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Leyéndonos la mente: Dos artículos sobre narratología cognitiva


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Para iniciar un coloquio sobre narratología cognitiva en Ohio, el 5 de noviembre (Project Narrative and the Working Group in Narrative and Cognitive Theory) se han colgado aquí las ponencias de Alan Palmer y H. Porter Abbott:
http://people.cohums.ohio-state.edu/herman145/CNworkshop.html

Pensamiento narratológico en curso; especialmente útil para desarrollar los conceptos de focalización y de fiabilidad en la narración—y muchas otras cosas, como pragmática e interacción, comunicación no verbal, etc. Pasa la noticia Anne Langendorfer por la lista de correo del Project Narrative.

Palmer habla de "Mentes sociales", la cognición socialmente distribuida—los aspectos públicos, intersubjetivos de la mente, y cómo se tratan en la narración. Nuestras mentes no son ilegibles mutuamente, sino que mediante la comunicación desarrollamos estrategias de atribución de estados mentales, especialmente en grupos sociales unidos. Y frente a los novelistas de la introspección solitaria, del indirecto libre o del stream of consciousness, Dickens es el novelista del mundo social, de las "exterioridades", que son sin embargo comunicativas y creadoras de mentalidad social. Otro aspecto al que señala Palmer aunque no desarrolla es que tampoco nuestra mente privada nos es accesible a nosotros mismos directamente y sin más.

Nuestro propio pensamiento es dialógico, y hay grados de accesibilidad a los demás (a según quien) incluso de muchos pensamientos que en principio se consideran privados y secretos. Gran parte del trabajo de una novela (aquí Little Dorrit) se dedica a trazar estos mapas de mundos mentales, accesibilidades relativas, hipótesis sobre ellos y su estructura cambiante: análisis de las cosas que llegan a conocimiento público y cómo, de las que se saben sin que nadie las diga, de las estrategias comunicativas elegidas por los personajes y su éxito relativo, etc. El análisis de estas interactuaciones comunicativas de los personajes, y sus estrategias respectivas, proporciona un puente crucial entre análisis de los caracteres y desarrollo narrativo, algo que venía descuidando la narratología.

Este análisis también lleva a integrar más atentamente en el análisis narrativo el análisis de la comunicación no verbal: expresiones faciales y gestos, movimientos, posturas, analizados magistralmente por los narradores (Ver aquí un ejemplo mío sobre Nabokov: "Poética de la consciencia subliminal"). Es especialmente interesante el caso de los "sistemas privados de signos" desarrollados mediante la interacción continuada entre personajes que se conocen bien, y la manera en que esto se vuleve materia de análisis para el novelista. A veces la ausencia de un signo es un signo—y otras elaboraciones surgen. (Podría añadirse el desarrollo paralelo de estrategias de interacción verbal, de comunicación por debajo de la comunicación, extrayendo implicaturas sólo válidas en determinado círculo y contexto comunicativo). En Little Dorrit, novela de la mente social y de la observación mutua, es especialmente notable el desarrollo de un vínculo comunicativo ad hoc entre Clennam y el impenetrable Pancks.

Los personajes crean, pues, con sus lazos comunicativos, unidades intermentales superiores a los individuos, grupos con estrategias intersubjetivas y rituales comunicativos propios cuya constitución, historia o funcionamiento son descritas por el novelista—la "Sociedad" como tal en el lenguaje de Mr. Merdle es un grupo tal en Little Dorrit, un grupo especialmente atento a las apariencias establecidas.

La mirada (aparte del uso que se hace de ella en el análisis de la focalización) tiene una importante función intersubjetiva y comunicativa: puede expresar búsqueda de información, conceder información, avisar, agradecer, expresar curiosidad, crear lazos, intimidar, controlar… Y estas funciones pueden ser bien interpretadas o malinterpretadas por los personajes. (Aquí usa Palmer un bonito neologismo para designar a la persona mirada: "the lookee").

Otro concepto útil es del de cognición físicamente distribuida, que consiste en atribuir y adjudicar nuestras tareas cogniticas al entorno, con textos etc.—o convirtiendo lo que nos rodea en texto o "ayuda cognitiva" (Dennett). Un entorno familiar es cognitivamente más informativo: como dice Dennett en el caso de los ancianos, "sacarlos de su hogar es literalmente separarlos de grandes secciones de su mente"—algo que Dickens también analiza, nos dice Palmer, por ejemplo en el caso del Sr. Dorrit, tan acostumbrado a la cárcel Marshalsea que se desorienta cuando lo echan de allí—Una teoría semiótico-narrativa de la familiaridad cognitiva, pues.

Especialmente divertido (o patético, o trágico) es el esfuerzo dedicado por los personajes a fingir y comunicar la ficción de que no hay comprensión intermental. Algo que podríamos relacionar con los análisis de Goffman sobre las estrategias interaccionales para preservar mutuamente el rostro social propio y de los demás (en Interaction Ritual)—me extraña no ver a Goffman citado en un artículo sobre la interacción intersubjetiva.

Estos análisis de la perceptibilidad de otras mentes, y su carácter más o menos fiable, pueden ayudar a completar, dice Palmer, las discusiones sobre focalización (perceptible, imperceptible, etc.) o narración (fiable, no fiable…). En suma, ha de tenerse en cuenta en narratología el análisis de la comunicación intermental, y no sólo el de la mente introspectiva y cerrada a la percepción externa.

Frente a esta teoría intersubjetiva e interaccional sobre la mente, Porter Abbott pone un énfasis en las "Mentes ilegibles"—y a las mentes socialmente legibles de Palmer les opone Porter Abbott dos tipos de mentes ilegibles.

Especifica que no se refiere a interpretaciones mentales erróneas (misreading minds), que es otro problema de gran interés para la teoría narrativa, ya porque los personajes malinterpreten estados mentales de otros personajes, o porque lo haga el lector. (Otra cuestión insuficientemente diferenciada es si el lector tiene o no tiene interpretación privilegiada sobre esos estados mentales y malas lecturas—cuestiones de orientación de punto de vista).

Las mentes ilegibles pueden ser patológicas (como en las novelas de Mark Haddon El curioso incidente del perro a medianoche, o en Talk Talk de T. C. Boyle). El autismo, la sociopatía, etc. plantean problemas de interpretación (una cuestión a relacionar con los narradores no fiables, si estos personajes son además narradores). La atribución de locura es con frecuencia el resultado de la incapacidad de interpretar a una persona o personaje—otra cosa será que la obra, o el lector, sancione o contradiga las atribuciones de "locura" hechas por un personaje sobre otro. Distribuciones relativas de la ceguera o impenetrabilidad mental, vamos, como elemento a tener en cuenta en la interpretación y análisis de la novela. Es interesante la alusión de Abbott a una novela como Regeneration, de Pat Barker: allí la patología mental o "shell shock" sufrida por los soldados en las trincheras es diagnosticada por el médico Rivers como una reacción ética contra la demencia oficial de la guerra, una protesta que no puede hallar otro tipo de expresión en ese ambiente político y social.

(Me pregunto si no existe, por otra parte, un continuo entre las mentes ilegibles de Porter Abbott y las mentes mal leídas—pues la ilegibilidad o no legibilidad depende en parte del lector, y una ilegibilidad sancionada por la obra misma en la figura de su lector implícito puede transformarse en legibilidad para un lector "resistente" o disonante).

Más detalladamente comenta The Life and Times of Michael K de Coetzee (una K que alude a un ilustre precursor de la ilegibilidad). Es ésta una novela en la que se reconoce la simplificación inherente a "nombrar" o "entender" a alguien, a través del personaje del médico que busca contactar con Michael K: "El resultado es un monólogo esforzándose sin éxito por volverse diálogo, y curvándose continuamente otra vez hacia el sujeto en primera persona". Algo parecido sucede en Waiting for the Barbarians con la mujer bárbara, y en otras novelas de Coetzee—eso a pesar de los esfuerzos de los narradores, tan atentos al Otro como Levinas.

Otro ejemplo es "Bartleby el escribiente" de Melville—una narración "dickensiana" en la que irrumpe la ilegible figura de Bartleby y su inexplicable "preferiría no hacerlo". Bartleby también desafía nuestra tendencia a ascribir motivos y a categorizar a la gente en tipos, estrategias útiles para hacerlos comprensibles. (Observa Porter Abbott un precedente más "legible" de Bartleby en el casi inexistente escribiente Nemo de Bleak House). Tras pasmar a su jefe, Bartleby desafía luego los poderes de interpretación de los críticos, que también buscan atribuirle significado, alegorizarlo, hacerlo legible convirtiéndolo en un símbolo—pues en tanto que personaje es ilegible. Y si el cuento apunta una explicación o rumor—que Bartleby había trabajado en la Oficina de las Cartas Muertas—quizá exprese así la necesidad de normalizar o explicar lo ilegible.

Frente a estos ejemplos de ilegibilidad por empobrecimiento representacional, otra estrategia posible es crear ilegibilidad mental por exceso: personajes demasiado variados o con demasiada información asociada.

También se podría tratar la ilegibilidad no de la mente de un personaje, sino del texto—en tanto que sentido producido por un autor implícito que resulta ser impenetrable o enigmático. Quizá estas cuestiones de interpretación o "lectura" de personajes se desarrollen en culturas altamente alfabetizadas, mientras que los textos orales se presentan como todo superficie, sin nada que haya que interpretar.

Ahora bien, siempre es labor del lector encontrar lo que falta, y lo que hay, y descubrir no sólo lo que hay de legible sino lo que hay de ilegible en un texto. Muchos huecos no existen hasta que se abren un hueco en la experiencia lectora.

En suma, dos ensayos muy sugestivos y recomendables. En los que si echo en falta algo—bueno, se empieza a echar en falta en todas direcciones, de tantas ideas que sugieren para desarrollar—sería, en todo caso, un enfoque más sistemático a la hora de ver cuál es la dimensión específicamente narrativa de la ilegibilidad de un personaje. O de una persona. Que se vuelve un personaje, más o menos legible, desde el momento en que contamos una historia sobre ella.

La dimensión esencial que parece aportar la narración al problema de la legibilidad es, me parece, la retrospeccióncon lo cual quizá arrimo esa sardina a una ascua muy central—la diferencia que hay entre la legibilidad/ ilegibilidad del carácter en directo, y las complejidades de presentación de esos problemas de legibilidad vienen dadas la comprensión mayor, la ironía proporcionada por la retrospección: así, en general, hay una mayor legibilidad que surge con el paso del tiempo, que casi todo lo acaba trayendo a la luz, y casi todo lo hace en última instancia comprensible. Al menos en la versión que nos dan los narradores.

O bien puede perfilarse más claramente, mirando hacia atrás y con el paso del tiempo, una ilegibilidad que después de todo sigue desafiando la comprensión. O incluso una que se crea retroactivamente, abriéndose como un espacio en negro o un agujero blanco de impenetrabilidad en el seno de lo que antes creíamos entender.


PS, noviembre 2007: Puede verse en la página web del Project Narrative el debate en Ohio tras la presentación de los artículos de Palmer y Porter Abbott: http://projectnarrative.osu.edu/events/video.cfm

La narratividad

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