Reflexiones ante el espejo
Ayer hablaba de la inmersión en el espacio textual como en otro medio (acuático a veces), tiempo y espacio. Dándole vueltas al tema entre sábanas, veo en el diario por ordenador una convergencia y mezcla de cosas que antes se daban en otro contexto. La escritura en papel por supuesto. Pero a su vez en el diario en papel también convergen otras cosas: el retiro, el espacio propio. El diario de uno es (los diaristas de Lejeune vuelven sobre ello una y otra vez) el dominio de cada cual, con leyes propias, donde uno es maestro de convenciones genéricas y lingüísticas—es el espacio propio en el cual se puede dar rienda suelta a los caprichos y escribir de maneras no toleradas en otros sitios (por ejemplo, escribiendo desvergonzadamente sobre uno mismo como si fuera un tema interesante). Estos sitios propios tienen ciertos parentescos entre sí: la casita de vacaciones de uno, la habitación propia of one's own, el rincón del desván donde nadie más va, sólo nosotros de niños. O la camita donde se recoge uno calentito. O la tumba, nicho, catafalco de cada cual, también su espacio propio por el que se le recordará, con algún epitafio o dicho memorable, por qué no. Hay otros momentos de recopilación, hacer balance, que tienen analogías con el diarismo. Rezar al final del día, haciendo examen de conciencia. O hacer caja, lista de ingresos y recuento de gastos. O, al principio de la jornada, el momento de estar ante el espejo, dándose un aspecto presentable, afeitándose, maquillándose. El espejo es la primera versión de la pantalla virtual en la que reorganizamos nuestro yo. Un diario manuscrito es un espejo de tinta, ciertamente, pero la pantalla subraya la analogía: es, como el espejo, un espacio virtual enmarcado frente a nosotros, un cristal tras el que se oculta otro mundo—un cristal tiene algo de ventana con un mundo al otro lado al que podríamos pasar, pero ese mundo es este mismo, presentado desde otro punto de vista. La analogía entre pantalla y espejo queda realzada cuando vemos en la pantalla la imagen captada por nuestr propia webcam. La situación más habitual es el chat, pero el chat nos lleva a prestar atención al otro—esta posibilidad saca sus potencialidades narcisistas y reflexivas en esos blogs en los que cada día se incluye una foto del bloguero ante su diario diario. He observado por cierto que mi webcam funciona de manera diferente según qué programa utilizo. Uno invierte la imagen como un espejo, convirtiendo mi izquierda en mi derecha; otro no—conserva cada cosa en su sitio, con el efecto paradójico de que es entonces un espejo invertido, un espejo ligeramente demencial en el que la imagen reflejada va un poco a su aire, y nos muestra realmente desde fuera, como si fuésemos otros. Como efectivamente lo somos, para otros, y con frecuencia para nos otros.
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