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Lacombe Lucien

Lacombe Lucien


Lacombe Lucien es una obra maestra del cine francés, de Louis Malle, ambientada en el sureste de Francia, durante la ocupación nazi. Es la historia de un infeliz paleto, con ínfulas de matoncillo, que se enrola como colaboracionista en la policía alemana. Los títulos de crédito finales, un tanto abruptos, nos dicen que fue arrestado y fusilado; la película sin embargo se centra en sus actividades como abusón, en el ambiente de los agentes colaboracionistas, y en la historia "de amor" de Lucien con una refugiada judía, a cuya familia chantajea.
Lacombe lucien

El título de esta película es el nombre del protagonista dicho al revés—así se presenta él, tras oír cómo en los informes policiales se leían los nombres empezando por el apellido. Es un rasgo muy característico de este personaje, que a veces parece actuar por mero instinto de imitación, en plan "a donde fueres haz lo que vieres". Así la película tiene toques muy sarcásticos, porque en la Francia de 1944 Lacombe Lucien ve más colaboracionismo con los nazis que resistencia. Y ve que los que medran son los colaboracionistas, así que no duda en subirse al carro. Sin mucho cálculo, porque como digo es un paleto abismalmente profundo, un chaval de pueblo sin inteligencia ni cultura ni don de gentes ni capacidades de expresión, excelentemente retratado. Los trabajos sucios de las guerras se hacen con el personal que hay a mano, y mucho de lo que se pone a mano parece ser como este Lacombe. Otros maulas vemos, en el hotel que les sirve como comisaría, sala de torturas y casa de citas: un psicópata antisemita, un ciclista venido a menos, un niño bien perdulario que vive la vida, etc. Todos dispuestos a las mayores crueldades sin pensarlo dos veces, y de hecho buscándolas como adrenalina sádica. Hay muchas escenas memorables, como cuando se hacen pasar por resistentes para cazar a quienes estén dispuestos a ayudarles, y disfrutan aterrorizando a sus víctimas, saqueando sus casas, abusando como los matones de siempre y de toda la vida, los que organizan novatadas en los colegios o en la mili, los voceras de taberna que te echan el brazo encima y te hablan a gritos, ese tipo de gente, que en las guerras sacan lo mejorcito de sí mismos, y pasan a hacer redadas, interrogatorios a golpes, y listas, muchas listas, les encantan de repente los listados y la revisión de documentos.  De ese mundo apestoso va Lucien Lacombe, un retrato del fascismo en acción que es memorable porque vemos quiénes son los canallas de toda la vida que son los que le han dado al fascismo su fama merecida—pero cuando los tiempos no prometen no van necesariamente de fascistas.

Lucien es a la vez típico y diferente. No tiene iniciativas—de él no saldrían estas situaciones, si no se las encuentra. Es de los que siguen a los demás e imitan. La película tiene muchos planos de valoración (implícita, digo), y en algunos Lucien es simplemente, o podría ser, un muchacho más de su pueblo, si no hubiese guerra podría haberse casado con la pastorcilla de las ovejas. Le gusta matar pajarillos, sí, pero bueno, eso lo hacen muchos chavales de pueblo que no llegan a asesinos. Lucien está haciéndose hombre, está en su propia crisis: su padre se ha unido al maquis, y su madre se ha arrejuntado con el dueño de la finca que lo empleaba. Lucien limpia su escopeta, pero no va a matar al patrón, sólo caza conejos. Pero tiene confusión y rabia interna; quiere crecer, hacer algo que lo saque de su trabajo en el hospicio. Un buen trabajador honrado, como el caballo que ve sacar muerto, sólo consigue acabar deslomado. Y eso también enseña. Ve que unos se apuntan al maquis, como su padre, otros (y les va mejor) a la colaboración. La moneda cae del lado de la colaboración, un poco por casualidad también. Delata a la red de resistentes que conocía de oídas, un poco como todos, medio por miedo medio por deslenguado y por mero cateto. Un lado de Lucien sigue siendo ese chaval simple de su aldea, y cuando tenga que huir al campo al final de la película vuelve a ser el crío que cazaba pájaros y liebres. La inocencia sigue allí, pero ha sido pervertida irremediablemente, por sus elecciones, sí, pero también por las circunstancias, y por la historia. En otro ambiente Lucien no hubiera hecho nada reseñable, o bien poco, a pesar de su falta total de compasión y su estolidez moral. Una sociedad ordenada lo hubiera mantenido en orden, pero la guerra (la guerra civil especialmente) desordena profundamente el orden moral que hace ser a la gente lo que es.

Lo más reseñable que hace Lucien tras su elección inicial es cambiar de bando súbitamente. Gran parte de las escenas son las de la humillación del refugiado judío Hamm, que ve cómo Lucien y su mentor, el pijonauta psicópata, lo van atenazando, humillando, extorsionando, a él y a su hija. El otro quería dinero; Lucien es aún peor porque se enamora (dentro de sus posibilidades) de la chica judía, France, y la mete en problemas, y la seduce o viola, la putea en opinión de su padre, y se convierte en una pesadilla para la familia, el autoinvitado indeseable, que se impone por una mezcla de brutalidad, estupidez y de falta de mundo sin más. Un poco lo contrario de lo que pasa con los alemanes en novelas de la Ocupación como Le Silence de la mer de Vercors o la Suite française de Irène Némirovsky. Lo patético es que el mundo de Hamm y de su hija se ha reducido tanto (y esto está magistralmente llevado), tanto que acaban por doblegarse a su destino: el educadísimo Hamm, acorralado en su propia casa por la vulgaridad armada, va a entregarse al hotel-comisaría, en unas escenas de auténtico humor negro; France su hija acaba entendiéndose con Lucien y disfrutando de su compañía (alegoría alegoría... y placer), sobre todo cuando las salva a ella y a su abuela de ser internadas en un campo de concentración... Pero en ese momento Lucien estaba improvisando, venía a arrestarlas con un alemán, y de no ser porque el alemán le disputa el botín, hubiera llevado a France y a su abuela tan tranquilo a embarcarlas para el campo. Pero en un arrebato mata al alemán, y huyen... a España, pero no llegan. En el campo encuentran la tranquilidad, toman el sol, cazan pájaros y conejos, allí no hay guerra, casi son una familia vulgar, la vida sigue improvisadamente, hasta que irrumpen los títulos de crédito de la historia, a pasar factura.

En fin, una película de antihéroe, magistral, pero es que en las guerras abundan esos más que los héroes. También una película de guerra que pocos clasificarán como tal, y es que las guerras suelen estar mal filmadas. Esta no.

Lacombe Lucien. Dir. Louis Malle. Written by Louis Malle and Patrick Modiano. Cast: Pierre Blaise, Aurore Clément, Holgen Löwenadler. France, Germany, Italy, 1974.

Pío Baroja, Miserias de la guerra

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