Still Walking
viernes 27 de agosto de 2010
Still Walking
Still Walking (Aruitemo aruitemo, 2008) es una excelente película japonesa, escrita y dirigida por Hirozaku Kore-eda. Recomiendo verla a todo el que tenga esa cosa llamada una familia, porque de relaciones familiares va la cosa, de las generaciones y el paso de los años, de las relaciones entre padres e hijos, cuando los padres ya se vuelven abuelos, de las miradas al pasado que se arrastra, y de la muerte que anda cerca, de la ausencia que ya se ha instalado de alguna manera entre los presentes. Me ha recordado mucho a mi propia familia, no tanto por coincidencias uncanny, sino por la maestría de Kore-eda, que encuentra aquí, en una familia muy concreta, con unas personalidades inconfundibles e irrepetibles, y excelentemente retratados todos, el elemento de universalidad que la une a todas las familias. Porque todos pasamos por el trance de hacernos mayores cuando somos niños, de hacernos mayores en el sentido políticamente correcto del término, luego—o sea, envejecer, ir perdiendo a los hijos de vista, excepto para visitas ocasionales, ir sobrellevando las desgracias y tragedias que aunque están en el pasado siguen muy presentes, y forman ya parte de los sobreentendidos familiares—en esta familia están todas las familias (y sí, también la mía). Recomiendo ver la película, desde luego, aunque puede ser una experiencia dura así entre líneas y como quien no quiere la cosa. No hay gore, ni desgracias, ni gritos ni escenas violentas, nada—todo es muy tranquilo, muy cotidiano, muy japonés y muy tradicional. Pero al poco rato de verla parece que estás con gente que has conocido toda la vida—esa gente precisamente que has conocido toda la vida. Es una obra maestra del detalle, de la penetración psicológica y de la sutileza. Y sí, en efecto se parece mucho a Tokyo Story de Ozu, pero es mucho más absorbente, intensa y ligera a la vez.
Los abuelos viven cerca del mar, en un paisaje japonés que parece talmente Galicia, en la vieja casa de toda la vida, toda paneles corredizos, mobiliario viejo, y montones de chismes acumulados. La ocasión de la película es la visita a casa de los padres de un hijo y una hija con sus familias respectivas; el protagonismo mayor se lo lleva la familia de Ryo, el hijo segundo, que hace poco se ha casado con una joven viuda, Yukari. Ella y el hijo de ella lo acompañan en la visita un tanto problemática—habrá mucha ocasión para observar al detalle las relaciones a la vez cercanas y distantes entre familia carnal y política. La hija y yerno tienen una parejita; son todos simpáticos y tratables, el yerno discreto ha aprendido a quitarse de enmedio y se echa la siesta todo el día o se va de paseo con los chavales; la hija Chinami es un encanto (como Yukari por otra parte), cariñosas, atentas, despiertas y observadoras—hay planes de que Chinami y el yerno se muden a casa de los padres para ayudarlos ahora que son viejos, pero una de las cosas que se descubren a lo largo de la película es que después de todo ni el abuelo ni la abuela quieren volver a tener gente en casa. El abuelo es un viejo médico jubilado, extremadamente orgulloso, caprichoso, irritable e impaciente, hasta la mala educación con frecuencia. Son una vieja pareja que vamos conociendo poco poco, hasta que al final ni él parece tan malo ni ella tan buena: la abuela que está todo el día dedicada a la cocina y a la familia esconde una colección de resentimientos que la llevan a cometer pequeñas crueldades o venganzas casi invisibles, en realidad bastante inofensivas. Tanto el abuelo como la abuela viven colgados del pasado, del hijo mayor que perdieron, Junpei, el que iba a continuar la tradición del padre haciéndose médico—y más pendientes están de él hoy, que es el día de su aniversario, para lo cual se ha reunido la familia. Hay varias ceremonias shintoístas alrededor de un altarcillo con su foto, y el ausente está realmente muy presente. Murió salvando a un chaval vecino de ahogarse... y se ahogó él. Hoy les visita como cada año ese vecino, un hombre joven poco agraciado, gordo, nervioso y sudoroso, sin pareja ni perspectivas de trabajo. Les expresa como cada año su agradecimiento a su salvador Junpei... es una escena entre grotesca y sentimental, y el visitante provoca las risas de los niños. Sobre todo cuando el abuelo comenta que el mundo no es justo, visto que por este mierda se ahogó mi hijo. "Papá, aún es joven, aún puede encontrar trabajo", le dice su hijo Ryo (parado vergonzante él)... A Ryo, el hijo segundo, ahora el mayor, le da pena este ritual, pena por el superviviente—pero descubre que su madre piensa invitarlo todos los años precisamente para que sufra. La abuela también lo atormenta a él haciéndole que se bañe al estilo tradicional con su "hijo"—y es que no es su hijo, se ha casado el segundo con una viuda con niño, mantienen ante los padres la ficción de hacerse llamar "papá" e "hijo" cuando en realidad siempre se llaman por su nombre... y ni el abuelo ni la abuela los consideran de la familia, a la viuda Yukari y al niño, y se lo dejan ver entre líneas a Yukari en multitud de ocasiones. Este hijo Ryo, al contrario que la hija mayor, tiene una relación difícil con los padres: se siente fracasado, comparado con su hermano mayor difunto, que era el favorito—Ryo no está a la altura, no pudo hacerse médico, ahora mismo está en paro, su hijo no es hijo suyo, tiene esposa "de segunda mano"—es curioso lo extremadamente tradicionales que son para algunas cosas, estos japoneses de clase media. No está presente en el aniversario la viuda de Junpei el hijo mayor, a la que han perdido de vista desde hace años ("si hubiesen tenido niños podríamos invitarla"... etc.). Se ven fotos familiares, se hacen discretamente preguntas indiscretas, se estudian planes de futuro, se tantean momentos de familiaridad y de comunicación, que con frecuencia llegan a un callejón sin salida... por ejemplo, el tema de que Ryo está en paro no debe mencionarse ante sus padres, y va manteniendo la ficción bien que mal. Su cuñado le quiere vender un coche, un monovolumen "ahora que tiene familia", y debe fingir que no le interesa. Vaya, su madre quería que sus hijos la paseasen en coche, la visita al cementerio se le hace cuesta arriba. Allí van todos también a hacer más rituales. Todo esto le trae a la cabeza a la joven viuda casada al que fue su marido, parece que guarda algún secreto recuerdo de él que no airea mucho—a estas japonesas jóvenes les va mucho lo de suavizar las relaciones, que ya bastante difíciles son los hombres... Le dice a su niño que visitarán la tumba del padre muerto. La abuela había hecho una cosa muy rara que ha impresionado al chico: había entrado una mariposa por la noche, y la abuela se ha emocionado toda, diciendo que igual era el alma de su hijo que les visitaba, y en efecto se posa la mariposa en el retrato de Junpei el Ausente... Bah, tonterías, supersticiones, dice el abuelo, y Ryo el hijo mayor pero no primogénito coge la mariposa y la suelta a la noche, la ven irse... La abuela se va a dar un baño, también ella, emocionada. Ha tenido también una pequeña venganza contra su marido, sin que nadie se entere: hablando de recuerdos personales, les pone una canción "que le trae recuerdos", una de los sesenta... todos imaginan que de los tiempos en que el abuelo era rómántico, "Bah, no tiene nada que ver conmigo", dice él, siempre desaborío—pero luego nos enteramos los espectadores de que era la canción que le gustaba a una amante que tuvo el abuelo, y que la abuela le va dando recordatorios a veces, no olvida y perdona sólo a medias. Las viejas parejas afinan sus rituales comunicativos, y también las familias—muchos mensajes se envían de modo no explícito, signos y símbolos que sólo los avezados pueden leer bien. Los niños observan todo esto, especialmente el pequeño falso nieto—que encuentra un lugar ambiguo en la casa, con sus primos y sus abuelos. Los muertos nunca se van del todo, le dice al niño su madre Yukari, comentando la escena de la abuela y la mariposa. Tu padre está en tí, dentro de tí—le dice que está hecho mitad de él, mitad de ella. —¿Y Ryo?, pregunta el niño. Bueno, de él también, con el tiempo, también se irá haciendo de él, le dice su madre....
La familia de la hermana se volvieron para casa en el día mismo; los de Ryo su hermano se quedan a hacer noche en casa de los padres, con resultados agridulces. Los abuelos investigan si esta pareja van a tener hijos propios o no... la madre ni lo espera ni lo quiere, y se lo deja semiclaro a la nuera. Es más fácil divorciarse si no hay hijos de por medio. Los vemos pasear al día siguiente hasta el mar, al falso padre y al falso hijo, con el abuelo, y el viejo se ablanda un poco, le habla a su hijo de ir al estadio juntos, de llevar al chaval... como lo llevó a él cuando era niño. Pero no se dará el caso. Al final de la película vemos una visita años después de Ryo y familia: pero vienen en coche, han prosperado algo... y tienen una niña, además del chaval ya adolescente. Visitan el cementerio, a hacer los rituales familiares: el abuelo murió al poco, y la abuela pocos años después. Nunca fuimos al estadio juntos con mi padre, y por fin nunca paseé a mi madre en coche. (Siempre acaba pasando así, le digo a mi esposa).
Será casualidad, pero esta noche ha tenido lugar la primera visita o aparición de mi padre, tras su muerte. En un sueño, claro, ha sido—el hombre no tenía ninguna intención de asustarme. De hecho, acababa yo de hablar por teléfono con mi madre, dando por hecho que estaban lejos, los dos, en el pueblo seguramente—pero al poco rato entraba mi padre por el cuarto, trayendo unos papeles, a preguntarnos qué tal nos encontrábamos. Y estábamos bien, era una visita normal, sólo pasaba por allí, a saludar, aunque mi padre siempre se fija en las cosas más de lo que parece, con su fama de distraído. Bien, pues luego resulta que, más adelante en el sueño, no me casaban las fechas, y me entraba la sospecha de que cuando hablé con mi madre por teléfono mi padre ya estaba muerto—¿y entonces, esa visita? ¿Me había olvidado yo de que se había muerto, cuando vino, o no lo sabía aún? Era urgente examinar los papeles, ver si se me confundían las fechas, o si efectivamente había venido a vernos una aparición cotidiana—iba a decir y no mi padre, pero de eso nada, porque aparición o no, era mi padre el de siempre. Pero las fechas estaban confusas, no quedaba claro al examinar los papeles cuándo habían sido escritos, o quizá no se encontraban. Esa era la aparición de esta noche, a vision in a dream supongo que podría decirse. Otro tipo de apariciones no espero, pero ¿apariciones, así en general? Haberlas, claro que las hay, en Japón y aquí.
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