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Vanity Fea

Sobre el pañuelo y el velo y el burka

sábado 24 de abril de 2010

Sobre el pañuelo y el velo y el burka

Está bien, parece que el tema va a más, y va a haber que opinar sobre esta cuestión que no sé por qué se pone de actualidad precisamente ahora, como si el pañuelo en la cabeza o el velo lo hubiesen inventado este año. Por mí a las musulmanas que las dejen ir con pañuelo por donde quieran, pobrecillas, hasta a bañarse en la piscina... que a mí me obligan a ponerme gorro de baño, aunque soy calvo, y bien que me revienta esa normativa.

Por la calle, me parecería inadmisible, y un abuso sólo propio de abusones, o mejor de fanáticos, que se les recriminase o no se les dejase circular con su pañuelo. En los edificios privados y públicos creo que la cosa cambia un tanto. Admito que tienen que seguir, como todo Cristo, la normativa interna de las instituciones relativas a vestimenta. Tanto si a esas normativas les da por hacer reglas distintas para musulmanes y para cristianos, como si no. Y si no les gusta, que se vayan a otra institución, que hay para elegir.SB

Ahora bien, resulta que cuando las instituciones de las que hablamos son instituciones públicas, me parece mal que hagan normativas cada cual a su aire y de su padre y de su madre. Aquí debe seguirse un criterio atento a la tolerancia con la diversidad que es admisible en espacios públicos. La tolerancia, creo, es requerible. Porque si a una junta de colegio le da por prohibir la manga corta, o la falda, pues prohibida queda, pero ¿por qué habrían de estar los ciudadanos, copropietarios de esa institución, sometidos al gusto arbitrario de unos gestores en concreto? Esos gestores habrían de atenerse, por cortesía cuando no por ley, a lo que es admisible según las leyes y costumbres del país. Y deberían hacer uso de cierta tolerancia para prácticas que aunque no sean generales sí sean comunes en grupos minoritarios, y sean admitidas sin problemas en la convivencia normal fuera de ese local donde ellos rigen y reinan. Que es de todos, como la calle.

No entra en las costumbres mayoritarias del país llevar pañuelo en la cabeza, OK. Pero ¿por qué habría que acogotar a quien quiera llevarlo? Porque tú haces una lectura que te parece ofensiva para el género femenino, etc etc... Pero oye, que a tí no te ponen el pañuelo. Déjale a quien lo lleva que haga su lectura del asunto, que seguro que no es como la tuya. Si no pañuelos, sí pañoletas, mantillas, sombreros, gorros y boinas se llevan o han llevado con normalidad sin que nadie (menos Esquilache) intentase venir a arrancárselos al personal. Estaba la ley no escrita de que los hombres se descubriesen bajo techado, pero nunca he sido yo partidario (más bien al revés) de convertirla en ley escrita, y de irle a tocar las narices a la gente diciéndoles que se tienen que quitar el sombrero por mis gustos particulares. Yo por cierto voy con gorra a donde me da la gana, a veces hasta a dar clase, y cuando alguien me ha dicho que me la quitase le he dicho educadamente que se metiese en sus asuntos. Evito llevarla en las iglesias, que no son públicas, y donde sé que molesta tradicionalmente, pero también evito las iglesias en lo posible. (Por cierto que no hace tanto que las mujeres tenían que ir con mantilla a la iglesia, y supongo que hace un poquito más también fuera de la iglesia. De tener que a no poder va un trecho).

Más inhabitual es taparse parte de la cara en público, aunque hay precedentes, claro, más desaconsejables, esos embozados y chulapones de tiempos de Esquilache. Entramos en terreno dudoso. Yo aquí soy partidario de respetarle a la gente el derecho a ir semitapada, si quiere, pero también el derecho de los demás a manifestarles su extrañeza o a pedirles que dejen ver la cara, sobre todo si ésto tiene consecuencias administrativas. Y especialmente en los edificios públicos. Por la calle, que cada cual vaya como le dé la gana, opino yo, mientras cumpla la normativa municipal contra escándalos públicos. Que es bastante laxa, que yo sepa: aquí en Zaragoza al menos se puede ir en pelotas sin que nadie arreste a nadie; yo particularmente prefiero ver a un tipo con chilaba integral que en pelotas. Y la mayoría de las mujeres también ganan bastante tapándose un poco.

En cuanto a lo de ir con burka a los sitios, ahí sí que me parece bien que las normativas sean más estrictas. En sitios privados, por supuesto, "reservado el derecho de admisión y de vestimenta": ni gente con calcetines blancos ni con burka. En edificios públicos, sí me parece una prenda detestable e intolerable, y soy partidario de que quien la quiera llevar, que la lleve en su casa, y por la calle. Eso sí, con recomendaciones a los policías de que investiguen constantemente si quien va así tapada (con el burka o con una máscara del Joker, me da igual) es alguno de los criminales más Wanted de los carteles. Les enviaría a los asistentes sociales a asegurarse de que realmente quieren las pobres cabezas vestir así, y a educarlas si se dejan. Pero sí que les dejaría vestir así si realmente quieren.

En fin, así entiendo la combinación de tolerancia e imposición que inevitablemente todos trazamos en un sitio u otro. Aborrezco las religiones cuando pasan a regular el espacio público. Y un poquito más al Islam, que es muy militante en esto en sus países. Pero me parece mal suprimir la tolerancia y restringir derechos por algo que en última instancia es una opinión mía—y me parece alarmante ver con qué velocidad se lanza la gente a prohibir cosas cuando parece que es un grupo minoritario y extranjero el directamente afectado. Con muy buenos argumentos feministas, eso sí—pero la prisa que se ve por imponer, por prohibir, y por dictar ideas y comportamientos, combina mal con tantas proclamas de ilustración y tantas ganas de liberar las cabezas.

(PS: Un par de columnas periodísticas al respecto. La primera, bastante razonable e informada, de Guillermo Fatás en el Heraldo, conciliando el interés general y la lucha contra el machismo, en difícil equilibrio con el respeto a los derechos y gustos individuales. En cambio en ésta de Antonio Domínguez El Periódico de Aragón se introduce un simplismo y una falacia frecuente en estas discusiones: se equipara la supresión de símbolos religiosos en edificios públicos a la prohibición de que los individuos los lleven—como si una cosa fuese igual de razonable que otra, o como si la apariencia del individuo también fuese propiedad del Estado. Mal camino ése.)

El derecho a la blasfemia

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