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Vanity Fea

A pedra de avalar

A pedra de avalar

(24 de julio de 2007)

 

Por la mañana nos despiertan las gaviotas con su melodioso canto, y tras hacer desayunar a la tropa nos vamos a la "praia de afora" que le dicen en Fisterra/Finisterre. Con unas olas impresionantes que hacen las delicias de los pequeños, sobre todo cuando hay que rescatar a alguno que se lo llevaba el mar para adentro después de tumbarlo, este Otitas, pero es que no escarmienta, luego volvía a acercarse demasiado. Estaba la cosa demasiado seria como para atreverse a meterse a saltar olas: con evitar que te cogiesen en la orilla era más que suficiente. Pero en fin, tras pasar la mañana contando críos, volvemos con los mismos que se iban, que ya es mucho.

Y por la tarde nos vamos a Muxía, buscando, según gustan de hacer los intelectuales de medio pelo, restos de tradición local bien avalados por la guía turística. Allí en el extremo del puerto conseguimos asomarnos a la igrexa de Santa María del Mar, con todos sus exvotos de marineros, barquitos y plaquitas conmemorativas. Y luego emprendemos la búsqueda de la pedra de avalar, una piedra enorme que supuestamente se mueve de modos inesperados si te colocas en algún punto de ella. Tras una búsqueda infructuosa por el promontorio, resulta ser una piedra mucho más grande de lo esperado, de hecho un buen trozo plano del suelo entre el roquedal que hay frente a la iglesia—piedras enormes puestas de cualquier manera apoyadas unas en otras; ésta en concreto como el suelo de un cuarto de estar pero sin llamar la atención porque es plana y depositada sobre otra piedra a modo de boina deslizante.

– Mira, si la han roto. Y la han pegado otra vez. Debe ser para no estropear el equilibrio.

– Habrán saltado demasiado encima. Pero ahí no funciona.

– Ese no es el punto. A ver, bajaos, que me paseo por encima a ver si doy...

– Mira, esta es la barca, y la de al lado es la vela. La barca la llamarán porque se mueve, como una barca.

– Pues yo la veo bien fija.

– A mí no se me mueve.

– Será que os falta fe. Y la otra piedra, ésta tan rara, es la vela.

– ¿Pero no decías que era algo para los riñones?

– Sí, si pasas por debajo nueve veces se te pasan los males de caderas, de caderas. Se llama la cadera. En gallego.

– La vela, la cadera... Oye, ¿por qué no pasas, tú que tienes la cadera que parece un puzzle?

– Sí, paso nueve veces por allí debajo y ni te digo cómo me queda...

– Hombre de poca fe... Mira, tu hijo ya ha pasado siete veces,

– .... ocho.... nueve....

– ¡Ay que se ha movido!¡¡¿La has visto??! Ha hecho, Flummm... flummm.. y ha vuelto a su sitio. Blanca, ¿lo has notado?

– Sí, que me ha parecido que me caía.

– Pues yo no he visto nada. A ver, vuelve a pasar.

– Yo también la he visto que bajaba.

– Pues si yo estaba delante y no he visto nada.

– Mira, ahora no lo hace. Pasa otra vez por el mismo sitio, anda...

– Pues yo sí que lo he visto. Igual depende del peso exacto en el punto exacto.

– Os habrá parecido.

– Es que no estaba Blanca sola por encima. Estaban también Víctor, Oscar y demás, por otra esquina.

– Yo lo noté—dice Álvaro—También quiero participar en el movimiento de la piedra.

– Dicen que a veces se mueve hasta con el viento.

– Será cosa de fe también, unos que sí se ha movido, otros que no. En gallego.

– Es que no me lo esperaba, y Blanquita tampoco. Y de repente la veo que baja, y que sube, whooops.

– Aquí hay cosas difíciles de demostrar.

Románico y rompientes

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