Espejo de tinta, poema borrado
CIII.
Alack, what poverty my Muse brings forth,
That having such a scope to show her pride,
The argument all bare is of more worth
Than when it hath my added praise beside!
O, blame me not, if I no more can write!
Look in your glass, and there appears a face
That over-goes my blunt invention quite,
Dulling my lines and doing me disgrace.
Were it not sinful then, striving to mend,
To mar the subject that before was well?
For to no other pass my verses tend
Than of your graces and your gifts to tell;
And more, much more, than in my verse can sit
Your own glass shows you when you look in it.
Poema sobre la incapacidad de escribir, que se niega a describir y se autoanula. Pero por ese mismo vaciarse de contenido, se convierte en una superficie reflectante, el espejo que dice que no es—un espejo de tinta que pide al lector poner en él lo que no contendría sin su mirada. Invitación a la autocontemplación del lector, que más allá de ofrecernos el narcisismo de contemplar nuestra propia imagen, es una invitación a reflexionar sobre qué quiere decir en realidad este poema cuando nos miramos en él. Y, quizá, también, una invitación a la escritura. Más de un soneto de Shakespeare se nos ofrece así como una superficie metalingüísticamente borrada y ofrecida a la interpretación: "bla(n)ck lines".
PS: Vaya, le han dado el Premio Nacional de Traducción a Agustín García Calvo, mi traductor favorito de los sonetos de Shakespeare.
Traducir también requiere interpretar, y por tanto requiere, además de ser fiel al texto, serle infiel, borrar el original para reescribirlo, y proyectar en él la imagen del lector, según decíamos. Aquí está la traducción que nos da García Calvo del soneto 141 de Shakespeare, un soneto de amor oscuro:
A fe que con mis ojos no te amo, pues
ellos en ti mil faltas notan: el que ama
lo que desprecian ellos mi corazón es,
el cual, pese a la vista, de pasión se inflama;
ni de tu lengua al son mi oído se derrite,
ni el tierno tacto, dado a torpes cabriolas,
ni olor ni gusto ansían que se les invite
a alguna fiesta sensual contigo a solas.
Mas ni cinco sentidos ni juicios cinco
disuaden de servirte a un corazón demente,
que la imagen de un hombre abandonó de un brinco
para ser de tu orgullo mísero sirviente.
Una ganancia en esta plaga me conforta:
la que me hace pecar mi penitencia aporta.
Los sonetos de Shakespeare se prestan bien a la relectura, y a la retraducción. Cada soneto es como un cristal tallado con múltiples facetas, que ilumina a algunos vecinos suyos, haciéndonos percibir destellos que una interpretación o traducción puede amplificar o sacar a la luz. El conjunto de los sonetos invita de hecho a la relectura, a la percepción de formas nuevas en lo que ya creíamos leído, al crecimiento de los significados entrevistos entre líneas. Por ejemplo, nos ofrecen la gama completa de formas desde una interpretación global que los vea como una especia de novela versificada, la historia de un triángulo amoroso contada desde uno de sus vértices, hasta interpretaciones en dístico (el yang de los sonetos del amigo contra el yin de los sonetos de la dama—con el autor en el lugar del tao, y no del abyecto amante), o a formas más locales, pequeñas series y subseries, sonetos contrastados o variantes, poemas que surgen hechos de sonetos amalgamados que continúan un mismo razonamiento o imagen... Y releyendo, vemos que ni el amigo era tan amigo, ni el amor hacia él tan puro, ni la dama es tan distinta de él... y todo ello lleva también al autoconocimiento del autor. Y del lector, lector, si los lees: pero ver el espejo de tinta requiere más que pasar los ojos por encima de lo ya escrito.
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