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Vanity Fea

23-F, la verdad

Es un libro de Francisco Medina (De Bols!llo, 2006) muy ilustrativo sobre aquellos años de caos y conjuras, y trae a la memoria cosas que la mitología oficial de la historia española, o la conveniencia oportunista, hacen a menudo olvidar. Algunos elementos a tener en cuenta según los expone Medina:

— La política económica de Suárez estaba siendo desastrosa; las huelgas promovidas por unos sindicatos aliados con la izquierda eran irresponsables y desestabilizadoras. Ni entonces ni ahora hay una ley de huelga. Los empresarios no querían a Suárez que "era muy socialista" y los socialistas tampoco lo querían allí, en el lugar de ellos. 

—  A Suárez lo quiere echar todo el mundo: hasta su partido, que lo ve embarcado en una carrera personalista hacia no se sabe dónde, pedaleando para mantenerse. Su política exterior recuerda, si a la de alguien, a la de Zapatero. Suárez, dice uno de los confidentes, "no quería ser el líder del centro derecha español".

— El PSOE estaba con el culo inquieto por llegar al poder, aunque fuese a través de un gobierno de coalición, y estaban dispuestos a dar su apoyo al plan para poner al general Armada a la cabeza de un gobierno de concentración.

Antonio Cortina y su hermano del CESID José Luis Cortina, el coronel José Ignacio San Martín, el comandante Pardo Zancada, fueron de los más activos factótums que impulsaron un golpe. (También el enconces capitán Joaquín Tamarit, hoy en la Jefatura de Estado Mayor del Ejército—p. 345, n.3). Aparte estaban Tejero y sus autobuses, y por otro lado todos los políticos urdiendo una manera de quitar a Suárez de enmedio, con el apoyo del Rey. Pero el punto de contacto de todos estos planes, golpistas o no, era mínimo, y los esfuerzos de los intrigantes para ocultar información a unos y otros a la vez que conjugaban voluntades y compromisos medio hablados, sólo consiguieron llevar al fracaso y al ridículo todo el plan. Como muestra un botón, "Se habló incluso de crear una unidad militar puramente vasca, en la que se integrarían los etarras tras dejar las armas, una especie de Legión..." (192) !!!!

— El tejerazo fue a la vez "el 23-F" y lo que acabó con el 23-F, o sea, fue la manifestación grosera, chapucera, decimonónica y absurda de un deseo muy extendido entre muchos de dar un giro radical a la política española. Y acabó con cualquier posibilidad de impulsar el "gobierno de concentración" que aunase a las fuerzas parlamentarias. Saldría de allí el breve gobierno de Calvo Sotelo, y pronto unas elecciones ganadas por un PSOE que ahora ocultó cuidadosamente sus contactos con Armada y su disposición al gobierno de un militar. Pero vamos, en el año anterior, parece claro "no sólo que en la Zarzuela se conocía que había algo parecido a lo que luego se denominaría la Operación Armada, sino, sobre todo, que se apoyaba semejante operación" (174). Pero los métodos impresentables elegidos por Armada, y sobre todo el Tejerazo televisado en directo, obligaron a reconducir toda la cuestión y a ocultar una metedura de pata gigantesca de mucha gente.

—Hubo contactos y vistos buenos confidenciales de los EE.UU. No es casual que el 23-F suceda justo tras la llegada de Reagan a la Casa Blanca. "Había una dependencia muy evidente del CESID con respecto a la CIA", dice Perote (301).

— El Rey tenía conocimiento del plan para llevar a Armada al gobierno, y confiaba en la capacidad de éste para "reconducir" un golpe militar, con el que prácticamente se contaba. Entre militares se era muy consciente de lo que convendría hacer o no hacer si había levantamiento: pero había enorme desorientación, mentideros por doquier y vigilancia mutua. Sorpresas sorpresas, pocas. Más bien, "un problema de estética" para liderar lo que se vio por la tele (352).

— Hay que colocarse en contexto retrospectivamente. La Eta estaba matando por entonces a decenas y decenas de militares: algo que en aquellos años de postfranquismo inmediato se toleraba con la inconsciencia del "algo habrá hecho" o del "todo vale"; con una falta de criterio y un embotamiento en la reacción política que hoy serían impensables. O eso es preferible pensar.

— Suárez había perdido la confianza del rey (por asuntos "de celos" nos dice Medina, sin especificar mucho más, aunque alude a líos de todo tipo). En parte se le estaba subiendo a las barbas no sólo al monarca, sino a su propio partido, y al país: un corredor por libre pedaleando en el aire, vamos—pensemos en la locura del rey Jorge, vamos, o en las escapadas de Ibarreche. Su buen criterio y su eficacia salen bastante en entredicho del panorama pintado aquí.

—Suárez fue quien, a su manera, dio también un "golpe", en el sentido de que nombró a su sucesor, Calvo Sotelo, invadiendo lo que el Rey consideraba una competencia suya (un rey que todavía tenía extendido el dedo que había nombrado a Suárez, y que quizá no había asumido plenamente su papel cuasi-nominal en la nueva Constitución). El rey esperaba que Suárez dimitiese a sugerencia suya, para nombrar a "alguien" sugerido por los partidos, posiblemente Armada: y le irritó que Suárez se resistiera y luego que organizara su propia sucesión ("Arias era un caballero, me bastó con insinuarle la necesidad del cambio para que él actuara en consecuencia"). Suárez le pidió a Felipe González apoyo para resistir estas ideas del rey, pero Felipe no deseaba otra cosa que la dimisión de Suárez... y participar en el gobierno Armada.

— La mitología según la cual unos militares se salen del tiesto por cuenta propia, y el rey los pone firmes en un gesto de heroica autoridad... es una simplificación notable, aptar para consumo popular. Ignora todas las tramas civiles, militares y reales para dar un "golpe de timón" a la situación caótica y descabalgar a Suárez. El verle las orejillas al lobo hizo que se calmase un poco quizá todo el mundo: el rey, que pasó a intervenir menos en política nacional, y el PSOE, que esperó a ganar las elecciones en lugar de apuntarse a un bombardeo—es un decir.

—Armada por supuesto emerge como un notable intrigante, contando a cada cual lo que quería oír y haciéndoles presuponer más acuerdos de los que había; al tanto de planes golpistas semicoordinados, e intenta rentabilizarlos y que jueguen a su favor. El golpe de extrema derecha de Tejero, el de los militares descontentos liderados por San Martín, y el de la "trama civil" habrían de culminar en su persona. Otro que pedaleaba por el aire, aunque no tanto. Todo era bastante inestable e imprevisible, y parte al menos de este comportamiento sorprendentemente estúpido y optimista de Armada habría que atribuirlo a las peculiaridades de la comunicación de un monárquico con el Rey: a la necesidad de no involucrarle y a la vez de interpretar sus deseos y llevarlos a cabo de la manera que él consideraba más factible, mediante la presión del Ejército y una amenaza de golpe similar a la que llevó a De Gaulle al frente de la V República francesa.

— Como curiosidad, Suárez "presumía de no haber leído nunca un libro", dice uno de sus antiguos amigos (213).

— Y otra curiosidad: el gabinete que iba a ser propuesto por Armada si el Rey le pedía que interviniese. Gabinete que tampoco le gustó a Tejero:

"Presidente: general Alfonso Armada; vicepresidente para Asuntos Políticos: Felipe González; vicepresidente para Asuntos Económicos: José María López de Letona; ministro de Asuntos Exteriores: José María de Areilza; ministro de Defensa: Manuel Fraga; ministro de Justicia: Gregorio Peces-Barba" etc, etc... Un gobierno en el que estarían no sólo los otros frustrados miembros de la terna de la que salió Suárez (Fraga y Areilza), sino también  Javier Solana, Ferrer Salat, Solé Tura, Tamames, Múgica, Herrero de Miñón, Garrigues, Luis María Anson, y supervivientes todoterreno del franquismo como Pío Cabanillas... Vamos, suficiente como para que a nadie le interesase airear demasiado los detalles. A Carmen Echave, que tomó nota de la lista, le recomendó Rosón, el ministro del Interior, que no la diera a conocer a los jueces que investigaron el golpe. Y hubo instrucciones, y consenso, de encausar al mínimo número posible de implicados en las diversas tramas ilegales o de dudosa legalidad.

La limitación mayor del libro... pues sin duda la ocultación de las fuentes, de los nombres de varios de los personajes que hacen confidencias políticas a Medina, exigiéndole que mantenga su intervención en secreto. Y siempre hay quien sabe más de lo que circula. Aún está demasiado cercano el asunto, parece—por ejemplo, tenemos aún el mismo rey, y que nos dure muchos años cumpliendo sus funciones.

Narratología del 23-F


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