Novela de campus con atroz desmoche
viernes, 10 de agosto de 2012
Novela de campus con atroz desmoche
Muchas veces, ante los episodios más grotescos e inverosímiles con los que nos topamos en la Universidad, surge el comentario: "¡Esto es una novela de campus!"— que no hace falta escribirla porque se escribe sola. Pero es un error, siempre es mejor dejar constancia, la memoria es corta. Otras veces se ha rumoreado que si tal o cual profesor estaba escribiendo una novela de campus, para desquitarse bien de persecuciones abiertas o de mobbings de tono bajo, y poner los puntos sobre las íes con una serie de caricaturas fácilmente reconocibles. Pero lo cierto es que la novela de campus española no abunda, no. Antonio Orejudo cargando la tinta bien negra, ha escrito una al modo grotesco sin cortarse, Un momento de descanso, y en ella apunta algunas posibles razones:
—La universidad española, donde yo trabajé mucho tiempo antes de marcharme a Inglaterra, no sólo es mediocre y corrupta, es también inverosímil. ¿Nunca se ha parado a pensar por qué apenas se han escrito novelas de campus en español? Yo se lo voy a decir: porque es imposible escribir una novela sobre la universidad española que sea elegante y además verosímil. Lucky Jim, de Kingsley Amis, o Small World, de David Lodge, son tan buenas porque la universidad que toman de referencia, la anglosajona, conserva todavía unas formas impecables, auqnue por dentro esté consumida por las mismas corruptelas que la de aquí. En la universidad española por el contrario la grosería aparece tal cual, sin los ropajes de la buena educación. Una novela realista, cualquier libro sobre la universidad española, aunque sea un libro de investigación como el suyo, está condenado a convertirse en una astracanada. Los que no conocen el mundillo académico pensarán además que es inverosímil. Haga la prueba. Dele usted a una persona cualquiera el acta de una reunión de departamento, y no sólo pensará que usted se ha inventado ese documento; pensará también que ha perdido la cabeza. Yo por ejemplo nunca imaginé que aquella oposición pudiera resultar polémica. No pensé que pudiera haber discusión (...). Virgilio de pronto se puso serio y les dijo que el chaval joven que se presentaba era el candidato de la casa. Lo dijo a las bravas, sin ninguna sutileza, e intentó convencerlos de que la universidad necesitaba gente que estuviera empezando y no gente consagrada. Por tanto, lo que había que valorar no era un currículum ya hecho, sino un currículum por hacer. Un currículum-por-hacer. Parecía un concepto de Heidegger, pero no; era un concepto de Virgilio Desmoines. El rector intentó que la publicación de libros y artículos se considerara un demérito; intentó convencerlos de que una brillante trayectoria profesional era peor para la universidad que una inexistente trayectoria profesional. (154-55)
Y una de las razones de la arbitrariedad grotesca, la mediocridad rampante y el feudalismo ambiental es la herencia recibida del oportunismo y sectarismo salvaje la universidad franquista, en la que se criaron los viejos profesores:
Dice da igual que te moleste, Antonio. Tus sospechas son irrelevantes. Nos guste o no, en la historia de la guerra civil hubo buenos y hubo malos. Quizá se ha exagerado la bondad de los buenos y la maldad de los malos. Pero un problema de matiz no puede afectar al fondo de la cuestión. Y el fondo de la cuestión es que en la universidad española hubo profesores justos que fueron machacados por sus propios colegas, por sus discípulos, por verdaderos hijos de puta que se perpetuaron en el poder falsificando la historia. Te recomiendo un libro, El atroz desmoche, sobre la universidad española durante la guerra civil. Es un libro que sólo tiene datos contrastados, como los que te gustan a tí, pero te advierto que está lleno de republicanos buenos, buenísimos y de fascistas malos, malísimos, que destrozaron la universidad republicana, saturándola de una mediocridad que no desapareció con la Democracia, sino que fue apuntalada por penenes como Virgilio. Las cosas sucedieron así, te parezca o no maniqueo ese relato de los hechos. Y Augusto Desmoines es uno de esos mediocres que medraron aprovechándose de que España era un erial. Sé que es difícil para ti aceptar esto. También lo fue para mí aceptar que nuestro padrino es un impostor. (...)
El atroz desmoche, de Jaume Claret Miranda, demostraba que el franquismo no había infravalorado la universidad. Todo lo contrario: fue siempre muy consciente de su poder. Sus ideólogos entendieron perfectamente que en la tarea de aniquilar el germen republicano para siempre lo más importante era el complemento circunstancial. Para siempre. Y a ello se aplicaron con ahínco. La enconada persecución que sufrieron los profesores universitarios desafectos al Régimen no fue tanto una consecuencia del odio cuanto el resultado de un proyecto concebido con frialdad: la consolidación de un estado de anemia intelectual que sirviese de profilaxis ante el riesgo de futuras infecciones revolucionarias.
Este minucioso plan contó con la inestimable ayuda de los profesores más mediocres, que vieron en aquella sistemática aniquilación de la excelencia una oportunidad para ocupar cátedras, rectorados, decanatos y ministerios. La sinergia que se produjo entre los depuradores ideológicos y la chusma académica hizo que la universidad franquista fuera durante cuatro décadas una institución fantasma.
Los datos que presentaba Jaume Claret eran abrumadores. Decenas y decenas de brillantes trayectorias científicas truncadas por la envidia y la ignorancia violenta, catedráticos traicionados por algún discípulo resentido, excelentes profesores, investigadores de primera línea arruinados moral y económicamente por la envidia de algún oscuro colega.
A la luz de todas estas historias, relatadas en el libro con nombres y apellidos, se comprendía por qué la situación de la ciencia y de la universidad españolas era paupérrima. Nuestro raquitismo cultural, intelectual y científico no obedecía a un ciego y fatal designio del destino, sino al dictado consciente de quienes ganaron la guerra y a la incompetencia coadyutoria de los políticos que vinieron después. (175-6, 178-9)
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