Miscreants
O: sobre ateos, bellacos, escépticos, herejes y aguafiestas. Sobre la creencia en mitos oficiales, dice Brian Boyd en On the Origin of Stories: "Si vemos la creencia como la marca de una voluntad de comportarse respetando las prácticas colectivas del grupo, y un potente apoyo para la cooperación, incluso podemos ver la renuencia a creer como un reto a la unidad del grupo y equivalente en la práctica a la traición" (206).
Sea como sea, parece claro que la creencia funciona más en el sentido inverso que en el que ingenua o interesadamente le atribuimos (y es que la ideología borra sus propias huellas...). A saber, lo que sucede no es que creemos en alguna religión y por tanto practicamos sus rituales y pertenecemos a su comunidad, sino que es al revés: pertenecemos a una determinada comunidad y por tanto creemos en sus mitos y practicamos sus rituales. Esto, que parece fácil de comprender, e incluso generalmente aceptado, no lleva sin embargo al descreimiento general. ¿Por qué? Lo acabamos de explicar. Sin embargo, la consciencia de que nuestras creencias son las que son porque somos quienes somos y vivimos donde vivimos, sí hace que estén siempre a un paso de tambalearse, al menos en Occidente y en la modernidad. En cualquier caso, cada cual ha establecido un compromiso confeso o inconfeso entre la ortodoxia oficial y los límites de lo que está dispuesto a creer en privado, o en público, sobre inteligencias divinas y sobre el más allá: "Algo tiene que haber—etc."
De una letter to a friend, el otro día:
"En un mundo de creyentes, y en una educación mayormente de creyentes que es la que recibimos, creo que quien se hace ateo o agnóstico es porque rechaza en cierto modo aspectos importantes de la educación recibida. Y eso puede hacernos desagradables o incorrectos para quienes no cuestionan esas cosas, o para quienes buscan un acomodo menos "confrontacional" con la comunidad. En lo que a mí respecta, no intento convertir a nadie. Antes era más militante (ateo militante quiero decir) aunque nunca mucho; ahora evito discutir sobre estos temas con creyentes porque me dan un poco de penica: nunca son coherentes, y como se han montado un chiringuito mental de creencias muy ad hoc, les resulta molesto intentar aplicarle la racionalidad. No es entender el mundo lo que buscan, sino algún tipo de apaño o consuelo mental, y me parece poco elegante hurgarle a la gente en eso. A poco que les hagas hablar, la mitad no están seguros de creer en nada, tampoco, pero no les gusta admitirlo. No lleva a mejores relaciones con ellos, normalmente. Vamos, que me parece un punto flojo en la cabeza humana, uno de otros si quieres, y es mejor no meneallo mucho. Vamos pasando por la vida en equilibrio precario, como transportando una pila de platos mal puestos, y casi es mejor que no se caigan, aunque a veces sea divertido el espectáculo de la vajilla rota..."
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