El viaje del elefante
sábado 8 de agosto de 2009
El viaje del elefante
Es esta novela de Saramago un tanto cansina, como si se hubiese forzado a sí mismo a escribirla. Cuenta el viaje de un elefante hacia 1551, desde la corte del rey de Portugal hasta la de su primo el archiduque Maximiliano de Austria, primero con un pequeño cortejo de portugueses de Belem a Valladolid, y luego acompañando al séquito de Maximiliano hasta Viena, con Alpes y todo. El elefante va por obligación, claro, por ocurrencia real, al igual que llegó a Portugal por capricho de alguien, él y su cornaca Subhro. Y de estas circunstancias sobrevenidas y obligaciones de la vida va la novela en parte. También sobre las ceremonias y atenciones y curiosidades más o menos gratuitas de los seres humanos, para quienes (por las circunstancias que decíamos) un elefante es algo excepcional, si bien en sí un elefante es... habría que preguntarles a los ciegos, o al cornaca quizá. Es un cornaca un tanto filósofo resignado, nada espectacular tampoco, un observador del lo que le ha tocado observar, prudente a la hora de no pisar callos de nobles y militares, tan susceptibles ellos. Si el elefante podría ser excepcional, sólo de ahí viene lo excepcional del viaje, inspirado a Saramago en una cena en el restaurante El Elefante de Viena, a donde también viajó él, como un elefante memorable paseado y homenajeado. Nada especial tiene la novela, pero es de Saramago, y de un elefante. Eso la hace especial, y su consciencia de esto, discretamente llevada, la hace reflexiva. Durante el viaje hay que atender muchos asuntos prácticos que requiere escoltar a un elefante, sobre todo con séquito y ceremonia, dan ganas de dejarlo en Portugal. También hay tiempo para filosofar; el narrador divaga, no se ocupa mucho de pastorear sus ideas, ya llegará al final, el elefante sigue andando mientras tanto, aunque el cornaca esté con la cabeza en otro sitio, a la India no nos consta que vuelva. Sí fantasea eróticamente, el cornaca digo, o es el narrador, con la Archiduquesa, que al parecer está buena, pero todo sexo es virtual aquí, es el Archiduque quien se la beneficia en realidad, suponemos. Subhro el cornaca (rebautizado Fritz por el archiduque) sueña que rescata espectacularemente a esta mujer de una caída alpina, con su elefante, pero nada, es todo virtual, una divagación, no hay aventura, nada pasa, los lobos no atacan, los soldados no montan pelea, y sin embargo la novela avanza pasito a pasito. El elefante gusta a Maximiliano, es exhibible, sabe que aunque no haga nada ni pase nada, impresiona y figura, todos al fin sometidos a las necesidades de la política, hasta Salomón el elefante, rebautizado Solimán por el archiduque. Un milagro tiene lugar en Italia, donde la contrarreforma está en marcha y se buscan excepcionalidades, el elefante se arrodilla en un santuario, pero va instruido por el cornaca, instruido a su vez por una autoridad eclesiástica. Mejor no buscarse líos. Es un milagro falsificado. Igual da, la gente hablará del milagro, también de la novela, aunque no sea milagrosa, un elefante siempre es símbolo de la edad, y de la sabiduría, me recuerda la Dra. Penas. Y tiene su lugar en este mundo, sí, pero poquito, el mundo es más trabajo y ceremonia y espectáculo dirigido, que sabiduría. También salva el elefante a una niña, dicen, pero no, no la salva, es sólo que no la pisa, es un elefante bien enseñado, Solimán o Salomón, calmo y civilizado, tiene sus humores, pero nunca se encabrita ni hay que luchar con él, se deja llevar, sigue andando como un participio de presente. El momento en que el elefante se desmanda no llega nunca. Al final la novela se lee y acaba, y el viaje, y ay, hasta la vida del elefante; Saramago también se sabe viejo, y falsamente excepcional a su manera, puede que viva mucho pero puede que no, y bueno, la vida tampoco es tan espectacular, una vez paseada, aunque seas un elefante, o quizá por eso. Es un camino del que poco nos salimos; casi es todo más expectativa que otra cosa, mientras andamos.
Saramago, José. El viaje del elefante. Madrid: Alfaguara, 2008.
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anita -