El teatro vivido de El Curioso Impertinente
sábado, 18 de mayo de 2013
El teatro vivido de El Curioso Impertinente
En la novela corta de El curioso impertinente, leída  mientras Don Quijote duerme en la primera parte del Quijote—el  caballero no la leerá nunca, ni tendrá noticia de ella hasta que se la  menciona el bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte—hay un  episodio digno de cita sobre el fenómeno de la "vida como teatro"—la  teatralidad entremezclada con los aspectos menos teatrales de la vida,  para dar lugar a lo que llamamos "realidad". La historia es una historia  de adulterio y engaño conyugal, resultante de un cortejo  pretendidamente simulado que acaba volviéndose real. Ya se ve allí que  ofrece posibilidades de construir terrenos dudosos entre la realidad y  la ficción. Anselmo quiere probar la virtud de su mujer Camila, y  encarga a su amigo Lotario que intente seducirla. Lotario se resiste con  muy buenos argumentos, pero al final accede, y el simulacro de  convierte en realidad. Entonces Lotario ya está pillado en una doble  tramoya: por una parte oculta a Camila que su interés por ella era  inicialmente ficticio, y luego, aliado con ella, oculta a Anselmo la  verdad. En un momento dado, llevado por unos celos injustificados,  prepara para Anselmo una escena donde pondrá en evidencia la infidelidad  de Camila, teniéndole oculto detrás de unas cortinas; pero, tras una  escena con Camila, le revela la verdad y deciden dar la vuelta a la  situación—mejor dicho, Camila decide que transformará la escena de  supuesta revelación espiada por Anselmo, en una escena donde ella  controla la situación, organiza un engaño detrás del engaño, y —en una  escena que mezcla mucha ficción y algo de realidad—dejará a su marido  nuevamente convencido de su inocencia, y de la de Lotario.  El argumento  irrefutable será la sangre derramada, su propia sangre, que ha de ser  real y no fingida, o, mejor dicho, a la vez real y fingida. Hay que  señalar que Lotario no conoce del todo el plan de Camila en esta  escena—¿pensaba Camila quizá apuñalar a Lotario realmente, o a la vez real-y-fingidamentecomo se apuñala a sí misma? Juzguen ustedes.
Y, diciendo estas razones, con una increíble fuerza y ligereza arremetió a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su fuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingía aquel extraño embuste y falsedad, que por dalle color de verdad la quiso matizar con su misma sangre; porque, viendo que no podía haber a Lotario, o fingiendo que no podía, dijo:
—Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan gusto deseo, a lo menos no será tan poderosa que en parte me quite que no le satifaga.
Y haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía asida, la sacó y, guiando su punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como desmayada.
Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y bañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin asiento, a sacara la daga, y en ver la pequeña herida salió del temor que hasta entonces tenía y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término. Y como sabía que le escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que le oyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta la juzgara.
Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho, suplicando a Lotario fuese a buscar quien secretamente a Camila curase; pedíale asimismo consejo y parecer de lo que dirían a Anselmo de aquella herida de su señora, si acaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que quisiesen, que él no estaba para dar consejo que, de provecho fuese: sólo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba adonde gentes no le viesen. Y con muestras de mucho dolor y sentimiento, se salió de casa, y cuando se vio solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacerse cruces, maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan propios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo de que tenía por mujer a una segunda Porcia, y deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudiera imaginarse.

Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora, que no era más de aquello que bastó para acreditar su embuste, lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones en tanto que la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer creer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad.
Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera más necesario tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenía. Pedía consejo a su doncella si diría o no todo aquel suceso a su querido esposo, la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalle todas aquellas que le fuese posible.
Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer, y que ella le seguiría, pero que en todo caso convenía buscar qué decir a Anselmo de la causa de aquella herida, que él no podría dejar de ver; a lo que Leonela respondía que ella, ni aun burlando no sabía mentir.
—Pues yo, hermana—replicó Camila—, ¿qué tengo de saber, que no me atriveré a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida? Y si es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor será decirle la verdad desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta.
—No tengas pena, señora: de aquí a mañana—respondió Leonela—yo pensaré qué le digamos, y quizá que por ser la herida donde es la podrás encubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestros tan justos y tan honrados pensamientos. Sosiégate, señora mía, y procura sosegar tu alteración, porque mi señor no te halle sobresaltada, y lo demás déjalo a mi cargo y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos.
Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia de la muerte de su honra, la cual con tan estraños y eficaces afectos la representaron los personajes della, que pareció que se habían transformado en la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche y el tener lugar para salir de su casa y ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de darle lugar y comodidad a que saliese, y él, sin perdella, salió y luego fue a buscar a Lotario; el cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas que dio a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su amigo y cuán justamente él le agraviaba; y aunque Anselmo veía que Lotario no se alegraba, creía ser la causa por haber dejado a Camila herida y haber él sido la causa; y así, entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del suceso de Camila, porque sin duda la herida era ligera, pues quedaban de concierto de encubrírsela a él, y que según esto no había de qué temer, sino que de aquí adelante se gozase y alegrase con él, pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidad que acertara a desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros. Lotario alabó su buena determinación y le dijo que él, por su parte, ayudaría a levantar tan ilustre edificio.
Con esto quedó Anselmo el hombre más sabrosamente engañado que pudo haber en el mundo: él mismo llevaba por la mano a su casa, creyendo que llevaba el instrumento de su gloria, toda la perdición de su fama. Recebíale Camila con rostro al parecer torcido, aunque con alma risueña. Duró este engaño algunos días, hasta que al cabo de pocos meses volvió Fortuna su rueda y salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad.
 
En la terminología usada por Cervantes vemos una vez más  la retroalimentación del teatro y de la vida. Los términos del  espectáculo dramático se utilizan para caracterizar una situación que es  una trampa, no una ficción ni un entretenimiento para el espectador  Anselmo. El teatro surge de esta capacidad de imitar secuencias de  acción o reciclarlas para un sentido no propio. Y luego se utiliza como  concepto para clarificar o aislar mentalmente este tipo de interacción o  de actuación engañosa. Real para una parte del público a veces, o para  todo el público, que no está en el engaño, y  engañosa y construida para  los actores, todos o parte de ellos, y quizá para parte del público  (incluyendo al lector, en la novela de Cervantes). Este tipo de  actuación que mezcla realidad y trampa, por estar tan imbricado con la  realidad, hecha de secuencias de acción repetidas y sedimentadas, carece  de nombre propio, y ha de llamarse trampa o trampantojo, por analogía  con una modificación engañosa del campo de acción o del campo visual; y  si enfatizamos más la alteración coordinada y engañosa de la acción  humana, lo llamamos frame en inglés (to be framed by one's enemies) — o tragedia, comedia, drama, o tramoya en español.
"Drama"  proviene de la palabra "acción" y sólo relativamente podemos hablar de  acción más real o más dramatizada; hasta la realidad social más  inmediata tiene algo de drama, desde el momento en que implica a  "personas", o "máscaras".
 
       
		
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