Old Mortality (A Fallacy in Nature)
Estoy leyendo estos días no a Walter Scott sino a Browne, releyendo Hydriotaphia:Urne-Buriall, o quizá debería decir leyéndolo por primera vez... hay quien dice que es imposible releer, por lo de Heráclito, pero me refiero a que en este ejemplar tengo que cortar muchas hojas aún sin separar de la imprenta, y eso que la edición es de 1927. Hay algo melancólico, en leer este libro, un clásico sobre la mortalidad, los ritos funerarios y los sueños de posteridad, y ver que nadie se ha molestado en pasar la vista por sus letras cuidadosamente impresas y sus notas al margen, en ochenta años. Probablemente nadie volverá a hacerlo.
También se hace melancólico contemplar con distancia irónica la propia ironía compasiva de Browne, sus reflexiones desengañadas sobre la vanidad de la fama, y sobre los sueños de los viejos difuntos, sueños de ser recordados años después de su muerte, o de vivir de algún modo para la posteridad a través de la memoria de sus hechos, o de un monumento funerario. Browne, cristiano ortodoxo, coloca más esperanza de pervivencia en la inmortalidad del alma y en la salvación. Con eso se quedó.
Melancólica ironía sugiere, sobre todo, cuando reflexiona sobre los descreídos del más allá:
Quizá ya se apunta en Browne, en su manera de decirlo, la sospecha (pues un médico siempre es sospechoso de descreimiento) de que esa tendencia a la futuridad y esa sed de vida eterna no es suficiente prueba de que lo que desea sea una realidad. Un siglo después Pope dirá con más sarcasmo eso de que
Man never is, but always to be blest"
postponiendo así la fruición de las esperanzas humanas de inmortalidad a un mero deseo por defecto, un futurible que por definición jamás se hará presente— "a fallacy in nature" como dice Browne, en efecto, o al menos un ejemplo de esa paradoja inherente que nos hace "the glory, jest, and riddle of the world". De ahí hay un breve recorrido de descreimiento hasta ver al hombre como pasión inútil que decía Sartre, o como un ser fundamentalmente desajustado con su propio ser, sin asidero seguro en sí mismo, un culo de mal asiento metafísicamente hablando. Pues la mayoría necesita religiones, aunque muchos saben que no son sino sueños de la razón y de la fe.
Browne cree un poco a la manera de quienes creen como solución rápida y conveniente, pero a la vez no para de cuestionar otras opiniones y creencias falsas—aquí, o en Pseudodoxia Epidemica (Vulgar Errors), con una fascinación extraña, un poco a la manera de un creyente que, por inteligente, no está muy seguro de que las propias creencias sean menos falaces o menos absurdas, vistas desde afuera.
Aunque también podemos imaginarnos que estamos fuera de esa caverna, y ver cómo todas las certidumbres parciales de Browne no hacían sino más inciertas las sombras de la pared, y todas sus contemplaciones serenas e irónicas de los errores de otros no descansaban sino sobre los errores propios, de una magnitud apenas intuida, a pesar de la sospecha.
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