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Retropost: Otra vez bajo el volcán

Retropost #602 (12 de noviembre de 2005): Otra vez Bajo el Volcán



Cuánto han bajado las acciones de Malcolm Lowry desde los 80. De clásico moderno a autor de segunda o tercera fila. Leí Under the Volcano por entonces, y hasta escribí una reseña para un trabajo de clase, parte de mis amarillentas (aquí y en el original) notas sobre algunos clásicos ingleses, notas que termino de colgar en la red con este comentario sobre Lowry, que voy a traducir aquí también. No volví a leer Under the Volcano, pero a cambio ahora he releído este trabajo escrito a los veinte años, y es, cómo diría, un caso imaginado de retrospección anticipada, o de lectura completada en el futuro. Que hable el jovenzuelo berbe, si la traducción no le deforma la voz:


He terminado esta novela con la impresión de no haber conseguido apreciarla totalmente, por diversas razones. Primero, para comprenderla totalmente tendrías que sentarte a la mesa con una cantidad razonable de botellas de tequila, mezcal, anís, ajenjo, vino, cerveza y ron. Te aproximarías un poquito más a la sensibilidad del Cónsul.

Por otra parte, este libro es uno de esos que requieren una segunda lectura. El primer capítulo transcurre un año después del resto del libro, y sólo tiene sentido completo si se lee una vez conoces la historia. Y los demás deben de disfrutarse mucho más una vez hayas "hecho amistades" con los demás personajes, lo cual no resulta nada fácil en este caso.  
 Sea como sea, es un libro que debe leerse despacio; tiene un estilo barroco y complicado, lleno de refrencias a cosas que se han mencionado antes; me recuerda a Faulkner, en especial a Absalom, Absalom! El enfoque dado a la técnica de la corriente de consciencia es también similar: no recibimos las impresiones de los personajes directamente, tal como las experimenta el personaje. En lugar de eso, se nos presentan a través de la voz del autor. El autor es casi invisible: es un portavoz para las observaciones y sentimientos de los caracteres. Los juicios morales pertenecen por completo a los personajes.

El tema del libro, en su sentido más profundo, es lo absurdo de la vida humana. Los tres personajes principales – el Cónsul Geoffrey Firmin, su esposa Yvonne y su hermanastro Hugh – notan este absurdo y reaccionan a él de maneras diferentes.

El Cónsul escapa, del horror que supone ver las cosas tal y como son, mediante la bebida. Su problema no es que no pueda dejar de beber; antes bien, el alcoholismo es lo único que lo mantiene vivo. Si se curase, probablemente se suicidaría.

La vía de salida de Hugh es la "acción insensata." Su caso no es tan desesperado como el del Cónsul, pero es del mismo tipo. Estos personajes tienen un autoconocimiento monstruoso, entienden la vida humana demasiado bien para ser capaces de soportarla. El Cónsul intenta matar sus pensamientos mediante la bebida, Hugh intenta actuar de modo que le impida pensar. Pero es demasiado tarde: conoce los motivos que le llevan a la acción, no se comporta de modo "inocente," sino en relación a un mundo de ideas. Esto queda claro, por ejemplo, cuando se nos cuenta su vida como cantante y como marinero, especialmente cuando se cambia de barco, dejando el Philoctetes por el Oedipus Tyrannus, sólo porque éste último era más viejo, más sucio, más parecido a la idea que él tenía sobre los barcos antes de decidir enfrentarse a la aventura. Hugh lleva un tipo de vida, aparentemente interesante y afortunada, que sería envidiada por muchas personas. Pero cuando se la ve desde dentro, él la ve aburrida y corrompida.

Yvonne es una mente mucho menos intelectual, y ve esperanza en la vida, aunque desespera de la que ha llevado hasta el presente. Piensa que Geoffrey y ella pueden empezar de nuevo, pueden "renacer". Pero él debe dejar la bebida e irse a vivir a alguna otra parte, al Norte, lejos del surrealista México, donde la corrupción parece flotar en el aire mismo. Por un momento convencerá al Cónsul y a Hugh de que es posible una vida diferente, pero al final siente que su casita en los bosques con la que soñaba se ha incendiado. Los personajes tendrían que cambiar de almas para hacer esa vida posible. Pero el cambio ya no es posible, y es falso fingir que lo es, como hace Hugh. Estas personas han entrado en un laberinto del que no pueden salir, pero también sabemos que, si saliesen, quedarían empobrecidos.

"El Cónsul notó una punzada. Ah, tener un caballo, e irse galopando, hacia alguien a quien amas, quizá, al corazón de toda la sencillez y de la paz del mundo, no era ésa la oportunidad que la vida misma daba al hombre? Claro que no. Y sin embargo, por un momento, había parecido que lo era
".

 


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Esto hace veinticinco años casi... entretanto, como diría Neruda, confieso que he bebido.



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