moral o intriga política que se hayan utilizado. Todo queda supeditado a esa inmersión mágica en una realidad alternativa, con un poder inesperado para hacernos replantearnos las fronteras que separan lo sólido existente de lo creído o imaginado. Y esa es su función ideológica más seria.

Al final el inspector Uhl acepta la superioridad del mago, al descubrir que ha sido víctima del truco más gigantesco, el truco escrito en letras tan grandes que no nos fijábamos en ellas mientras intentábamos descifrar los trucos puntuales en letra pequeña. También en esta película flojea la realidad, cede el suelo, y con una reinterpretación súbita nos damos cuenta en el último minuto de lo que ha sucedido realmente… o casi nos damos cuenta, porque aún queda oculto (aunque proyectado en letras grandes a la pantalla) el mayor ilusionismo detrás del ilusionismo. Eisenheim, como el detective Dupin de Poe, encarna el punto de vista del narrador que ha diseñado la historia—si los lectores somos el inspector, al menos se espera de nosotros que seamos capaces de apreciar los trucos del mago, y su perspicacia al saber que puede realizarlos ante nuestras narices con plena libertad, porque estamos deseando verlos. Para eso hemos ido al cine.

Caché

 

 

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