Delusions también se vive
Por fin le han reformado el blog a Arcadi Espada, y se ha puesto enlaces permanentes. Este va al artículo de hoy, "Yo no sabía que se pudiera". Paso a cortapegarlo íntegramente, vamos, a recortapegarlo, pues es la introducción de Richard Dawkins a su libro contra la religión, editado por Espasa en español:
"De pequeña, mi mujer odiaba su colegio y deseaba poder abandonarlo. Años después, siendo una veinteañera, reveló este hecho tan desafortunado a sus padres. Su madre se quedó horrorizada: «Pero, hija, ¿por qué no nos dijiste nada?». La respuesta que dio Lalla es mi texto de hoy: «Pero yo no sabía que se pudiera».
Yo no sabía que se pudiera.
Me imagino —bueno, estoy seguro— que hay montones de personas ahí fuera, que han sido educadas en una u otra religión, que se sienten insatisfechas, que no creen en ella o están preocupadas por las maldades que se cometen en su nombre. Personas que sienten imprecisos deseos de abandonar la religión de sus padres y que les gustaría poder hacerlo, pero que simplemente no se dan cuenta de que ese abandono es una opción personal. Si es uno de ellos, este libro es para usted. Tiene el propósito de mejorar la conciencia —mejorarla hasta el punto de considerar que ser ateo es una aspiración realista y, además, valiente y espléndida—. Se puede ser un ateo feliz, equilibrado, moral e intelectualmente realizado. Este es el primero de mis mensajes de concienciación. También quiero concienciar de otras tres formas, que luego indicaré.
En enero de 2006 presenté un documental televisivo en dos partes en el Canal Cuatro de la televisión británica, llamado ¿La raíz de todos los males? El título no me gustó desde el principio. La religión no es la raíz de todo mal, dado que nada es raíz de nada. Sin embargo, me encantó la publicidad que Canal Cuatro incluyó en los periódicos nacionales. Era una fotografía del perfil de Manhattan con la frase: «Imagine un mundo sin religión». ¿Qué relación hay entre ellas? Las Torres Gemelas del World Trade Center estaban llamativamente presentes. Imagine, con John Lennon, un mundo sin religión. Imagine que no hay terroristas suicidas envueltos en bombas, que no existe el 11-S o el 7-J, que no hay cruzadas, caza de brujas, ni el Complot de la Pólvora 2, ni la partición india, ni las guerras árabe-israelíes, ni las masacres serbo-croatas-musulmanas, ni la persecución de los judíos como «asesinos de Cristo», ni los «problemas» de Irlanda del Norte, ni las «muertes de honor», ni telepredicadores con vestidos brillantes y cabello cardado, desplumando a sus crédulos espectadores («Dios quiere que le des todo lo tuyo hasta que te duela»). Imagine que no hay talibanes para volar estatuas antiguas, ni decapitaciones, ni blasfemias públicas, ni azotes en la piel de mujeres por enseñar una pulgada de esa misma piel. Por cierto, mi colega Desmond Morris me cuenta que esa magnífica canción de John Lennon se canta a veces en América con la frase «y ninguna religión también» suprimida. Incluso una versión ha tenido la desfachatez de cambiar esa frase por «y una religión también».
Quizá perciba que ese agnosticismo es una postura razonable, pero ¿no es el ateísmo algo tan dogmático como una creencia religiosa? Si es así, espero que el capítulo 2 cambie su modo de pensar, persuadiéndole de que «la Hipótesis de Dios» es una hipótesis científica acerca del Universo, que debería analizarse tan escépticamente como cualquier otra. Tal vez le hayan dicho que los filósofos y teólogos han propuesto buenas razones para creer en Dios. Si piensa esto, puede que disfrute con el capítulo 3 sobre «Argumentos para la existencia de Dios» —los argumentos resultan ser espectacularmente débiles—. Puede que piense que es obvio que Dios debe existir, porque ¿quién más podría haber creado el mundo? ¿Cómo, si no, podría existir vida, en toda su rica diversidad, si parece misteriosamente que cada especie ha sido «diseñada»? Si sus pensamientos siguen estas líneas, espero que consiga una aclaración en el capítulo 4, sobre «Por qué es casi seguro que no hay Dios». Lejos de apuntar hacia un diseñador, la estética del mundo viviente se explica mucho mejor con la mayor economía y la devastadora elegancia de la selección natural darwiniana. Y, aunque la selección natural por sí misma está muy limitada para explicar el mundo viviente, puede concienciarnos acerca de la existencia de otras explicaciones que mejoren nuestra comprensión del Cosmos en sí mismo. El poder de explicaciones tales como la selección natural es el segundo de mis mensajes de concienciación.
Quizá piense que debe existir un Dios o muchos dioses, ya que los antropólogos y los historiadores dicen que los creyentes dominan cada cultura humana. Si esto le convence, consulte el capítulo 5, sobre «Las raíces de la religión», que explica por qué las creencias son omnipresentes. O ¿piensa usted que las creencias religiosas son necesarias para tener una moral aceptable? ¿Necesitamos a Dios para ser buenos? Lea, por favor, los capítulos 6 y 7 para ver por qué esto no es así. ¿Todavía tiene usted un punto a favor de la religión, considerándola algo bueno para el mundo, incluso aunque usted mismo haya perdido su fe? El capítulo 8 le invitará a pensar en las formas en las que la religión no es algo tan bueno.
Si se siente atrapado en la religión en la que le educaron, podría merecer la pena que se preguntara a sí mismo por qué le está sucediendo esto. La respuesta es, normalmente, por alguna forma de adoctrinamiento en la niñez. Si usted es religioso, es más que probable que su religión sea la de sus padres. Si usted nació en Arkansas y piensa que el cristianismo es verdadero y que el islam es falso, no tenga duda alguna de que pensaría lo contrario en el caso de haber nacido en Afganistán y que ha sido víctima de adoctrinamiento en su niñez. Mutatis mutandis, lo mismo vale si usted ha nacido en Afganistán.
Todo lo relativo a religión y niñez es el tema del capítulo 9, que también incluye mi tercer mensaje de concienciación. Igual que las feministas ponen un rictus en sus caras en cuanto escuchan «él» en lugar de «él o ella», un «hombre», en lugar de «humano», quiero que todo el mundo se estremezca siempre que se oigan frases tales como «niño católico» o «niño musulmán». Deberíamos hablar de «hijo de padres católicos», si queremos; pero si usted oye a alguien hablar de un «niño católico», párele y educadamente indíquele que los niños son demasiado pequeños para conocer cuál es su postura en esos temas, de la misma forma que son demasiado pequeños para conocer cuál es su postura en cuanto a la política o a la economía. Precisamente porque mi propósito es el aumento de la conciencia, no me disculparé por mencionar esto aquí, en el Prefacio, y hacerlo también en el capítulo 9. Puede que usted no lo diga muy a menudo. Yo lo diré siempre. Ese no es un niño musulmán, sino un hijo de padres musulmanes. Ese niño es demasiado pequeño para saber si es musulmán o no. No existe nada llamado niño musulmán. No existe nada llamado niño cristiano.
Los capítulos del 1 al 10 comienzan y finalizan el libro al explicar, de distintas formas, cómo un entendimiento apropiado de la magnificencia del mundo real, mientras no se convierta en religión, puede asumir el papel inspirativo que histórica e inadecuadamente ha tenido la religión.
Mi cuarto mensaje de concienciación es el orgullo del ateísmo. Ser ateo no es, en absoluto, algo de lo que avergonzarse. Muy al contrario, para alguien ateo es algo de lo que estar orgulloso y llevar la cabeza muy alta el hecho de que, casi siempre, indica una sana independencia mental e, incluso, una mente sana. Hay muchas personas que saben, en el fondo de su corazón, que son ateas, pero no se atreven a reconocerlo frente a sus familias o incluso en algunos casos frente a ellos mismos. Esto se debe en parte a que normalmente la propia palabra «ateo» se ha etiquetado como algo terrible y espantoso. El capítulo 9 cuenta la tragicómica historia de la humorista Julia Sweeney, cuando sus padres descubrieron, al leer un periódico, que se había vuelto atea. Ellos podían comprender que su hija no creyera en Dios, ¡pero ser atea…! ¿Una ATEA? (La voz de la madre se convirtió en un grito.)
Al llegar a este punto, necesito decir algo a los lectores americanos en particular, en cuanto que la religiosidad actual en América es algo verdaderamente excepcional. La abogada Wendy Kaminer exageraba muy poco cuando advertía que hacer bromas sobre religión era algo tan arriesgado como quemar una bandera en un Salón de la Legión Americana. La situación de los ateos hoy día en América es comparable a la de los homosexuales cincuenta años atrás. Ahora, tras el movimiento del Orgullo Gay, es posible, aunque no muy probable, que un homosexual sea elegido para un cargo público. Una encuesta de Gallup realizada en 1999 preguntaba a los americanos si cambiarían su voto y se lo darían a una persona bien cualificada que fuera mujer (un 95 por 100 lo haría), católico romano (94 por 100), judío (92 por 100), negro (92 por 100), mormón (79 por 100), homosexual (79 por 100) o ateo (49 por 100). Claramente, nos queda un largo camino por recorrer. Pero los ateos son mucho más numerosos, sobre todo entre la élite educada, de lo que muchos creen. Esto ya era así incluso en el siglo XIX, cuando John Stuart Mill fue capaz de decir: «El mundo se sorprendería si supiera qué gran proporción de sus más brillantes próceres, incluso de aquellos que la opinión popular distingue como ejemplos de sabiduría y virtud, son completamente escépticos sobre religión».
Esto debería ser más cierto hoy día incluso y, de hecho, presento evidencias de ello en el capítulo 3. La razón de que muchas personas no se fijen en los ateos es que muchos de nosotros somos reacios a «salir a la luz». Mi sueño es que este libro pueda ayudar a la gente a mostrarse. Exactamente igual que en el caso del movimiento gay, cuanta más gente salga a la luz, más fácil será para otros unirse a ellos. Tiene que existir masa crítica para el inicio de una reacción en cadena.
Las encuestas americanas sugieren que los ateos y los agnósticos superan en número, con mucho, a los judíos, e incluso superan en particular a la mayoría de otros grupos religiosos. Sin embargo, al contrario que los judíos, claramente uno de los más eficaces grupos de poder en Estados Unidos, y al contrario también que los cristianos evangélicos, que ejercen un poder político incluso mayor, los ateos y agnósticos no están organizados y, por lo tanto, ejercen una influencia casi nula. Realmente, organizar a los ateos se ha comparado con el intento de reunir un rebaño de gatos, porque tienden a pensar de forma independiente y no se someten a la autoridad. Pero un buen primer paso podría ser generar masa crítica con aquellos que desean «salir a la luz» y así animar a otros a hacer lo mismo. Incluso aunque no puedan juntarse en un rebaño, un número considerable de gatos puede hacer mucho ruido y es difícil de ignorar.
La palabra «espejismo» del título ha inquietado a algunos psiquiatras, que la consideran un término técnico del que no debe hablarse mal. Tres de ellos me escribieron proponiéndome una palabra técnica específica para los espejismos religiosos: relusión. A lo mejor se pone de moda. Pero por ahora insistiré en «espejismo», y debo justificar por qué la uso. El Penguin English Dictionary define «espejismo» como «una falsa creencia o impresión». Sorprendentemente, la cita ilustrativa que da el diccionario procede de Phillip E. Johnson: «El darwinismo es la historia de la liberación de la humanidad del espejismo de que su destino está controlado por un poder mayor que él mismo».
¿Puede ser Phillip E. Johnson el mismo que lidera el ataque creacionista contra el darwinismo en América hoy día? Efectivamente, así es; y la cita está, como podemos imaginar, sacada fuera de contexto. Espero que se valore este hecho, dado que esa misma cortesía no se ha tenido conmigo en numerosas citas creacionistas de mis trabajos, sacadas fuera de contexto engañosa y deliberadamente. Sea lo que fuere lo que Johnson quería decir, me hubiera encantado apoyar su frase tal cual está. El diccionario que acompaña a Microsoft Word define «espejismo» como «una falsa creencia persistente, mantenida pese a fuertes evidencias contrarias, especialmente como síntoma de un desorden psiquiátrico». La primera parte refleja perfectamente la fe religiosa. Y con respecto a si es o no el síntoma de un desorden psiquiátrico, me inclino a seguir a Robert M. Pirsig, autor de El Zen y el arte del mantenimiento de motocicletas, cuando dice: «Cuando una persona sufre espejismos, eso se denomina locura. Cuando muchas personas sufren espejismos, se denomina Religión».
Si este libro funciona tal como yo lo he concebido, los lectores religiosos que lo abran serán ateos cuando lo dejen. ¡Qué presuntuoso optimismo! Por supuesto, quien tiene fe es inmune a toda argumentación; su resistencia ha sido construida durante años de adoctrinamiento infantil, utilizando métodos que han tardado siglos en madurar (ya sea mediante evolución o mediante diseño). Entre los recursos inmunológicos más eficaces figura el cuidado extremo para evitar incluso abrir un libro como este, que seguramente es obra de Satán. Pero yo creo que ahí fuera hay multitud de personas de mente abierta: personas cuyo adoctrinamiento infantil no fue demasiado insidioso o que, por otras razones, no tuvo lugar, o aquellos cuya inteligencia natural es lo suficientemente fuerte como para superarlo. Esos espíritus libres solo deberían necesitar un pequeño estímulo para evadirse totalmente del vicio de la religión. Al menos, espero que nadie que lea este libro pueda decir «Yo no sabía que se pudiera»."
End of quote y pegue.
Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dice Dawkins (y aplaude Espada, supongo), pero en realidad su actitud me parece bastante simplista. Y también me parece un engaño ilusorio su presuposición básica ("engaño ilusorio" capta mejor que "espejismo" el significado del término "delusion").
Como digo, parece que Dawkins escribe presa de un engaño ilusorio. A pesar de que en cierto modo tiene razón. Por supuesto, no hay Dios. En mi mente, ni en mi universo. Pero sí hay Dios en las mentes y universos de otras personas, que, pequeño problema, están en mi universo. Por tanto, Dios existe en cierto modo—como un problema de comunicación, ante todo. Y es una "ilusión engañosa" creer que ese problema se vaya a arreglar en ningún futuro concebible para nosotros.
Y eso es parte de un error más enraizado (hablando de "la raíz de todo mal"). No puede creerse seriamente que la religión sea la raíz de todo mal, como no lo es de todo bien. La religión es un sistema de prácticas y creencias complejas, engarzado en las vidas y costumbres de las personas y las sociedades, y creer que no existiría el 11-S o los talibanes si no hubiera creencias religiosas es como creer que desaparecerían los conflictos con los musulmanes si les obligásemos a quitarse el turbante, que les aprieta la cabeza. Aunque estoy de acuerdo en que el turbante les aprieta la cabeza, y en que las creencias religiosas pueden servir de apoyatura a ideologías y prácticas deleznables y repugnantes (lo hacen constantemente), esas prácticas no desaparecerían con la desaparición (tan hipotética, tan ilusoria) de la religión. Sólo se transformarían, adoptarían otras formas: las religiones del comunismo, por ejemplo, o del fascismo, no son analizadas por Dawkins como parte de este proceso. Establece de entrada una separación artificial entre prácticas religiosas y el resto de las ideologías de control y conformación social. ¿Quitando la apoyatura extraterrestre, les quitaríamos la palanca que permite mover el mundo (a decir de Hume)? —Quiá (por citar ahora a Arcadi Espada). Hay muchos otros sitios donde apoyarla, esa palanca, pues hace falta mover siempre parte del mundo, no todo él.
Sí estoy de acuerdo con Dawkins y Espasa en que hace falta mayor espacio público para el ateísmo. Después de todo, muchas veces nos resultan ofensivas intelectualmente las creencias de otras religiones, y no por ello nos abalanzamos a refutarlas punto por punto. Malo es que el ateísmo, más cargado de razones que todos estos dogmas, tenga que andar pidendo permiso por no ofender. Pero es que los fieles tienen la susceptibilidad más a flor de piel que los escépticos. Aunque en muchos casos la fe en el más allá sea sólo la letra pequeña de la religión entendida como un contrato de convivencia social, letra pequeña que ni se lee ni preocupa demasiado en principio—hasta que alguien llama la atención sobre ella, y entonces buf, tiemblan los montes. Para parir algún ratón intelectual, normalmente.
Y en cuanto al carácter ilusorio de las creencias religiosas, de ilusiones también se vive (pues toda la vida es sueño). Ya lo decía Pope en un texto bastante sarcástico (Essay on Man 1.3)—el mundo no está hecho a nuestra medida, pero ya cuidamos de hacérnoslo a nuestra medida en el más allá, si es preciso.
—"¿Cuál es la auténtica cara de Dios?", me preguntaban Pibo y Otas volviendo del cole. "¿Por qué a Adán y Eva les prohibían comer manzanas?"
— "Bueeenoo…" les digo (problemas de una educación religiosa y laica a tiempo parcial). "Eso de la manzana es una historia que se cuenta para que se sepa que hay que hacer bien las cosas. Ellos habían dicho que iban a obedecer a Dios, y luego no le hicieron caso. Y lo que nos cuenta esa historia es que no está bien hacer lo que hemos dicho que no haríamos."
(Aunque tantas veces lo hacemos… Me acuerdo de un monseñor obispo que cita Julien Benda, al que le decían "¿Qué haría usted, monseñor, si le diesen una bofetada en una mejilla"?— Y el obispo: "Sé perfectamente lo que debería hacer. Pero no sé lo que haría". También con Álvaro hablábamos de esto. Mi versión de esa enseñanza evangélica es la siguiente: Si recibes una bofetada en una mejilla, pon la otra. Si también te dan en ésa, entonces tu respuesta ha de ser violenta, contundente y decisiva).
Y... la cara auténtica de Dios: a los pequeños les he dicho que en cada cultura hay ideas distintas sobre Dios, y que el retrato de la barba blanca (al que se apuntaba Ivo: "Yo le pondría una barba de nueve mil metros") es sólo una manera de pintarlo, pero que en realidad se le pone la cara que se quiere, porque no tiene ninguna, y las historias que contamos sobre Dios son maneras de decir que hay que ser buenos.
– "Bien, pero"—insisten— "¿Quiénes fueron los primeros humanos? ¿Adán y Ella?" (pasábamos por delante de la tienda de modas). "¿O eran los simios?"
Y les digo que hay muchas historias distintas: que la Biblia cuenta la de Adán y Eva, que en realidad no era así pero es para entender que hay que hacer las cosas bien; pero que la ciencia es la que nos cuenta esa historia de que la gente cambiaba poco a poco, y que antes sabían menos cosas, y que antes aún no sabían ni hacer fuego, y eran primitivos, y antes eran casi simios, y antes...
— "Como Rahan", me dicen "—porque antes éramos todos simios"
— "Bueno, tú nunca has sido simio" le digo, "aunque seas muy monito, ya naciste de niño pequeño, sin andarte por las ramas".
— "Yo echo de menos la vida simia", suspira Oscar. "No nos ha tocado mucho rato de vida simia a nosotros. Yo querría comer plátanos en un árbol. Y que me pusiesen una cola postiza duplicada".
– "Hombre, no, Oscar, que hay que ir a mejor. Lo de los simios, déjalo para los simios, y tú aprende bien a hacer las cosas de humanos."
Aún queda mucho por desbastar, aún…
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