The Stone Diaries
16/7/07
Es ésta una novela de Carol Shields que me he leído con vistas a informar un artículo, bastante bueno por cierto, que se publicará (supongo) en el Journal of English Studies. La verdad es que ese artículo expresaba muy bien lo que es el planteamiento de la experiencia y la identidad humana según esta novela, al margen quizá de su énfasis principal, que buscaba en esta novela una experiencia temporal propia del cuento (modernista), de modo no muy convincente. Así que supongo que lo que sigue en parte asimila ideas del artículo (y de la novela, claro), y en parte las lleva a mi línea de intereses.
The Stone Diaries es la narración de una vida, la de Daisy Goodwill, hija modosa y luego ama de casa, en Canadá y el norte de EE.UU.—con un viaje de bodas de pesadilla en Francia (muere el novio al caerse por una ventana), un segundo matrimonio con su "tío" adoptivo años después, y una jubilación en Florida, y un viaje a las islas Orcadas, siguiendo la pista a su (segundo) suegro, centenario, años después de la muerte de su marido.
La novela no está escrita a modo de diario ficticio, contra lo que su título podría indicar. El relato oscila impredeciblemente entre la primera y la tercera persona, por razones que quizá escudriñemos. De diario poco tiene, menos la vida cotidiana. Hay una sección en la que se convierte en novela epistolar (y otra en álbum de fotos), pero el resto es narrado retrospectivamente, mayormente en tercera persona, y supuestamente por su protagonista. Y sigue el despiadado orden cronológico que indican sus capítulos: 1. Birth, 1905; 2. Childhood, 1916; 3. Marriage, 1927; 4. Love, 1936; 5. Motherhood, 1947; 6. Work, 1955-1964; 7. Sorrow, 1965; 8. Ease, 1977; 9. Illness and decline, 1985; 10. Death. Una perfecta y convencional life narrative, de las que hablábamos hace unos días.
Las vidas en tanto que narraciones pueden ser narradas ya por el interesado, ya por otra persona. Es una diferencia significativa, no sólo por la diferencia de punto de vista, sino por el "pequeño detalle" de que la life narrative en primera persona siempre está in fieri: aunque algún narrador muerto haya, como el amigo Manso de Galdós, lo normal es que una narración autobiográfica carezca de final tan definido y una clausura tan evaluable como la que se puede proporcionar sobre un tercero—sobre todo evaluable ese tercero ahora que el interfecto está callado, y el narrador en tercera persona tiene la última palabra.
Esa diferencia parece que sea la que mina esta novela: soi-même comme un autre, hablando de sí en tercera persona, como si de Julio César se tratase, para mostrar que hasta el narrador morirá, y que su muerte vista de fuera es como la de los demás: el mundo sigue, y apenas dedicamos unos minutos a la muerte de los demás. Daisy Goodwill tiene problemas para reconocerse a sí misma en sí misma, quizá educada por la experiencia de la vida, quizá transformada por la experiencia de una profunda depresión (sorrow) de la que sale un poquito sin reconocerse en lo que había venido siendo, y sin embargo continuando con ello, a falta de otro personaje que asumir.
Sí, hay otro personaje: el del narrador. El narrador es, en los mundos narrados, un ente un tanto numinoso, que habla desde el cielo, ve a todos los personajes sin que lo vean; aun cuando no sea "omnisciente", gracias a su hindsight tiene insight, sabe de lo que van los personajes mejor que ellos mismos—la barba blanca le falta, vamos. El narrador está y no está. Su mera existencia produce un desdoblamiento del personaje, en yo narrado y yo narrador, y el yo narrado sigue siendo un pobre sujeto de a pie, con su visión limitada. De ahí a que el narrador se separe olímpicamente del yo narrado, degradándolo a personaje vulgaris, y nombrándolo en tercera persona. Sobre todo si la distancia entre los dos es tan grande como la de una anciana narrando su niñez. ¿Qué tenemos que ver con esos niños que fuimos? Todo, o nada, según se mire. Primera, o tercera persona—con la misma justificación.
El narrador, en tanto que autonarrador, es por otra parte un sujeto atípico, o una función atípica del sujeto. Todos narramos, sí, pero—¿una narración a fondo, de toda la vida, una narración exhaustiva, que le busque sentido, que la contemple desde fuera, para no se sabe quién? Eso es atípico. Los escritores, en tanto que escritores, asumen otra personalidad. Su vida cotidiana continúa como si tal—el escritor, con su autointeracción, queda al margen de las reuniones y conversaciones, trabajando en silencio. Henry James tiene un cuento donde literaliza este desdoblamiento de la personalidad. Quizá un exceso de reflexión nos saque siempre de nosotros mismos, y nos haga irreconocibles, o nos muestre a nosotros mismos como personajes atrapados en la comedia social, máscaras que no expresan totalmente lo que somos, o lo que podríamos ser, o lo que creemos ser. El narrador está out of character: no es de este mundo de la interacción social: pertenece al mundo de la interacción literaria, que es un mundo de reflexión solitaria. La escritura puede transformarnos, tanto dependemos de las representaciones—como dice la hija de Daisy, Alice:
Así pues, si Daisy Goodwill escribe su autobiografía, su acto de escritura aparece totalmente disociado de su vida—aunque el texto es prominente para el lector, su génesis no aparece entre los eventos narrados de la vida de Daisy el personaje—el personaje social, digo, en quien se reconoce sólo a medias. No es este el relato que debería venir de esta abuelita, "an edited hybrid version" (283). Y quizá no viene, quién sabe de dónde viene éste relato. La narración como un modo de trascenderse, o, si no es contradictorio, de aceptar lo que se es, o lo que se ha sido, por el procedimiento de contemplarlo desde fuera. Incluyendo la propia muerte de Daisy—que no sabemos si es real, o ficticia, o un poco de todo, como la realidad, que también tiene mucho de ficción, o como la ficción, que tiene mucho de realidad. Poco espera Daisy de la vida, y de la muerte, al final: contempla ambas con un ojo satírico, afectuosamente distante—ha decidido no invertir mucho más en ese personje que es, la abuelita de pantalones de colores brillantes que vivía en Florida, con hijas que no la entienden bien—y menos que entenderían esta narrative diary-er en la que se va convirtiendo, perdiendo la fe, alejándose de su personaje—casi ni se molesta en volver de tanto en tanto a la primera persona narrativa.
Tampoco es que esta nueva perspectiva sobre sí misma la vaya a encontrar Daisy más convincente que la simple vie quotidienne de ama de casa. La novela reflexiona sobre los engaños de la representación, de la visión de uno desde el otro (o desde sí), los trucos y falsificaciones de la narrativización y la historia. La autenticidad que tenga esta autorrepresentación vendrá precisamente de esta distancia reflexiva. "Other accounts are required, other perspectives" (37).
Lo de "stone" alude al nombre de soltera de la madre de Daisy, Mercy Stone, mujer gorda que se casa con el delgadito y taciturno picapedrero Cuyler Goodwill, no sabe muy bien por qué, aunque a él le encanta esta abundancia de carne y le hace descubrir otras personas dentro de sí: el enamorado, el artista... Cuyler, como luego Daisy, también pasa por fases que hacen de él una serie de personas irreconocibles: de picapedrero sin educación a magnate de la construcción y orador florido—también pasa por una serie de etapas de austeridad casta y de sexo bacanal, primero con Mercy y muchos años después con su segunda esposa, una italiana que se trae de Europa. Para su primera esposa hace Cuyler una monumental torre de piedra tallada a modo de mausoleo—bonito, visitado (y destruido por los visitantes años después), pero realmente poco tiene que ver este monumento pétreo con la carnosa Mercy, que de Stone sólo tenía el nombre. Tampoco correrá mejor suerte una pirámide a escala que hace Cuyler tras su jubilación: allí en el fondo de la cámara central está el anillo de Mercy que iba a ser para Daisy, pero.. todo se pierde, y la pirámide queda inacabada, es lo último que ve Cuyler cuando muere de un síncope que le da en su jardín. Los monumentos aere perennius y la vida no tienen nada que ver, e incluso los textos más fluidos tienen este caracter pétreo que falsifica la experiencia de la vida—algo sin forma estable, y sobre todo algo que pasa y no queda. "The recounting of a life is a cheat, of course; I admit the truth of this; even our own stories are absurdly distorted" (28). Anótese pues el simbolismo de la piedra como un simbolismo ambivalente: aspiramos a la condición de piedra, a esculpir nuestro carácter, o a producir un trayecto vital ejemplar, claro, bien definido y narrable, pero la realidad va por otro lado.
Otro personaje que hace eco a la experiencia vital de Daisy: su "tía" adoptiva Clarentine Flett, madre de su segundo esposo. También ella cambia de vida, saca de sí posibilidades no previstas, abandona a su marido—y todo para que la pille un ciclista y se mate contra un bordillo. Claro que el ciclista le dedicará una institución en su nombre, pero para lo que sirven todos estos monumentos y pirámides, ya lo hemos visto. Hasta el viejo y antipático escocés que era su marido, el abandonado Mr Flett, sufre extrañas transformaciones. Vuelve a las islas de su infancia, y se convierte en el centenario que se sabía de memoria Jane Eyre... si es que la vida es un caos, todas. También la del viejo vendedor ambulante judío que pasaba por allí y ayudó a nacer a Daisy. También él cambia a algo inesperado, "We do irrational things, outrageous things" (72).
Decíamos al hablar de las vidas narradas que hay mojones importantes, que estructuran las vidas: momentos clave, decisiones, matrimonios, rupturas, elecciones... pero éstos parecen extrañamente erráticos en The Stone Diaries: por ejemplo los de Cuyler, "His brief marriage, his conversion—these seem no more than curious intersections in a life that is stretching itself forward" (73). A su segunda esposa, la italiana, le pasa lo mismo: desaparece y se transforma en algo impredecible. Y tanto más sucede con las etapas de la vida de Daisy, a la vez corrientes e incomprensibles, como los de cualquier vida si bien se mira: "Her autobiography, if such a thing were imaginable, would be, if such a thing were ever to be written, an assemblage of dark voids and unbridgable gaps" (75-76).
Aun los no escritores en cierto modo viven su vida como una narración, "written on air, written with imagination's invisible ink" (149). Y mientras está escrito en el aire, aún es fluido y cambiante. Pero las historias también nos pueden atrapar, en la forma del personaje que acabamos siendo para los demás. Que nunca es plenamente el real.
Daisy tiene "una historia" obvia cuando muere su primer marido de modo tan rocambolesco en un pueblo de Francia, y eso la marca, pero también queda atrás: "she's becoming more and more detached from her story's ripples and echoes and variations" (124). Luego... la historia de un amor, va como predestinada a reencontrarse con su "tío" Barker, con quien se casará en un arrebato súbito de amor a primera (bueno, segunda) vista, tras casi veinte años sin verse. La historia es romántica, extraña, arrebatadora... pero el enamoramiento pasa, Barker es sólo un marido como los maridos. Y aunque su matrimonio dura, al final muere, y luego la vida de ella dura, y dura, y dura... Se vuelve escritora (columnista horticulturalista, vaya) y luego sufre una depresión absurda cuando la echan. Luego no se reconoce en ese absurdo personaje periodístico que fue: "Mrs Green Thumb". Ni se ocupa más de jardines. Una abuela escéptica, más escéptica de lo que parece vista desde fuera.
De un libro de últimas frases memorables que leí hace poco (Al pie de la sepultura, de Laura Manzaneda) había una especialmente memorable: "Continuad sin mí". La actitud sarcástica y resignada de esta frase parece resumir el último capítulo, un post mortem prospectivo (o narrado desde algún limbo narrativo) en el que hay también bastante proyección emocional de la autora. Vuelve a maravillarnos ante la cercanía de la muerte lo que maravillava a Daisy niña (76): que las cosas siguiesen sucediendo aun cuando ella no estaba presente.
Es en cierto modo esta novela un ejercicio de resistencia al hindsight bias: las cosas no acaban tomando una forma ni conduciendo a conclusiones convincentes, ni a destinos que se veían venir. La vida es una sucesión de momentos y de focos de atención, no un argumento bien diseñado ni la proyección de una personalidad. Todos los argumentos bien trabados, la coherencia que parece asumir el pasado como algo que llevaba a un resultado, todo son producto de una ilusión perspectivística retrospectiva. El pasado era como el presente, sólo que no nos interesa el pasado como presente—nos interesa mejor usarlo como ejemplo, o coartada, y así lo falsificamos al convertirlo en pasado.
Y al final... no un magno cierre de argumento, sino la vida que se apaga. Los pisos que se cierran, el traslado a la residencia, las cosas que se dejan de usar:
- 'What is it, Alice?'
- 'Nothing, mother, nothing.' (323)
Daisy Goodwill's final (unspoken) words.
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