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Profesores monjes y profesores cortesanos

domingo 1 de agosto de 2010

Profesores monjes y profesores cortesanos


Es ésta una distinción a la que alude José Carlos Bermejo Barrera en su libro crítico-satírico sobre la universidad española, La fábrica de la ignorancia, y que ciertamente tiene su dosis de verdad. Parte del mal que diagnostica Bermejo se debe a la proyectitis, de la cual ya hablábamos aquí otro día ("La investigación individual sobra en la Universidad"). A través de los grupos de investigación subvencionados, los profesores se embarcan en una dinámica que Bermejo denomina capitalismo imaginario:

"Unos profesores que últimamente valoran más la actividad investigadora basándose no en los resultados científicos obtenidos y publicados, sino en el dinero gastado en los años anteriores, de acuerdo con el llamado por R. Merton efecto san Mateo, conocido desde hace más de cuarenta años en las universidades norteamericanas, un efecto que, de acuerdo con las palabras de ese evangelio dice que al que tiene, se le dará, y al que no tiene incluso eso se le quitará.
Unos profesores que no dudan a la hora de cambiar todo tipo de criterios para la valoración de la docencia y la investigación de sus colegas, según cada caso y cada persona, y que pueden llegar a considerar cosas como que si es necesario publicar en revistas de prestigio, eso puede lograrse bien accediendo a esas revistas, o bien pasando a considerar como revistas de prestigio aquellas revistas en las que ellos ya publican, lo que se puede conseguir fácilmente convirtiéndose en evaluador en las comisiones que establecen las catalogaciones de las revistas científicas." (68)


Pongo algunas de las observaciones más jugosas sobre la universidad, vista desde dentro por este experto conocedor de la fauna académica. En especial en el capítulo IV, "¿En qué creen los profesores y por qué es tan fácil manipularlos?". No le sorprenderá a nadie que se trate aquí de cuestiones muy relacionadas con el feudalismo en la academia, por mucho que Bermejo no entre de lleno en el tema.

"En la universidad española actual además parece estar vigente el concepto de servidumbre voluntaria, al que el amigo de Michel de Montaigne, Étienne de la Boétie, había dedicado un libro que citábamos en el capítulo primero. Los profesores españoles, en efecto, parecen haberse convertido de unos años a esta parte en unos seres aparentemente sumisos dispuestos a aceptar toda clase de normas y a someterse a todo tipo de pruebas, a cambio de unas mínimas compensaciones económicas" (71).


La docilidad de los profesores viene, según Bermejo, de la misma manera en que se constituye su identidad como sujetos de reconocimiento mutuo. "Los profesores somos seres empalabrados, debemos construir discursos en los que se comunique el conocimiento, y nuestra identidad depende de los discurso que seamos capaces de construir y de nuestra capacidad de comunicarnos con los demás" (73). El reconocimiento mutuo, tan importante en toda sociedad humana, es todavía más crucial en la Academia, que no es sino una sociedad organizada de reconocimiento mutuo. De allí que se produzcan en ella fenómenos patológicos ligados a los procesos, necesidades y ansiedades de reconocimiento mutuo.

"En una institución determinada cada sujeto asume uno o varios roles y logra consolidar un lugar propio o estatus, y de este modo construye su identidad. Se da la paradoja, como señalaba J. L. Moreno, que la identificación entre cada sujeto y su rol puede llegar a ser tan fuerte en algunos casos, que los ataques más profundos que se le pueden hacer a una persona no serán aquellos que vayan dirigidos a los aspectos más íntimos de su personalidad, sino a su yo externo, al yo que desempeña en una institución con la que se siente identificado" (72)


Lo mismo comentábamos a propósito de la teoría de Goffman sobre la generación grupal de identidades, en el post sobre "Equipos y sujetos... al equipo". Parece lógico que el academicismo al cuadrado, o sea, la pertenencia a grupos específicos dentro de la academia, producirá patologías académicas elevadas asimismo al cuadrado. La raíz de esas patologías: la inseguridad y endeblez de la identidad académica—

"El carácter fuertemente lingüístico de la institución académica hace que el grado de identificación entre lo que podríamos llamar el ego interno y el ego externo sea mucho mayor que el resto de las profesiones (...). Podríamos decir que en el mundo universitario más que definir a una persona mediante la fórmula: yo soy lo que hago, o he hecho, se la define mediante la fórmula alternativa: yo soy lo que digo, o lo que he dicho. En términos literarios podríamos traducir esta proposición por yo soy mi obra, que en los términos académicos actuales sería: yo soy mi currículum. (73).


Siguiendo a Pierre Janet y a J. L. Moreno, ve Bermejo una implicación intelectual de la persona con su discurso, o quizá más bien con su imbricación en el discurso de la academia, que lleva a un mayor gasto de energía psíquica y mayor vulnerabilidad psíquica, a que

"esa energía que mantiene la tensión necesite un mayor grado de reconocimiento social. Ésa esa la razón que puede explicar la tendencia a la vanidad de los profesores universitarios y su búsqueda constante de ser reconocidos por los demás. Por la misma razón estrá allí su flanco más vulnerable: podrán ser manipulados mediante el halago, humillados mediante la injuria verbal y controlados gracias a la creación de sistemas que dosifiquen la alabanza y la crítica individual y colectivamente.
El carácter empalabrado de los profesores, unido a su constante necesidad de búsqueda del reconocimiento y al hecho de que por su profesión siempre están juzgando a sus alumnos y a otros profesores, valorando sus grados de conocimiento, hace que el uso del lenguaje pueda adquirir en el mundo universitario unas características muy particulares en el campo de la agresión verbal.
La agresión verbal en las universidades no se realiza básicamente mediante el insulto, sino mediante el uso y manejo constante de argumentos y contraargumentos, de alabanzas, de juicios de aprobación y de refutaciones. Cuando un profesor intenta atacar verbalmente a otro, lo que suele hacer es atacar su rol, su yo externo, siguiendo la lógica implícita, a la que ya habíamos aludido, según la cual: yo soy lo que digo o lo que he dicho." (74).


Sobre la vanidad de los académicos ya había disertado antes Bermejo—ver este post sobre "Enfermedad profesional". Vanidad que, aclaremos, no siempre se manifiesta haciendo ostentación, sino también conversamente en forma de inseguridad.

"La necesidad de reconocimiento académico por parte de los profesores es perfectamente natural, puesto que en primer lugar godos los seres humanos necesitamos el reconocimiento de los demás en todos los terrenos y por otra parte el gasto de energía psíquica que implica el trabajo intelectual hace que la necesidad de ese reconocimiento sea aún mayor, lo que los convierte en blanco fácil para la credulidad. Una credulidad que puede llegar a ser incluso un poco infantil y que resulta paradójica en unas personas y en unas instituciones que deberían estar dedicadas al cultivo de la inteligencia. Y es precisamente en esa crédula necesidad de reconocimiento en donde reside la gran debilidad de los profesores españoles actuales, una debilidad que será sistemáticamente manipulada por el sistema universitario español, de un modo especialmente perverso en el momento presente." (74)


Cosas como ésta suceden, es de suponer, en cualquier departamento. Y también en el mío, qué cosas—véase algún ejemplo relacionado con evaluación de méritos, en "Más Aneca".

Siendo el reconocimiento un bien tan ambicionado, es previsible que se intentará conseguirlo por diversas vías, o incluso mediante sucedéaneos. Explica Bermejo en otros capítulos cómo tiende a confundirse la unidad de valoración (el artículo) con la unidad de conocimiento, primando la cantidad de calidad sobre la calidad de calidad, por así decirlo. O cómo tiende a supeditarse el reconocimiento del conocimiento al reconociento del poder institucional—o directamente a primarse la influencia económica en forma de contratos y proyectos como medida de calidad. Es lo que Bourdieu (a quien se remite Bermejo) ha identificado en su libro Homo Academicus como dos formas de deseo y ambición en la institución universitaria, la libido sciendi y la libido dominandi. El ansia de saber puede estar muy oculta, no se sabe quién la tiene y quién no—la otra, la ambición de dominio, suele manifestarse de modo bastante más evidente y visible.

"Podríamos, para sintetizar, establecer una contraposición ya consagrada en los estudios de sociología de las universidades entre dos tipos ideales de profesores: el profesor monje, que valora el cultivo del conocimiento por el conocimiento mismo, que asume el gran esfuerzo intelectual y personal que ese cultivo exige y que sólo espera el reconocimiento de sí mismo en términos puramente intelectuales, no aspirando a salirse del marco académico ni a lograr grandes riquezas. Y el profesor cortesano, que se da cuenta de que, en último término, lo único que importa es el prestigio, que todo prestigio es externo, ya que depende de la valoración que los demás hagan de nosotros, y que ese prestigio se puede conseguir manipulando los mecanismos que le son propios." (78-79)


Por supuesto, entre los cortesanos los hay serviles, meros pajecillos, y los hay conde-duques, cada cual intentando situarse en la corte según sus posibilidades. Cuando esta lógica llega a imponerse en el sistema, por diversas circunstancias que Bermejo analiza en detalle, en relación con la estructura político-económica de España y de la evolución de su sistema universitario, puede generarse un sistema bastante perverso "en el campo del conocimiento, en el que a partir de ahora estarán destinados a sobrevivir los más hábiles y oportunistas, es decir, aquellos que—como los virus—sepan encontrar y manipular los puntos débiles de los demás" (81)

Son procesos sin duda siempre presentes, pero que según lo ve Bermejo pueden proliferar de manera especialmente virulenta en la actual situación de la Universidad española. Así, se pervierten los sistemas de supuesta evaluación de la calidad, que operan sobre un sistema universitario políticamente irreformable, por el galimatías de la descentralización autonómica y la proliferación de normas y administraciones—En este contexto la evaluación de la calidad tiene efectos, pero son quizá tan perversos como beneficiosos:

"esa universidad está sobredimensionada, es disfuncional y se halla en un estado caótico. Sin embargo no se puede reformar por razones políticas y sindicales, y por la imposibilidad de coordinar las universidades de las diecisiete autonomías existentes. Por esta razón debería dar igual evaluar a las universidades que no evaluarlas, si se buscase algún fin real. Ese fin real no se busca, porque si se hallase no se podría aplicar, pero la evaluación cumple sin embargo un papel fundamental, del mismo modo que la instrucción en orden cerrado en el patio de un antiguo cuartel franquista: mantener a los soldados ocupados y disciplinados" (86).


En Fírgoa pueden encontrarse más artículos de Bermejo Barrera, por ejemplo algunos textos preliminares de La Fábrica de la ignorancia, o una entrevista sobre el actual proceso de reforma universitaria.

 Autoridad maquiavélica pura 

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