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Estrategias de ceguera racial

Estrategias de ceguera racial

Hace poco mencionaba este artículo:
Evan P. Apfelbaum y Samuel R. Somers (Tufts University), y Michael I. Norton (Harvard Business School). "Seeing Race and Seeming Racist? Evaluating Strategic Colorblindness in Social Interaction." Journal of Personality and Social Psychology 95.4 (2008): 918-32. DOI: 10.1037/a00111990    http://www.apa.org/journals/releases/psp954918.pdf

Hoy abrevio su contenido y lo comento. El título viene a ser "¿Ver raza y parecer racista? Evaluación de la ceguera estratégica al color durante la interacción social". En Estados Unidos, y probablemente también en otras partes, existe una tendencia a solventar la cuestión de una diferencia racial en la interacción social haciendo como que no existe la cuestión: fingiendo o asumiendo una ceguera a la raza, color blindness. Esto se hace por una serie de motivaciones (irrelevancia práctica, dudas sobre la terminología a utilizar, tendencia a evitar conflictos, etc.) entre las cuales es prominente, hoy en día, la corrección política: parece a muchos impropio mencionar la raza de alguien de no ser una cuestión pertinente para lo que se está discutiendo, y a veces aun cuando lo sea. La finalidad es proyectar una imagen de uno mismo como una persona sin prejuicios raciales.

Según los autores, esta color blindness es una estrategia más frecuente entre los blancos (en los que centran su estudio). La estrategia depende del contexto, pues (tratándose de un comportamiento interactivo) se aplica más cuando el interlocutor lo aplica a su vez—si el otro no menciona la raza, pues yo tampoco. Especialmente, en el caso de los blancos, cuando el interlocutor es negro. Si el negro finge o propone implícitamente la estrategia de ceguera al color, los blancos (más que los negros) seguirán la iniciativa. Si la propone un blanco, los blancos se atendrán algo menos a ella, y los negros todavía menos. Los porcentajes en que los blancos siguen la norma establecida por un negro son los mayores: el 95% tienden a reconocer la raza si el interlocutor negro la menciona primero, pero sólo cerca de un 10% de blancos aluden a la raza de un tercero ante un negro si éste no lo hace antes. Entre blancos, los resultados están mucho más centrados estadísticamente, y la raza se menciona con más espontaneidad a pesar de la influencia normativa del interlocutor. Es decir, la sujeción de esta estrategia a normas comunicativas es especialmente prominente en la interlocución interracial.

El estudio se hizo en un entorno de experimentación psicológica muy controlado estadísticamente, con sujetos ignorantes de la cuestión sometida a experimento, y con valoraciones objetivadas por medio de informadores también neutrales y que no estaban al tanto de la cuestión sometida a estudio. Se daban a describir fotografías de personas (ya blancas, ya negras) a los sujetos (blancos) en presencia de un sujeto colaborador (ya blanco, ya negro). Este fingía ser un sujeto más sometido al experimento—cuyas hipótesis desconocía sin embargo—, y asumía (o no) la iniciativa de mencionar la raza de las personas en las fotos, estableciendo así una norma implícita. Todo ello tabulado y tratado estadísticamente. Vamos, un experimento de laboratorio en sociología, con metodología estricta, muy controlado y documentado... si bien se echa en falta la repetición del mismo experimento con sujetos negros.

Uno de los hallazgos más curiosos es que, estadísticamente hablando, la estrategia de ceguera al color tiene efectos indeseables en la comunicación no verbal: en los intercambios en los que se emplea esta estrategia, los interlocutores se tensan, y sus movimientos corporales expresan frialdad o rechazo. Es por tanto una norma de corrección política que sin embargo puede ser contraproducente para la fluidez comunicativa y el entendimiento mutuo. Esto sucede especialmente en los casos en los que la diferencia racial es más obvia o relevante para lo que se está tratando: en esos casos, los blancos suelen responder de maneras bastante diferentes a la estrategia de la ceguera al color. Las evaluaciones de esta estrategia, sin embargo, se acercan más a los términos medios en los casos en los que se emplea cuando la raza es irrelevante para el asunto. La tendencia de los blancos a evitar mencionar la raza con interlocutores negros es, según este estudio, una estrategia contraproducente en ciertos sentidos, pues mediante el movimiento corporal se comunica distancia o rechazo cuando se sigue esta estrategia supuestamente prudente o bienintencionada. Mediante un test cognitivo basado en el efecto Stroop se llega a la hipótesis adicional de que los esfuerzos realizados para suprimir una alusión a la raza inhiben la capacidad de control del individuo sobre sus propias señales no verbales de simpatía o afiliación social.

Hay que destacar que la ceguera al color es por supuesto estratégico-comunicativa, y no cognitiva. Como señalan los autores, la diferencia racial es una de las categorizaciones más rápidas y automáticas que hacemos de una persona—como el sexo o la edad, pongamos—pero a veces este hecho se oculta, por prudencia, de maneras incluso ridículas—como en la anécdota sobre una boda interracial que abre el artículo (donde una señora le dice a uno de los autores, cuando él comenta algo sobre el contraste entre el novio y la novia, que ella ni siquiera se había dado cuenta de que el novio era blanco y la novia negra).

Se desprende del estudio que son precisamente los blancos más interesados en que otros no los vean como racistas los que practican una estrategia (la ceguera fingida a la raza) que les hace aparecer menos amistosos, o incluso más racistas, al comunicarse con un sujeto de otra raza. Y, paradójica o previsiblemente, son otros blancos los que más positivamente valoran esta estrategia de ceguera, no los negros. Ahora bien, tanto los negros como los blancos valoran negativamente las alusiones a la diferencia racial al observar interacciones entre blancos—en ese contexto sí que aprecian la estrategia del color blindness, y también en las ocasiones en que la cuestión racial se percibe como irrelevante. Los autores sugieren cosas de sentido común para la interacción interracial, como no evitar alusiones a la raza cuando se percibe como relevante para la cuestión que se trata.

Una limitación del estudio proviene quizá de sus necesidades metodológicas. Para contabilizar estadísticamente los casos, los autores han diseñado un modelo de identificación racial bien definida. Y de hecho la han limitado a blancos y negros (de ahí que utilicen tan alegremente el término poco preciso digamos de "color blindness", dado que hay "negros" igual de claros que los "blancos" y sin embargo reconocibles como tales "negros". La introducción de otras etnicidades (como la judía, la hispana, la italiana, etc.) hubiera dado lugar a otro experimento, y quizá a otros resultados. Tampoco se nos dice si los "blancos" del experimento pertenecen a cualquiera de las etnias que pasan por blancas, o si eran "blancos blancos", o sea de etnia nórdica, germanica o anglosajona. También hay que decir que la distribución por edades del estudio es demasiado limitada a personas de alrededor de 20 años—y estudiantes universitarios, un colectivo especialmente atento al discurso de la corrección política. Y puestos a buscar peros, los evaluadores "neutrales" de la comunicación no verbal en varios experimentos eran también blancos, o blancas.  Hasta aquí el estudio, y muy interesante que es.

Podría decirse que una minoría como la comunidad negra tenderá a percibirse como "marcada" semióticamente, un hecho que da lugar a tratamientos distintos en la comunicación entre negros y blancos, como el uso de protocolos distintos de reconocimiento racial en el seno de cada comunidad, y de estrategias distintas en la comunicación interracial.  Especialmente cuando se trata de aludir a la raza—cuestión que según los autores de este artículo es un "campo minado". Así surge el uso de terminología cuidadosamente seleccionada para referirse a ella: conocida es la evolución terminológica desde "blacks" o "niggers" a "Negroes" (término respetuoso allá por la primera mitad del siglo XX), a "blacks" otra vez en los años 60 y siguientes, y luego a Afro-Americans y African-Americans... uf. La dinámica racial americana asegura que no haya manera de acertar siempre, pues el término que es aceptable en un contexto, o tratando entre blancos, o entre negros, es inaceptable en una conversación interracial. No se trata sólo del término en cuestión que se use—sino del término y su hablante y su referente y su oyente, todo ello en un contexto.

Sirva de ejemplo "nigger", usado frecuentemente con los negros entre sí como señal de confianza, ya sea para bien o para mal, pero inaceptable en un blanco dirigiéndose a un negro. O "brother" con el significado de "negro como yo", otro término que mal puede usar un blanco para aludir a un tercero en discordia, sea negro o blanco, cuando habla con un blanco, o con un negro. Tiene que recurrir a términos que también pueden señalar mensajes de afiliación no deseados, o términos de aire oficialesco, como African-American, etc., que marcan distancia. Podríamos decir que el propio discurso favorecido en la comunidad negra está racialmente marcado, reconoce la raza en sus apelativos, mientras que el lenguaje "blanco" es "blanco" en el sentido de no hacerlo, de actuar como si no hubiese interacción significativa entre negros y blancos (o, podría decir un negro, de actuar como si los negros no existieran). La estrategia del "color blindness" viene a ser, en una interpretación negativa, precisamente eso: "ya que hay negros entre nosotros, hagamos al menos como si no los hubiese"—un planteamiento típicamente blanco, y de dudosa eficacia para tratar con una comunidad cuyo discurso dominante profiere constantes marcas raciales en su vocabulario, sus apelativos, y su mismo acento y entonación.

Merecería un análisis, por cierto, la manera en que Obama se enfrenta estos días a la cuestión del discurso racialmente marcado, y la solventa y la torea. "Yes we can". A saber quién es ese inclusivo we... Menudo artista, Obama; será que ha practicado numerosos ejercicios de afiliación discursiva.

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