Oralidad fingida
Estoy oyendo al ministro José Blanco hacer el paripé de que le hacen una entrevista en la radio. Está todo escrito, pero tanto el presentador como el ministro, ateniéndose a la redacción de alguien, intentan mantener la ficción de que lo que dicen es producto de una conversación espontánea.
El ministro da así la impresión de ser una persona mucho más informada, elocuente, con ideas claras, capaz de usar un lenguaje elaborado y de planificar lo que va a decir—alguien que tiene una memoria sobrehumana y que no vacila en exponer sus ideas, alguien que controla, en suma. Lo malo es que hay muchos pequeños detalles que traicionan la oralidad trucada, empezando por el tono de lectura, y sobre todo cuando el ministro, a pesar del servilismo del entrevistador, se trabuca y lee la línea siguiente, o sigue pronunciando a su manera las "construciones" y los "concetos". En la tertulia, por supuesto, todos han fingido que la entrevista era perfectamente espontánea, diciendo que Blanco es un "ministro revelación", valorando sus "reacciones", etc.
Cómo no, es en la SER— en otros sitios podrían no prestarse a estos montajillos de abyecto peloteo al gobierno. Parecen la SER de hace cincuenta años entrevistando a López Rodó o a López Bravo.
Es una convención con infinitas variedades contextuales, la fluidez entre la palabra escrita y la hablada. Como en el caso de los conferenciantes que leen su conferencia, o los actores que recitan su papel fingiendo espontanediad, o los abogados que siguen una estrategia preescrita, los amantes que repiten frases hechas, los profesores que se atienen a un programa, o los presentadores que utilizan un registro determinado, además de seguir un orden en su exposición... Y especialmente en la radio, hay mucha más escritura de lo que parece detrás de lo que oímos hablar. De hecho, lo oral y lo escrito están interpenetrados de tantas maneras y en tantos contextos que casi parece una maravilla que a estas alturas aún se pueda hacer trampa con estas cosas, y que todavía puedan crearse efectos de falsedad cuando alguien se atiene a un texto fingiendo que está hablando.
Pero donde hay voluntad de engañar, y de vender una moto a una audiencia que se presume estúpida o entregada, todo efecto semiótico es posible, desde los más sobados hasta los más novedosos.
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