Negra espalda del tiempo
Ayer leía su discurso de ingreso en la Real Academia mi novelista español favorito, Javier Marías. Y como suele pasar en estos casos habla y teoriza sobre su oficio—contar—un oficio que me interesa a mí de oficio.
Hay un PDF en Diarios de Arcadi Espada: Sobre la dificultad de contar: Discurso leído el día 27 de abril de 2008 en su recepción pública por el Excmo. Sr. D. Javier Marías y contestación del Excmo. Sr. D. Francisco Rico.
Hace un homenaje a Lázaro Carreter (cuyo sillón ocupa) y la fidelidad de éste al lenguaje hablado con propiedad. Aunque el foco principal del discurso cae en la impropiedad del lenguaje mismo.
Habla de las mentiras, falacias e inexactitudes de la narración. En el momento en que interviene la palabra se tergiversan los hechos. La lengua intentando representar la verdad es "un perpetuo amago condenado a no dar nunca en el blanco, o no de lleno". Se remite Marías a Ortega y Gasset y su diagnóstico sobre la imposibilidad de la traducción exacta ("Miseria y esplendor de la traducción", 1937). Esto crea una paradoja: todo es traducible, y todo es (teóricamente o estrictamente) intraducible.
Habla de un ideal narrativo de fidelidad a los acontecimientos: pero los cronistas (cual Bernal Díaz del Castillo) "se encuentran con una dificultad insalvable: la sola trasposición a palabras de unos acontecimientos está traicionando por fuerza esos acontecimientos".
(Claro que en los cronistas, y en cualquier otro narrador, el valor mimético de la narración va supeditado a su valor interaccional...)
NO es posible un testimonio fidedigno: 1) por nuestra posición subjetiva: "Lo que uno ve y vive es por definición fragmentario y sesgado"
El sesgo no aparece, pues, cuando interviene la palabra. Está ya allí desde el momento que existe uno, y los percibe ya desde su óptica sesgada. El mundo es sesgo, y por tanto quizá sea sesgado el creer en la posibilidad de una comunicación sin sesgos.
(Habría que preguntarse entonces: ¿podría ser narración fiel a ese sesgo, precisamente? No la verdad, sino mi versión de los hechos, o mi perspectiva sobre ellos. El sesgo de la palabra puede ser fidelidad a esa óptica sesgada que tenemos sobre el acontecimiento).
2) Por el sesgo de la lengua. (Invoca Marías una visión un tanto determinista de la lengua y las percepciones que ésta conlleva en sus metáforas y estructuras (al estilo de Sapir/Whorf)—me parece que sobre todo por un énfasis indebido en la fidelidad al objeto, cuando la misión de una traducción es ante todo interaccional, permitir una comunicación, no repetir un original).
Enfatiza Marías la consciencia de estos sesgos al relatar: la retrospección de la escritura (lo que en una novela llamó la negra espalda del tiempo); el empezar por un sitio o por otro, incluir o no interpretaciones, especificar sobre los límites de lo que se sabe… Hay infinitas posibilidades de matizar lo que se cuenta con interpretaciones, causas, explicaciones… "las frases casi nunca son las justas, son imperfectas, son inexactas, son escurridizas e indomeñables". No se puede ir al grano, "tal vez porque en los hechos hay grano, pero no en la narración de los hechos". "si de veras se fuera al grano, nunca habría literatura".
Un ejemplo límite es la narración de su amigo Vián ante el juez, como modelo de quienes "se ven obligados a no prescindir de los infinitos elementos que precedieron o rodearon tal suceso". Sterne como modelo antes que Vian, Sterne a quien tradujo Marías y que también mostraba cómo la palabra abre inmensos laberintos de representación, y puede ocupar más tiempo que lo que relata. No se puede seguir la pista a todos los factores que intervienen en un acontecimiento: nos influyen los otros, cuyas motivaciones desconocemos, etc.
La maldición que persigue a los historiadores: sus versiones "definitivas" siempre son enmendadas.
(Podríamos hablar aquí de la claridad retroactiva que impone la retrospección —Insight of hindsight.
O, quizá, de la poética de la perspectiva dominante, poetics of topsight. Ya hemos tratado aquí estos temas).
A los biógrafos o eruditos, lo mismo les sucede. El tiempo les puede enmendar la plana sacando hechos nuevos a la luz.
(Por no hablar de los periodistas, a quienes ni menciona, e igual es eso lo que pica a Arcadi Espada).
"olvidamos o perdemos de vista que esa es la esencia del lenguaje, que todo vocablo no deja de ser un remedo" y el propio lenguaje es ya la primera traducción. Pero la cosa ha de preexistir a la palabra… "
(aunque a veces, no lo dice Marías, llegamos a conocer primero la palabra, y nos forzamos luego a ver la cosa diferencialmente).
Ortega: la ilusión de que podemos comunicar totalmente lo que pensamos.
Desconfianza de la edad hacia la ficción. Pero hay tanto que no se sabe (Thomas Browne: lo que ha caído en las cavernas del olvido). ¿Por qué entonces la importancia dada a la ficción y a seres ficticios? Para Marías, son el último y más eficaz reducto de la memoria. Menciona el caso de su propia novela (que ficcionaliza a su padre, a Francisco Rico…—con peligro de ficcionalizarlos). ¿Pero cuál es la razón de esta hegemonía de la ficción? Lo de asomarse a otras vidas, vivir con otras mentes….
Otra razón: que sólo en la novela podemos conocer de modo fiable, sin correcciones ni supresiones ni enmiendas, precisamente por ser la ficción. Ni por otras ficciones de otros que se apropien de los personajes, como el Quijote de Avellaneda.
(Cosa que a veces llamamos transficcionalidad. Y no estoy yo tan de acuerdo en que deje indemne al personaje original. La prueba, el propio Quijote, con su trayecto corregido y aumentado por virtud de la obra de Avellaneda).
La Academia admite novelistas quizá porque "seguramente seamos los únicos que podemos contar sin atenernos a nada y sin objeciones ni cortapisas, o sin que nadie nunca nos enmiende la plana ni nos llame la atención y nos diga: ’No, esto no fue así’".
Comienza con una defensa de la lectura escapista de las novelas. Leer novelas no es una operación literaria para el lector, aunque escribirlas lo sea para el escritor. (Bueno, para los críticos es de suponer que sí lo es). Cita Rico a Sainte-Beuve: una obra puede ser muchas cosas pero es ante todo un hecho en la vida del autor. Y hacia la biografía de Marías llevará sus ficciones.
Inmoderada ambición personal de JM: con sus novelas aspira a "atraer toda la realidad al orden de lo ficticio,para someterla por ende a su caprichosa tiranía y, como ficción, construirse a sí mismo a la medida del deseo".
En una "teoría general de la vida y obra de JM" el rasgo más llamativo es el carácter centrípeto del narrador: "el argumento último es la mirada del narrador". El narrador de Marías da forma a la realidad, pero pretende que ésta se le resiste, de ahí su estilo con enumeraciones, conjeturas, variantes, correcciones… "Muchas páginas de JM consisten en alternativas al relato que actualmente están fabricando".
JM finge construir un mundo autosuficiente y encerrado en sí mismo cuando no hace sino traducir su propia biografía. La conclusión de esta maniobra iría a colocar la ficción en el lugar de la realidad: "las cosas, los personajes, y hasta los lugares reales acabarían duplicando o copiando a sus trasuntos literarios (—una retroalimentación entre ficción y realidad).
Todo "para hacerse el interesante y seducir, sin duda", a todo el mundo, o quizá a una lectora virtual que no lo corrija.
"Pero no es exactamente así, joven Marías." La novela no es autorreferencial: "nace de palabras compartidas y se nutre de hechos que inevitablemente remiten a una cierta especie de realidad". La omnipotencia es un privilegio del lector más que del narrador, opina Rico. Y (aunque alaba las novelas del nuevo académico) observa que Marías ha preferido asegurarse la inmortalidad "por si las moscas" entrando en la Academia.
Pero desde la Academia se ve la "negra espalda del tiempo" y Marías no podrá allí sino pensar que ya no es joven…
Otra respuesta le llega a Marías de la mano de Arcadi Espada: bueno, dos:
—una en su blog de El Mundo, "Demasiado sobrio el periódico en la entronización del académico Marías":
"La levedad analítica de su discurso, cortés y cuidadosamente salpicado de negritas y donde se oye, a cada párrafo, el ruido del papel de envoltorio, se ciñe a la habitual llorera sobre los límites de la mimesis." Pueril lo ve.
— y otra en sus Diarios, rescatando una reseña de 1999, que propone la lectura del libro Contra la imaginación de Christophe Donner. "Un veneno infesta la literatura."
Allí defiende que el mérito de la ficción es en última instancia la audacia de la mirada del artista sobre su época. Como si no fuese cosa de la imaginación, y como si ésta no infestase más cosas que la literatura...
Con Donner, aboga Espada por la transcripción de lo real: "Todo el descrédito de la literatura está en la imaginación". Y despotrica contra la novela como género injustamente entronizado, mimado, leído y premiado.
(No le falta su parte de razón, no. No porque la novela sea perniciosa, sino porque lo demás también es casi igual de novela, diría yo).
Arcadi Espada viene defendiendo la diferencia tajante entre hechos e interpretaciones (legítimas éstas, irrecusables aquéllos), enfurecido por esos periodistas que ignoran olímpicamente los hechos o los ponen en letra pequeña en la página veintitrés. Pero ay… es que no es tan tajante la diferencia. Hay un continuo de grises. Y más de un "hecho" se genera retroactivamente, por efecto de la negra espalda del tiempo.
Aunque eso no quita para que algunos jueguen con deliberación a ocultar los hechos, o a reducirlos artificialmente a interpretaciones. Lo cual es precisamente negar el continuo, o trabajar sólo con uno de sus extremos. Y eso es más peligroso o inmoral en periodismo, pero sería injusto tratar a la novela con el mismo rasero.
Quizá sea por eso que el Marías periodista (columnista) con frecuencia me desagrada o me irrita (personaje irritable él mismo), mientras que tengo inmensas tragaderas para sus admirables novelas que tanto irritan a otros…
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JLG -