Apólogo del bufón
A Federico Jiménez Losantos le acaba de condenar un juzgado a una multa de cien mil euros por atentar contra el honor de Zarzalejos, el antiguo director del ABC. Sale la noticia el mismo día en que se condena al Solitario a indemnizar a las familias de dos guardias civiles con 150.000 euros, por matarlos.
Supongo que es para que se vea clarito quién cuenta y quién no cuenta, o (quizá) quién se considera el auténtico peligro social, o quién molesta más al sistema.
A Jiménez Losantos lo han freído a apelativos e insultos, y él a ellos, en todos los medios simpatizantes del gobierno—empezando claro por la SER y Onda Cero. Y los dos bandos han decidido llegar a los tribunales—Federico denunció a Garzón por acusarlo de "venal", así que tampoco puede decir que él no judicialice el asunto.
En todo caso parece que lleva las de perder. En el asunto Garzón, se queja el locutor de que el acusado Garzón y su colega el juez que llevaba el caso estuvieron departiendo amablemente en privado antes de la vista. Casi ná: jueces para la democracia. Una causa que por supuesto no llegará a nada, ésta.
Las causas contra Federico parece que tendrán más éxito. Porque la opinión pública y el consenso de los poderosos crea un ambiente en el que los jueces dictan resoluciones abusivas y anticonstitucionales, que sin embargo surten efecto, y han de ser recurridas, con un resultado incierto en las instancias superiores (a las que Federico también ha ofendido repetidamente). El resultado va a ser el que anunciaba Federico: el amordazamiento de la libertad de expresión, pues pocos particulares pueden estar aguantando alegremente condenas de cien mil euros una tras otra.
Yo estoy de acuerdo con muchas de las opiniones de Federico—y con las que no estoy de acuerdo me parece que tiene perfecto derecho a expresarlas. La manera de hacerlo es otra cosa—y claro, el caso está liado porque en la expresión van muy ligadas la manera de hacerlo y lo que se hace. Nadie negará que las maneras, los despotriques y calentones, forman parte del estilo que ha hecho de Federico una estrella mediática—y censurar las maneras también es atentar contra la libertad de expresión. La sentencia busca, supuestamente, conjugar el respeto a esa libertad con el derecho al honor, pero lo busca muchos metros más allá de la línea adecuada. Es ridículo reprochar a Federico que juegue con los nombres o que ponga motes—bueno, sería ridículo si no fuera esto siniestro, por ser una sentencia que regula lo que se puede decir en público y lo que no. En todo caso, lo que va a misahn son las sentencias, no mis opiniones ni las de Federico, y si el país se pone las normas que se pone, o acepta las limitaciones que acepta, la solución es callarse o emigrar.
Aunque creo que optará Federico por seguir denunciando... con menos expresividad.
Frente a las denuncias de Federico de cómo las autoridades y los políticos falsean y pervierten las instituciones y las leyes, podemos contrastar el punto de vista de la "víctima", Zarzalejos, explicando cómo ve él la cosa. Nos dice Zarzalejos sobre Losantos, cito de memoria:
"Este señor ha tomado un papel que es el del bufón. Se cree que porque va y dice que el Rey debería abdicar, se cree que es alguien. Pues no. El bufón en la corte es el que dice lo que la gente decente piensa y no dice. Pero él va y lo dice. Porque es el bufón. Claro que lo normal entonces es que el rey o la reina va y le pega una patada y lo manda a rodar por la sala".
Analicemos este apólogo del bufón, más instructivo de lo que parece.
Nos dice Zarzalejos que él (importante periodista) no dice lo que piensa. Él se coloca en el papel del cortesano, el que busca medrar, calla, no denuncia las falsedades y vicios de la Corte, sino que participa de ellos, y busca atraerse con su silencio el favor del Rey. Es el que, cuando el rey va desnudo, alaba las ricas telas de su traje. Y además tiene una alianza tácita no sólo con el rey sino con los demás cortesanos para mantener esa ficción pública. De hecho es esa su función como cortesano—un papel con el que él se identifica tan plenamente que no duda en utilizar este apólogo para desacreditar a Losantos. Parece ignorar que toda la crítica ilustrada de la modernidad, y la razón y la moral, están del lado del bufón, y no del cortesano. O bien lo sabe, pero le trae al pairo, porque sabe quién puede dar patadas y quién no.
Zarzalejos sabe que el bufón será castigado por una Real Patada. Naturalmente, aunque esto no lo dice, no es el rey mismo quien anda dando patadas. Para eso está el Consenso de los Cortesanos. Los que quieren medrar—como estas juezas que condenan a Federico—o los que ya han medrado, como los ladrones de guante blanco que tenemos en las más altas instituciones. La dirección en la que sopla el viento está clara—como dice Bob Dylan, no necesitas ningún hombre del tiempo que te la indique. Así que nadie tiene que dar instrucciones precisas de qué hacer, basta saber dónde se ubica cada cual para saber dónde tiene que caer la patada. La patada se premia con cien mil euros.
Este sistema, que es plenamente feudal y cortesano, no tiene nada que ver con lo que supuestamente defiende la Constitución—libertad de expresión y de crítica y cátedra y demás zarandajas. Esa libertad queda bonita allí escrita, para cubrir el expediente, pero luego viene la letra pequeña: las alianzas tácticas de los poderosos, y las acciones teledirigidas de los lameculos, se encargarán de acotarla cuidadosamente en cuanto haya un consenso de que alguien molesta. Zarzalejos reconoce que su fábula del Antiguo Régimen es plenamente válida en el presente—que de hecho siempre vivimos en un régimen vigilado. Que al Rey no se le puede criticar. Y que, sea la patada constitucional o no, desde luego ningún cortesano va a criticarla. Antes bien, habrá aplauso generalizado: "Buena patada, Majestad".
Con lo cual en realidad Zarzalejos y Federico están de acuerdo en su diagnóstico del sistema: Cratocracia, y Feudalismo, disfrazados de democracia—un sistema que no cambia más que de mano de pintura. Lo que pasa es que uno lo acepta, y lo va a defender (y encima se forra), y el otro en cambio lo denuncia y lo ataca.
¿Quién es más coherente? Zarzalejos, por supuesto.
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