La vida es sólo fantasía
jueves 28 de abril de 2011
La vida es sólo fantasía
"El que no inventa,  no vive" es la frase que sintetiza el discurso de aceptación del Premio  Cervantes de Ana María Matute. Es cierto, al menos, que quien vive una  vida humana tiene que inventar, y si no le da la cabeza para ello, al  menos tiene que participar de lo que otros han inventado. La vida es  sólo fantasía, decía Miguel Bosé,  otra frase que señala hacia una cierta verdad aunque lo haga  exagerando, para que captemos el mensaje. Aquí está el discurso de Ana  María Matute, un elogio de la invención y en concreto del cuento:
  
 
 
 
 Sobre la autoinvención del hombre, leo a la vez en María Zambrano, en Hacia un saber sobre el alma, que  la vida humana es inherentemente crítica, que la crisis tiene un  elemento de autoinvención que la convierte en un momento intenso y  característico en el que asoma claramente algo que somos. Me hace pensar  esto algo que me dijo hace años la Dra. Penas, otra del 56, no sé si  habiendo consultado o no a Zambrano al respecto—que la crisis auténtica,  lejos de ser un momento de crisis, es una condición permanente en la  que instalarse—bienvenidos a la crisis, cuando se abandonan las viejas  certidumbres y pasas a reinventarte no por afición sino por necesidad.   Los homo sapiens estamos más en crisis que los animales que nos rodean,  siempre inventando historias nuevas para entendernos o para evitar  entendernos. "Y es que el animal nace una vez, mientras que el hombre  nunca ha nacido del todo, tiene el trabajo de engendrarse nuevamente, o  esperar ser engendrado" (Zambrano, "La vida en crisis", 94). Me parece  que mucho deben las reflexiones de María Zambrano a la desilusión de  enfrentarse a la pérdida de la fe y de las creencias tradicionales,  aunque evita darle un tono personal o confesional al artículo, y mucho  menos hacer alusiones directas a creencias que antes tuviese y que ahora  da por creencias falsas. Total, las creencias que las sustituyan, si  nos atenemos a la vida en crisis, no tendrán la certidumbre que tenían  las anteriores, más vale analizar el movimiento mismo de la crisis como  algo inherente en lo que instalarse:
 
 
 Este self-fashioning ha sido  analizado por otros como característico especialmente de la condición  moderna, o postmoderna, u occidental—que por tanto habría que  caracterizar segun parece como quintaesencialmente humana (sin ánimo de  ofender). Toda cultura humana es creativa, pero la contemporánea es ya  no digo cualitativamente, sino cuantitativamente más creativa. Nos  inunda una masa de productos culturales, de imágenes y de ficciones.
 
 He estado en la tercera y última conferencia de Agustín Sánchez Vidal sobre "la especie simbólica",  título que toma del libro de Terrence Deacon. Y también allí trataba  sobre la importancia de las ficciones—empezando por las metáforas y  símbolos, y siguiendo por las historias que nos recontamos—para  humanizarnos y hacernos y entendernos. Un tema parecido al que trató en  su conferencia sobre el por qué de las ficciones.  En las preguntas, le he preguntado sobre el equilibrio necesario entre  la creación de ficciones, inventarnos con nuestras ficciones, y a la vez  mantener un centro de gravedad permanente—un  anclaje en la realidad de lo que al fin somos, de la que irradian las  ficciones. En su respuesta ha remitido a los arquetipos de historias  posibles, y al hecho de que siempre nos inventamos sobre una gama  limitada de historias posibles o de metáforas posibles. Era la tesis de  Northrop Frye, y supongo que es, en lenguaje biológico-evolutivo, la  tesis de Brian Boyd en su libro sobre El origen de las historias, que también citaba Sánchez Vidal. Historias en el sentido de ficciones, narraciones. 
 
 Decía Sánchez Vidal que preferimos las ficciones a la realidad—nos  atraen irresistiblemente, es una predisposición genética que tenemos a  ellas. Pero quizá también sea cierto que de todas las ficciones,  preferimos las que parecen reales. De hecho, aún más—preferimos las  ficciones que creemos que son  reales. Así es como logramos construir un mundo virtual para habitarlo,  con el lenguaje, con las historias de ficción, pero también con todas  las mitologías vivientes, esas que analizaba Roland Barthes, y que no  llamamos mitologías, sino religiones, ideologías, verdades sin más,  verdades construidas: Creeos mis ficciones, decía Ana María Matute, porque me las he inventado. Por  eso tienen la certidumbre de que son algo que la mente necesita—lo ha  puesto frente a sí misma, para adorarlo. Pero lo que se inventa para  adorarlo es un ídolo, y vivimos de muchos ídolos, de la tribu, del  teatro...
 
 Nos creamos un nicho virtual —un nicho ecológico—  donde habitar, una realidad hecha de palabras—y de edificios, y  rituales, y relaciones, edificados con y sobre las palabras. Lo llamamos  nuestra cultura. Una realidad virtual hecha de lenguaje.  La realidad otra, sin esa, sería una realidad animal, o una realidad  sin forma, un monstruo hecho de una mezcla de humano y animal, donde no  podriamos habitar sin horror, nos dice Zambrano—no sé en concreto en qué  horrores estaba pensando ella, o la acechaban, pero sí alude a ellos  indirectamente, cuando dice que hay algo en nostoros, un instinto  religioso quizá, "que nos avisa de lo monstruoso de la realidad que nos  rodea y más aún de la construidad por el hombre mismo, lo que se queja y  se rebela" (95). Quizá sea insuficiente la realidad que encontramos  construida por los otros, y también echamos de menos el paraíso  prehumano del que entramos en ella—y de ahí la crisis—el impulso a  rehacerla y a rehacernos, en movimientos contradictorios, con otra  ficción quizá. 
 
 "Como no encontramos nada a nuestra medida, nos es necesario hacerlo,  construir un mundo habitable y que en cierto modo supla lo que nos  falta, y haga a la vez soportable nuestra condición de seres nacidos  prematuramente" (97). La neotenia según Zambrano, podríamos decir. En  fin, utiliza esta noción de los humanos como culos de mal asiento para  explicar el nacimiento de la filosofía, que va más allá de las  apariencias, "algo que, como se sabe, no todos los hombes ni todas las  culturas han sabido ni querido hacer" (98). En general, de hecho,  podríamos decir que las culturas en principio buscan preservarse, no  abandonar sus ficciones sino perpetuarlas... claro, que la mera  transmisión de ellas, o el contacto con otras culturas, las hace  cambiar—eso por una parte, y por otra, ya hay culturas como la nuestra  donde el cambio en sí ya está instalado como valor permanente—el progreso, la contestación y rechazo de lo tradicional y heredado. Hay en la  reflexión sobre la crisis de Zambrano una cierta reflexión sobre la  modernidad y el nihilismo—la amenaza de crisis permanente:
 
 
 Es curioso que en la dialéctica que establece entre filosofía y  religión, se resiste Zambrano a dar a una el papel de sembrar esperanzas  y a la otra de destruirlas. Eso se ve en la ambigüedad con que  construye esta frase:
 
 
 —cuando la frase parecería pedir "Religión y Filosofía", no "Filosofía y  Religión". Demasiado bien, quizá, sabe Zambrano el papel desmitificador  de la Filosofía, y quiere matizarlo—una nueva filosofía también será,  quizá, una nueva mitología, y quizá cree un paraje inhabitable en  contraste a las ficciones habitables de la religión. Esa distancia  medida entre filosofía desmitificadora y religión consoladora es la que  parece invocar Zambrano en el final de su artículo sobre la crisis:
 
 
 Es quizá una ironía inconsciente, o quizá la señal de una paradoja muy típica del homo phantasticus, el que sea una religión la que predique sus fantasías colectivas bajo  el lema de "la verdad os hará libres"—la verdad es, después de todo,  algo que sólo existe en la comunidad de quienes creen en ella. Una nueva  ficción, tras una crisis, puede tener toda la apariencia de terreno  sólido, y después de todo, vamos flotando "a más de diez mil metros del  asfalto", en un planeta sólo centrado por su propia gravedad y la de otros astros tan insustanciales como él mismo.
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
       
		
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