Valla cara más dura
Escucho atónito a Zapatero, durante su visita a Méjico, sacar su vena zapatista, y emprenderla con el muro que construye Estados Unidos en la frontera. Con la voz del adalid de los pobres y oprimidos, Zapatero suelta un lírico discurso sobre cómo ningún muro puede contener las aspiraciones de libertad y de vida mejor de los pueblos, sobre cómo no se pueden poner muros a los sueños y a los deseos de justicia... etc.
Muy bien, aplaudamos (y van y le aplauden). Pero el caso es que si hay una valla en Estados Unidos en un punto caliente, o de súbitos cambios de presión, entre el Norte y el Sur, resulta que hay otra en España, en Ceuta y en Melilla. Que se ha reforzado, por cierto, bajo el mandato de Zapatero, con costosos refuerzos para que resista mejor, después de los espectaculares asaltos a saltos que hubo por parte de grupos numerosos de subsaharianos negros que no encontraban otra manera más fácil de entrar en España.
Podría pensarse que lo del discurso de Zapatero es mantener la llama del idealismo en circunstancias difíciles—o al menos un esfuerzo por no perder de vista lo mejor (meliora video proboque, deteriora sequor): Zapatero difunde los ideales y la justicia con voz clara, aunque las circunstancias locales, la Administración, la inercia, etc., le obliguen en casa a actuar de modo diferente...
Pero creo que hay una interpretación más plausible: a saber, que el Presidente tiene una caradura impresionante, una hipocresía que no conoce límites, una voluntad abierta de hacer la pelota donde se le va a apreciar. Es de notar que en sus viajes a Marruecos se priva, sin embargo, de hablar en estos términos de la valla española. Igual es que su idealismo se aplica sólo a los muros, y no a las vallas.
Y una cosa aún más alarmante se trasluce del discurso de Zapatero. Cree, sin duda, que esta demagogia de baratillo que hace con la mano izquierda, y a la que contradicen claramente las instrucciones de su mano derecha, va a colar, y va a vender, y le va a hacer ganar puntos. En México republicano, y sobre todo en España. Porque se dirige a un público electoral compuesto mayormente de zopencos, o de simplistas incondicionales, o de hipócritas de su mismo calibre. Pero lo más tremendo de todo es... —que muy posiblemente no se equivoca.
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