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Vanity Fea

El curioso caso de Benjamin Button


Película que, dicen, está basada en un cuento de Scott Fitzgerald, aunque esa base es muy escasa, y el tono y la intención cambian por completo. Igual podía estar basada en Time’s Arrow de Martin Amis, con la misma justicia—hay todo un género de narraciones de tiempo invertido de las que ya hablé aquí—"Backwards". Aquí hay una buena reseña de James Berardinelli.  Para quien opine que la película no funciona, mejor estará la reseña de Roger Ebert, o la del San Francisco Chronicle, muy certera con sus puntos débiles si nos ponemos en plan duro.  Pero no queremos: como decía Aristóteles, no hay que pedirle a la tragedia todos los tipos de placer sino sólo el que le es más propio, y desde luego esta película sí que tiene muchos valores propios para recomendarla.

Siendo una película de ambientación histórica y que requiere mucha habilidad en trucaje, hay que decir que destaca por su manera de llevarlo adelante, con recreaciones de ambientes y personajes acertadísimas desde el punto de vista técnico (irreprochable desde el maquillaje al CGA) y estilístico—con imitaciones de cine antiguo muy bien tratadas, que son un gusto de ver y le dan un toque elaborado y sofisticado a la película, a la vez irónico y melancólico, y todo con gran soltura. El detalle está mimado, algo que no agradecen bastante esos críticos crueles.

Es una película muy rica en escenas y situaciones, y su planteamiento básico da para pensar, o para dejar que las emociones se asocien en muy diversas direcciones, según quién  la esté viendo. En parte esto sucede por la imposibilidad del planteamiento, claro, que nos lleva a buscar posibles sentidos a una historia en la que el tiempo se mueve hacia atrás, y sin embargo y como no podía ser menos, también hacia adelante. Las reacciones de los espectadores a este kit de posibilidades parecen ser muy diversas, desde la repugnancia y las denuncias de falsedad y tongo, hasta las declaraciones de que es una experiencia conmovedora y misteriosamente inexplicable.

Parte de las quejas se deben a que Benjamin Button "no hace nada especial", que lleva una vida normal. No, nada, sólo se recorre el mundo en moto, y hunde un submarino alemán que acababa de torpedear a un transporte de tropas americano. Bueno, hay que decir que el recorrido del mundo suena mucho a postal panorámica de la vida de un tío ideal (ya Brad Pitt en sus buenos años por entonces), y que el hundimiento del submarino se debe más bien al patrono del remolcador en que trabaja Benjamin, un marinero artista de los tatuajes que aborrecía su remolcador y así se lo lleva al fondo.  Pero a lo que voy es que no hace falta que Benjamin haga nada especial: la película se basa en los encuentros periódicos con Daisy (Cate Blanchett) de niña a anciana, y en la dinámica de esa relación imposible.

Otros temas interesantes son el asunto interracial, pues el monstruoso bebé Benjamin es adoptado por una familia negra, y allí se cría, en la residencia de ancianos donde trabajaba su madre. "Al principio", dice, "no sabía que era un niño, creía que era como todos los demás", como los alzheimer inválidos que iban muriendo día sí día no. Pero va mejorando de salud y cogiendo fuerza, y de "septuagenario" conoce a su padre, propietario de una fábrica de botones, que lo había abandonado horrorizado tras intentar tirarlo a un canal. Está arrepentido, pero no le dice que es su padre (y le pasa el negocio) hasta más tarde, con lo cual Benjamin es Button sólo la segunda mitad de su vida. Hay una buena escena en la que aprende a andar, saliendo de la silla de ruedas a instancias de un predicador baptista milagrero, entre cantos de espirituales y alabanzas a Dios—con la ironía de que en el mismo momento cae fulminado el predicador por un síncope. Es una escena más de las muchas que hay en ambientes de época, todas ambientadas con talento, de tal modo que la película se queda en la mente de algunos como una colección episódica de escenas, que también lo es. Decía Aristóteles que el argumento episódico es malo pues le falta unidad: no basta la unidad de protagonista sino que hace falta unidad de acción—y para eso está la relación con Daisy. Que es seguramente insuficiente de por sí, pero que queda compensada por la dinámica propia que tiene el rejuvenecimiento gradual de Benjamin, toda una historia que se mueve hacia atrás, contra la corriente de la gente que conoce, hasta que vemos a Brad Pitt juvenil como cuando empezó su carrera, y luego a un niño y luego a un bebé de los que nos dicen que son Benjamin, aunque ellos ya no lo saben, pues tienen Alzheimer.  

Es una de las cosas que da la película, un cambio de perspectiva sobre la dependencia de la infancia y de la senilidad, hasta las conmovedoras escenas, breves y bien llevadas, de Daisy anciana paseando al pequeño Benjamin, que se está olvidando de cómo hablar y de cómo andar, hasta que muere como el bebé perfecto que nunca fue al nacer. Bueno, perfecto no: tiene una pequeña vieja cicatriz de Brad Pitt, bajo el ojo, última alusión al cuerpo estelar, y sus ojitos por supuesto.

Puede subestimarse, en el logro precario de la película, el acierto de las elecciones que se toman para sacar la historia adelante, precisamente no eligiendo mucho entre dos posibilidades que serían las Escila y Caribdis de esta historia: se evitan las inconsecuencias de mostrarnos a un anciano con mente infantil, y luego de mostrarnos un chaval que sea una persona hecha y modelada por la vida. Porque evidentemente en nuestro caso el cuerpo y el alma envejecen a la vez—pero aquí se esquivan los aspectos más grotescos del cuento de Fitzgerald, gracias a un uso hábil de un problema hoy muy visible como es el Alzheimer. Al principio Benjamin es un anciano extremo, pero también es como un niño. Y aprende pronto, pero está aislado de los demás niños—su relación con Daisy es como la complicidad con un abuelete que ya pasa de todo. Luego, es un chaval (anciano) que tiene su centro del mundo y su seguridad en la residencia, nunca tratando con otros niños, aunque juegue a los soldaditos o lea Ivanhoe. Y su entrada gradual en el mundo laboral es gradual, como una jubilación al revés. Todo esto está muy bien llevado, como también su maduración al revés... viéndolo en sentido contrario, Benjamin crece como un bebé y un niño en un asilo, y se va haciendo mayor mientras todos rejuvenecen a su alrededor: es criado por Daisy, que le parece extremadamente anciana, y volverá tras años de separación para encontrar que es una señora mayor con la que puede tener una aventura erótica, pero es sólo en la madurez cuando la diferencia de edad no importa...  y tras los años mozos de él recorriendo el mundo en plan turista sin raíces, se establece, y funda una familia, y se separa... y lleva una vida de negociante, y acaba jubilado y decrépito en una residencia, adoptado por una familia negra, y jugando con Daisy como quien juega con su nieta.

Dos frases se repiten en la película, dos actitudes hacia el tiempo: una, que la vida está hecha de momentos (los famosos episodios) y es cierto, la película está también hecha de ellos, pero también queda claro que tienen (tanto la vida como la película) una estructura narrativa—y es la peculiaridad de la de Benjamin la que desfamiliariza la estructura narrativa de las demás vidas. Todos vivimos en momentos flotantes, fuera de la dirección de nuestras vidas, pero también somos conscientes del río en el que estamos. La segunda frase es que "nadie sabe lo que le espera"—the future is not ours to see, una cosa sí que sabemos, que moriremos, pero ni siquiera sabemos si lo sabremos entonces—por no hablar del cuándo y el cómo. Mientras tanto, enjoy the ride—aunque no sea perfecta, nobody’s perfect. Y es el caso de muchos, no tan curioso en realidad, ese de "no soy tan viejo como parezco".

La película tiene una especie de prólogo, la historia de un relojero ciego (the blind watchmaker, quizá) que hace un reloj que funciona al revés. Ha perdido a su hijo en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y hace el reloj que marcha hacia atrás como un homenaje y un deseo de volver el tiempo atrás y sacar de sus tumbas a los que no debieron morir entonces ("Por eso he hecho que mi reloj funcione hacia atrás. Ruego me disculpen si a alguien he ofendido"). La noche de la victoria nace Benjamin Button, y su vida durará lo que dure ese reloj, inaugurado ante Teddy Roosevelt, que se descubre ante el relojero... Cuando lo descuelgan de la estación de Nueva Orleans a finales del siglo XX, muere Benjamin; pero el reloj queda aparcado en un sótano, que se inunda durante el huracán Katrina. Es entonces cuando está agonizando Daisy en un hospital, y cuenta a su hija, hija de Benjamin, la historia del que fue su verdadero padre. Este aspecto de la relación con la hija es un tanto forzado, pues el personaje de ésta no queda desarrollado de modo significativo. El sótano se inunda con el Katrina y la película termina con el reloj que se va cubriendo de agua y se pone a funcionar de nuevo. Por una parte, todo esto subraya la dimensión que tiene Benjamin Button de "crónica americana", pasando por experiencias comunes a diversas generaciones de americanos. Esta dimensión colectiva resuena más en América que aquí, supongo. También el reloj que arranca de nuevo, como los colibríes, es un símbolo de trascendencia, esta vez quizá la trascendencia de las vidas que se cuentan. Porque por otra parte, la imagen del reloj que va hacia atrás es, por naturaleza, un icono metafílmico. Toda película es como Benjamin Button en cierto sentido, moviéndose en cuenta atrás hasta un nacimiento que también es una muerte. Porque toda narración tiene su nacimiento en su final, en la perspectiva retrospectiva que la organiza, y que sienta cúal es la historia que interesa contar, y cuál es su principio—y tras pasar por ese principio, se alcanza el final a sí mismo.

También hay una escena de reflexión sobre la causalidad: Daisy es bailarina, pero es atropellada por un coche y un accidente acaba con su vida de estrella disipada—y la reúne con Benjamin. Y la película muestra la conjunción de circunstancias contingentes que llevaron a ese accidente, a la vez evitable e inevitable. Todo está atado en la vida, como en una película, aunque sólo retroactivamente veremos, y siempre oscuramente, cuál es el argumento en el que nos hemos visto inmersos. Una película con una significativa dimensión retroactiva, como es ésta de Benjamin Button, nos hace pensar en la narratividad inherente a la vida. Nuestras vidas son relatos, que van a dar a la muerte, que es el principio del relato de lo que (ahora ya se ve, por fin) fue nuestra vida.

The Curious Case of Benjamin Button.
Dir. David Fincher. Written by Eric Roth, based on a short story by F. Scott Fitzgerald. Cast: Benjamin Button: Brad Pitt; Daisy: Cate Blanchett; Caroline: Julia Ormond; Elizabeth Abbott: Tilda Swinton; Monsieur Devereux: Elias Koteas; Queenie: Taraji P. Henson; Thomas Button Jason Flemyng. Paramount Pictures, 2008.

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