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Vanity Fea

Munich

Termina Munich con una imagen de Avner, ex-agente del Mosad volviendo a su casa de Brooklyn, tras un contacto (¿oficial?) con su antiguo jefe del servicio secreto. El East River, panorámica de rascacielos, entre ellos las Torres Gemelas-- estamos a mediados de los 70. El mensaje del director está muy claro: aquí tenéis, aquí tenemos, vuestro (nuestro) Septiembre Negro. No cometáis los mismos errores. Porque Munich se presenta como la historia de un error, de cómo la respuesta al terrorismo con el terrorismo no es solución, sino que engendra una espiral de violencia. No es solución, en todo caso, que adopten los poderes públicos, porque siempre se desentienden oficialmente de lo que les prohíben las leyes. Así se acaba encontrando este mercenario (¿o patriota?) en tierra de nadie, sin saber al final si ha hecho mal o bien, si ha trabajado por lo que daba sentido a su vida o lo ha destruido él mismo, porque lejos de exorcizar al terrorismo lo ha colocado en el centro de su vida y de sus temores. Al final, su relación con los poderes que le han encomendado la misión es ambigua, y ha visto el rostro más indeseable donde el poder legítimo pierde su honesto nombre y se codea con el crimen. En este sentido, y en muchos otros, la película se parece muchísimo a Lobo, la película de 2004 sobre un infiltrado en la ETA.

Se ha hablado mucho de la valentía de Spielberg y de las críticas que se ha atraído del ala dura sionista. Pero no puede decirse que no represente al discurso sionista en sus propios términos en la película, en boca de la madre del protagonista, por ejemplo, o de Golda Meir. Y el hecho mismo de escoger como protagonista al agente secreto éste es por supuesto una elección de bando: se nos presenta a Avner como una figura trágica, que siguiendo el destino que elige no sólo destruye el mal que quería destruir, sino que descubre la parte de bien que había en ese mal, contribuye a engendrar más mal, y envenena su propia vida. Eso es trágico, y si bien no llegamos a simpatizar totalmente con la siniestra banda de Mortadelos y Filemones del Mosad, sí es cierto que se nos invita a verlos como seres humanos normales haciendo su trabajo. Eso es una elección. Lo mismo se hace durante breves segundos con los terroristas palestinos, pero los segundos de pantalla, como bien sabe Berlusconi, suponen una gran diferencia. Así pues Spielberg no condena las actividades terroristas del estado israelí; más bien muestra sus causas, contexto y consecuencias, dudosas y envenenadas como dudosa y envenenada es toda opción que se tome en un ambiente envenenado.

Tan importante como lo que se muestra es lo que no se muestra: se nos habla de ataques aéreos contra los palestinos, de 50 o 200 muertos a cambio de los once muertos de Munich, de la escalada de venganza, pero poco de eso vemos, sólo lo que afecta directamente al protagonista. A Avner le parece caro matar palestinos, pero para la aviación israelí no es tan caro, seguramente. Avner, futuro padre de familia se convierte en un terrorista por invitación de la primera ministra sin pensárselo demasiado, y las preguntas obvias ("¿por qué no los juzgamos, etc?") se le ocurren sólo con varios años de retraso, vaya, hasta entonces estaba demasiado ocupado haciendo su trabajo, y algunos extras, una vez cogida la marcha. Ahora, la pasta la cobra puntualmente. Y esto se nos muestra también, pero no se enfatiza, haría desagradable al protagonista. Como si fuese un tío que no duda en poner en peligro a su familia, en comprometer la honorabilidad de su país y en entrar en tratos sucios con criminales de todo tipo, sólo por un beneficio tangible: la pasta, la pasta, que el banco suizo es muy fiable. "No trabajo para usted; trabajo para una cuenta bancaria", le dice a su (¿ex?)jefe, y es cierto, muy cierto. En una película más responsable, menos implicada emocionalmente (y ésta lo está, aunque lo disimule con la frialdad ambiental), la relación del hombre sensible con la pasta aparecería retratada de muy otra manera. Claro que también hay en la personalidad del héroe un cierto trauma edípico, de competencia con el padre, héroe nacional. Los flashbacks que nos remiten una y otra vez al Septiembre de Munich hacen vivir como una crisis personal del héroe aquellos días de septiembre, hasta un punto un tanto forzado, se ve la necesidad del protagonista, y del director, de justificarse por su elección ante el giro dudoso que están tomando los acontecimientos. Así pues, demasiado Munich, y por ahí se le ve el plumero...

Dicho esto, la película es muy buena, no hay que perdérsela. Es magistral presentando la dinámica del día a día del (contra)terrorista, y la ambigüedad y variedad de motivaciones y actitudes de una enorme gama de personas más o menos implicadas en la lucha terrorista y contraterrorista, y cómo el dinero del contribuyente acaba yendo inexorablemente a manos de criminales que sacan tajada a cuenta de los servicios secretos. Mantiene Spielberg la ecuanimidad hasta extremos poco frecuentes en estos casos, presentando al Otro como uno mismo (así en la conversación del protagonista con el terrorista palestino con el que comparte piso franco: si los judíos esperaron dos mil años para tener su nación, lo mismo harán los palestinos). Supongo que son estas cosas las que no le perdonan a Spielberg los fundamentalistas. Pero si lo piensan, no está tan mal, presentar como un héroe trágico a un asesino a sueldo de la caja negra de Suiza, un personaje con las prioridades muy mal puestas. Esa es la única certidumbre que a la que se atiene el protagonista a fin de cuentas: la cuenta. No es lo que dice, claro, ni él ni la película -- pero es lo que hace.

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