Atención a la atención
jueves 8 de abril de 2010
Atención a la atención
Hablar es en cierto modo mentir—atraer la atención sobre algo que no está, o no estaba, allí. De ahí que la mentira —la mentira sobre la mentira, o la vuelta de la mentira sobre sí misma— o la ficción hayan sido especialmente problemáticas en su consideración, condenada la una, altamente sospechosa la otra.
Si la vida es sueño, siendo como es una estructura de representaciones, el ensoñamiento en sí, o los sueños flotantes de la noche, son también una vuelta del sueño sobre sí, un sueño al cuadrado que también es sospechoso. Quizá los animales piensen en imágenes, como Einstein y los autistas, pero no se comunican en imágenes, a no ser (parcialmente) consigo mismos. La otra vida que puedan vivir en sueños, o la que vivimos nosotros como ellos, es algo inquietante, es irreal, es ficción, es mentira... precisamente porque el sueño contiene su propia realidad autónoma, su propia verdad autocontenida.
Qué significarán los sueños... Ya se pueden partir los cuernos las escuelas para interpretarlos. Está claro que a veces piden un sentido que no es el que expresan en su superficie, son un reto a la explicación. Para mí sólo hay una interpretación auténtica que nos da la verdad de los sueños: aquella que, pasándolos por el tamiz de la palabra, les asigna un sentido, y provoca un consenso—es cierto, eso significaba mi sueño. Esto se puede dar entre los lectores de Artemidoro, entre los de Macrobio, o los de Freud: cada sistema interpretativo genera sus propios efectos de verdad y sus propias interpretaciones satisfactorias y fiables. (Fiables en ese contexto, discurso, o ámbito). Es significativo el papel del discurso como clarificador de las imágenes: con el uso del lenguaje extraemos o creamos el sentido, seleccionando, ligando, enfatizando, relacionando... añadiendo este discurso su propia red de relaciones sobre la red de relaciones que presumiblemente generó el sueño. La interpretación, aquí como en otras partes, es una determinada dirección de la atención. (O redirección, o reorientación).
Como lo es, en otro sentido, el lenguaje. El lenguaje es mentiroso, decíamos, porque fija nuesta atención sobre algo que no hay, que no está, el signo ausente. O sobre un aspecto específico de lo que tenemos delante, ignorando los demás. El discurso es crítico—selecciona, krinein. Y seleccionar es (entiéndaseme bien) mentir, elegir unas cosas y dejar otras que también están allí, pero nos parecen menos relevantes. También podemos ignorar la situación presente y evocar un mundo de ideas que no está aquí, pero que es más importante o significativo que lo que tenemos delante, y de él hablamos. (Oscar Wilde tenía muy claro, en su teoría del arte y de la crítica, en "La decadencia de la mentira", o en "El crítico como artista", que quien representa algo en una obra de arte o en una crítica de la misma, no hace una copia fiel, sino que más bien lo modifica, selecciona, subraya, enfatiza, transforma... o podríamos decir dirige la atención de su público sobre ciertos aspectos del objeto, y sobre sí mismo. Lo mismo nos decía Anatole France: ver "La crítica autobiográfica").
Los animales son autistas. No hablan, no se comunican representaciones, sino únicamente señales. Están más atentos a lo que tienen delante, no se pierden en abstracciones. Actitudes tienen, e intenciones y deseos—a veces muy bien definidos en los animales superiores: ideas, tienen pocas y flojas, pues les faltan palabras en las que apoyarlas.
Nuestras ideas por contra son abundantes, complejas y ensamblables. Son manejables gracias a las representaciones simbólicas. Como por ejemplo las matemáticas—pero sobre todo gracias al lenguaje. Que volviéndose sobre las demás representaciones, (como por ejemplo sobre los sueños), incluyéndolas en sí, puede también comunicarlas, extraerlas de la mera autocomunicación, e incluir a todos en un mundo social... mayormente imaginado y convencional, un mundo comunicado y comunicativo—constantemente reformulado en este intercambio colectivo.
(Esto lo podríamos relacionar con la teoría del interaccionismo simbólico, de Mead, Blumer, et al., según la cual los sentidos y significados de los objetos, o de los fenómenos, no están contenidos en el objeto o fenómeno en sí, ni tampoco son una pura creación de la mente del observador—sino que son constantemente elaborados, reelaborados y negociados, en un proceso de comunicación social).
Cuando hablo de atención, me estoy refiriendo a dos cosas diferentes, pero relacionadas entre sí—por la manera en que funciona la comunicación social entre los humanos.
• Por una parte, me refiero a atraer la atención sobre uno mismo. Es algo que nos va mucho a los humanos (y no sólo a mí, como dicen las malas lenguas). Lo hacemos según infinitas modalidades o estrategias, algunas más directas o evidentes, otras más disimuladas o podríamos decir institucionalizadas. Así, por ejemplo, obtener un título universitario o un puesto laboral es hacerse con una garantía de atención... sedimentada o fosilizada, podríamos decir.
• Por otra parte, me refiero a dirigir la atención de los demás sobre algo. Dirigir la atención, orientarla conjuntamente sobre un hecho o fenómeno, es algo que está en la base misma de la consciencia humana. En el blog Babel’s Dawn de Edmund Blair Bolles puede seguirse la teoría sobre el origen y naturaleza del lenguaje según la cual lo característico del universo lingüístico humano es la capacidad de orientar y dirigir la atención. Está especialmente ligada esta tesis también a la teoría cognitiva de Michael Tomasello. (Ver p. ej. Tomasello, "Joint Attention as Social Cognition", en Joint Attention: Its Origins and Role in Development, ed. C. Moore y P. Dunham; Erlbaum, 1995).
Especialmente notable en el lenguaje humano es la capacidad de orientar la atención del oyente sobre un objeto no presente, o un objeto ideal—como ya hemos dicho. Así superponemos al mundo presente, en el que estamos directamente inmersos, una realidad virtual de sentido, y de interacción comunicativa, una realidad virtual que modula u organiza la realidad física sobre la que se superpone.
Estas dos modalidades de la atención son distintas, como se ve, pero están imbricadas mutuamente.
De la manera siguiente: podríamos decir que atraer la atención sobe uno mismo es también dirigir la atención de los demás, y una persona que concentra la atención sobre sí también es capaz (como un espejo reflectante) de dirigir esa atención sobre otros objetos de su interés. Los influyentes (famosos, poderosos, autoridades intelectuales) atraen nuestra atención sobre sí, y la dirigen con su palabra y sus acciones. El discurso del famoso es un potente instrumento óptico, que modela la realidad observable, nos hace ver determinadas cosas, o verlas de determinada manera. Quizá diga lo mismo que lo que dice uno de a pie (yo pongamos) pero ahí está amplificado, ahí mueve masas—es verbo divino. En fin, hablando de verbo divino, recordemos sin más el poder que tiene el discurso canónico, sagrado, sancionado: la Biblia, Shakespeare, Darwin, Derrida—discurso repetido, enmarcado, amplificado, puesto sobre un pedestal, y que crea ondas de realidad y de atención en torno a sí.
Y viceversa. Dirigir la atención de los demás,de modo productivo, provechoso, divertido, llamativo, interesante... es también dirigir la atención sobre uno mismo. Con lo cual el discurso futuro de uno se verá amplificado correspondientemente. En fin, que orientar la atención de los demás hacia otras cosas también es orientarla hacia uno mismo, y viceversa, tanto más cuanto más provechosa para el interés general ("interés" en ambos sentidos) sea esa orientación. En el caso de una obra de arte o literatura, se da un tipo mezclado de estos dos tipos de atención. La obra no es "uno mismo", pero sí una proyección o avatar de uno mismo, carne de mi carne. Y atrayendo la atención sobre ella, la atraemos también sobre su tema, y sobre su autor o sobre quien la presenta al público.
(Se observará además que, aparte de las autoridades intelectuales o gente que hace o dice cosas interesantes, hay en el arte y en la vida ciertos fenómenos que son puros torbellinos de atención, puros objetos de discurso, autoalimentados por los medios y por la misma atención de gente que habla de ellos como hago yo ahora... pero ya hemos dicho bastante con sólo aludir a este fenómeno colateral. Dada la dinámica de la atención, la generación de estos torbellinos de atención es un fenómeno inherente a la comunicación humana, y de ahí salen burbujas, best-sellers, modas súbitas y famosillos inanes. Internet, como un gran fenómeno de intercambio y organización de atenciones, posibilitando la atención global, ha potenciado extraordinariamente estos torbellinos de información).
Brian Boyd termina su libro On the Origin of Stories llamando la atención sobre un aspecto importante del arte, y de la narración, y de la teoría del propio Boyd Boyd sobre el arte y la narración. A saber, llama resalta la importancia de la atención en esta teoría.
Otras teorías sociobiológicas sobre el arte y la narración enfatizan los aspectos informativos (Michelle Scalise Sugiyama) o los cognitivos (Joseph Carroll) de estos fenómenos. Y habrá que concurrir con Gordon Burghhardt que en fenómenos tan complejos no hay que ser reduccionista, sino que hay que recurrir a una explicación multidimensional, atenta a múltiples causas. Pero atendamos a lo que dice Boyd—pues fijar la atención en un aspecto determinado puede ayudar a conocerlo mejor.
"1. La atención es importante para todo tipo de arte, literatura, y narración, como han sabido los artistas y el público (y Aristóteles) desde hace milenios" (Boyd 392). La atención es ciertamente crucial para el artista y para el narrador. El arte y la narración (y podríamos decir que, de modo más general, el uso de la palabra) aspiran a atraer la atención sobre sí, y a mantenerla atrapada. De hecho, en sus formas más elaboradas (desde una pintura hasta una conferencia, una novela o hasta Avatar) la obra de arte y el discurso narrativo generan una realidad alternativa, enmarcada y absorbente, que mantiene fija la atención del receptor en ese mundo virtual). ¿Cuáles son las mejores obras de arte? La pregunta es redundante... no podemos contestar sino que son las que más atención atraen— ya sea la atención del vulgo, o la atención selecta de la comunidad crítica con la que nos identificamos. O la atención de la selecta comunidad de uno mismo: lo mejor es lo que mejor atrae nuestra atención, o lo que atrae nuestra mejor atención. (No esto, por ejemplo).
(La detección de regularidades es una tendencia cognitiva del cerebro, que tan pronto puede resultar selectivamente ventajosa, como producir pseudofenómenos mentales, tales como la apofenia, o como la proyección cognitiva de intenciones inexistentes, imaginadas, y de espíritus sobrenaturales que nos vigilan y controlan).
Quizá subestime Boyd las dimensiones cognoscitiva e informativa que se dan no sólo en las narraciones factuales, como dice, sino también en la ficción—que está hecha de realidad, mayormente. Hasta la ficción fantástica tiene un valor cognitivo en el sentido de que (como decía Wolfgang Iser en Prospections) la fantasía e irrealidad se define por contraposición negativa con una realidad que presupone y en cierto modo contiene. Esa realidad es un principio cognitivo activo en la recepción de la ficción y de la fantasía. (Algo más sobre realidad y ficción trataba yo en este capítulo de Acción, Relato, Discurso, 3.1.4.4). También conviene hacer notar que los valores informativo y cognoscitivo de la ficción contribuyen a su interés, o a su potencial de captar la atención, aunque no basten para explicarlo. Sea como sea, es cierto, como dice Boyd, que
Matizaré aquí que Boyd no parece distinguir mucho entre los dos tipos de atención que diferenciábamos arriba; por eso aquí parece que se está refiriendo a la atención que atrae una narración u obra de arte sobre sí misma— cuando en realidad, para atraer la atención sobre sí y sobre su creador, estos objetos semióticos dependen en gran medida de su capacidad para atraer la atención sobre los objetos (virtuales) que representan, o sobre aspectos del mundo real con ellos relacionados. Una cierta confusión no es de extrañar cuando consideramos que (torbellinos informativos aparte) una orientación provechosa de la atención que efectúe una narración u obra de arte hacia determinados acontecimientos, esquemas perceptuales, relaciones sociales, etc., será también una orientación de la atención que revierte sobre la obra misma y contribuye a promocionarla, a ella y a su autor.
Obsérvese que una representación de un objeto—un cartel, un retrato—puede atraer la atención más que la realidad que la circunda, incluso más que el objeto original mismo—y esto es porque la representación es un objeto intencional, que apela a sí misma como captador de atención: está imbricada en el juego social de intercambios de señales y llamadas de atención—(aunque no negaré que una cosa o una persona puede ser también la representación de sí misma, especialmente en el caso de estrellas e iconos como Madonna o Bob Dylan, y puede tener por tanto este valor de autoimagen).
A pesar de que la literatura puede ser muy absorbente para muchas personas, es conocida la capacidad de fomentar la inmersión que tienen los relatos multimedia. Pueden captar la atención de un público más amplio y de sectores menos formados del mismo: así, el cine y la televisión apelan a dos sentidos simultáneamente además de a la atención interpretativa del cerebro. Y los juegos de ordenador interactivos, al implicar respuestas motoras, reflejos, y capacidad de toma de decisiones del jugador, son capaces de proporcionar una experiencia de inmersión mucho más absorbente, por no decir adictiva. (Lo mismo se ha dicho, por cierto, sobre los blogs, o sobre Facebook, por su potencial interactivo-comunicativo esta vez).
En literatura, aun admitiendo que hay mucha interacción virtual con el lector, sólo la absorción del narrador o del poeta en la composición y manipulación de su texto, o la del actor teatral o cantante en la interpretación de su papel o su canción, pueden proporcionar una experiencia de inmersión que sea comparable a la de los videojuegos en su capacidad de absorción e interacción. De ahí que con los videojuegos abandonamos propiamente el terreno de la recepción o lectura y entramos en el de la experiencia virtual y la acción en segundo grado, en el universo acotado por el juego. (Ya comenté que algunos aspectos de la película Avatar buscaban reapropiarse intermedialmente de esta experiencia de inmersión del videojugador, para inyectar en la historia cinematográfica su potencial de mantener la atención).
La realidad social se estructura mediante estrategias comunicativas y de atención mutua. Es la atención la que traza alrededor de los signos los marcos invisibles que los organizan—son rituales de atención compartida. También los análisis de Goffman sobre la proyección del sujeto, sobre la acción coordinada en grupos, y sobre la organización del espacio social, podrían relacionarse con esta perspectiva sobre la atención compartida y su significación social. Lo mismo digo de su visión estratégica sobre la gestión y control de las impresiones proyectadas. El maquiavelismo requiere mucha atención, y mucho disimulo de la atención.
Por cierto, que nos recuerda Boyd que en una sociedad basada en el intercambio de atenciones mutuas, esta moneda también puede devaluarse. Por ello, casi tan importantes como las estrategias para atraer o dirigir la atención de los otros, son las estrategias de resistencia, encaminadas a evitar que nuestra preciosa atención (nuestro tiempo y energías limitados) se malgaste dejando que cualquiera la atraiga: hará falta una buena razón para convencernos para atender—con lo cual las estrategias para atraer la atención tendrán que tener en cuenta por anticipado las estrategias de contraatención, y buscar desactivar esa resistencia.
Menos convincente resulta Boyd en lo que sigue:
La sociedad humana ya es demasiado complicada para estas generalizaciones. No parece que los artistas y escritores (a pesar de mitos y auras) sean especialmente favorecidos por los cocineros y por las señoras con sus favores, ni que tengan particular éxito en hacer sobrevivir a sus genes (ni Homero ni Shakespeare ni Cervantes). Lo que sí sobrevive de artistas y escritores son sus ideas, sus memes, no sus genes. El arte es incierto como vía para el éxito económico (dependiendo como depende del azar del talento, y del azar de los torbellinos). Y quien esté interesado en perpetuar sus genes, le recomiendo que dedique sus atenciones a las señoritas, y viceversa, —no a las obras de arte ni a la composición de libros, que suele ser un pasatiempo hosco y solitario, una sociabilidad ersatz muchas veces.
Hay que reconocer, sin embargo, que sí hay un "mercado de status" entre los artistas y literatos, como observa Boyd—no de otra cosa están hechos los cánones y los museos y las galerías. Cuando leemos o estudiamos literatura leemos o estudiamos el resultado de múltiples filtrajes y refuerzos de atención realizados por públicos anteriores, instituciones, editores, vendedores... Y otra cosa interesante dice Boyd:
También los géneros y variedades artísticas se pueden interpretar como estrategias de atención—aquí habría que combinar el estudio del receptor implícito de una obra en concreto, con el estudio del tipo de recepción a que apelan los diversos géneros literarios y narrativos, y las diversas modalidades artísticas:
6. La atención ofece una guía para la apreciación y la evaluación. Un enfoque sobre las narraciones enfocado en la atención respetará los logros de la narrativa popular que apela con éxito al público de su elección, aunque también valorará de modo diferente la narrativa que pueda mantener la atención a través de múltiples lecturas y muchas generaciones. (394).
Por último, volviendo a la cuestión del arte y la literatura como modos de hacerse con una reputación social, veremos que la vanidad proverbial de autores y artistas no es una coincidencia continuada, sino una condición inherente a su actividad. La literatura, la narración, el arte y la escritura, son un juego de atención social. (Cada vez me alegro más de haber llamado a mi blog Vanity Fea, en alusión al aspecto inmodesto y vergonzante de esta actividad). Esto es así aun en el caso de quienes eligen llamar la atención con su desaparición, o con su humildad, o con su discurso clínico, distante, y académicamente impecable.
Así, atendemos a lo que otros atienden, nos imitamos, nos pasamos modas e influencias y gustos, intercambiamos cromos de status, construimos clásicos y famas casi sin enterarnos.
Y aquí encontramos un momento interesante y curioso de la teoría de Boyd, un momento reflexivo o autoexplicativo. No es sólo que la atención sea crucial para la literatura: también lo es para la crítica, y el argumento se vuelve de modo reflexivo sobre la propia argumentación de Boyd, y sobre la actividad crítica en la que está inmerso como cualquier otro artista de la palabra: intentando captar la atención de un público, monstruo refinado (—¿aún me sigues, hypocrite lecteur?). Boyd, como cualquier artista de la palaba o vendedor de discursos, quiere atención para su libro, y por eso lo ha escrito, por eso se han escrito todos los libros, y todos los blogs:
Es el argumento que ya tuvimos ocasión de ver en la teoría subjetivista de Anatole France, cuando habla de la crítica como una forma de apropiarse de las obras literarias para un ejercicio de promoción personal de la atención. Acudimos al crítico pensando que nos va a desvelar la verdad de las cosas, o del libro... pero ay, el crítico tiene sus propias prioridades, a la hora de dirigir la atención del lector.
Observa Boyd que esta atención al interés de las obras y a la atención del público ha estado demasiado ausente de la atención de la crítica. Una teoría panorámica de la literatura en el marco de la actividad social y cognitiva, o en el seno de una perspectiva crítica sociobiológica y evolucionista, habrá de empezar por fijar su atención en el arte, el discurso y la narración, como estrategias de atención. Y de interacción comunicativa, añadiría yo.
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