Calidad lolái
Me anuncia Ángel Escobar la publicación del libro Contra los mitos y sofismas de las ’teorías literarias’ posmodernas (Identidad, Género, Ideología, Relativismo, Americocentrismo, Minoría, Otredad), ed. Jesús G. Maestro e Inger Enkvist (Vigo: Editorial Academia del Hispanismo, 2010). Interesará mucho su crítica del panorama educativo y crítico actual y postmoderno a los ya interesados en la defensio philologiae, entre los que me cuento al menos ocasionalmente. Como muestra un botón, una crítica a la manera en que se ha venido implantando en la universidad el famoso Plan Bolonia. Algo que Escobar ve como un síntoma más de la manera en que nuestra sociedad prima, en lo político, el conformismo ambiental a lo que nos manden desde arriba, y en lo intelectual, lo light, o incluso lolái como decía Aute:
En lo académico, esto se refleja en un Sistema que —en aras supuestamente de la “calidad de la enseñanza”— ha malherido la escuela, pese a la resistencia heroica de tantos profesores, ha destruido un instituto que gozaba de reconocido prestigio y desmantela a marchas forzadas —ya sin tapujo alguno— la Universidad pública, propiciando que el título de licenciado haya perdido su valor en todas las ramas y apenas dé opción a un puesto de trabajo o éste sea tan precario que no ofrece estabilidad alguna en décadas a quien lo ocupa, con la disgregación e indefensión social que tal situación comporta.
Cuando la formación universitaria gratuita y de relativa calidad se ha sustituido por otra de futuro tan incierto, dependiente de la veleidad de los poderes políticos locales (siempre dispuestos a enmascarar su arbitrariedad mediante la aplicación del criterio de “oportunidad”, por ejemplo), urge enmascarar el “sálvese quien pueda” —el gran timo de Bolonia— y declarar que tal involución se realiza en aras de la “movilidad” europea y de la “convertibilidad de títulos” (irreal de hecho en una Europa como la actual, de sistemas educativos muy heterogéneos, aunque capaz aun así de engendrar conceptos de supuesta aplicación común como el monstruoso “crédito ECTS” o European Credit Transfer System). Tan nociva reconversión necesitaba, como es natural, de la intervención de muchas instancias: desde los órganos que supervisan en principio la acción política (como nuestro Consejo de Estado, en el caso español) y que siempre acaban auspiciando aquello que supuestamente les repugna, a los artífices directos de tal acción y sus “colaboradores” más próximos, como la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE), sumisa cadena de transmisión de todos los despropósitos ministeriales, o como el consejo de dirección de cualquiera de nuestras Universidades, poblado de aspirantes a políticos profesionales a quienes las aulas aburren soberanamente desde hace lustros. Ni qué decir tiene que tal maquinaria ha sido capaz de amortiguar o sofocar cualquier noble intención de signo contrario —siempre individual y heroica— tendente a invertir la deriva del Sistema y a postular mecanismos de calidad verdaderamente eficaces. Por supuesto, la responsabilidad es de todos, por acción o por omisión, pero eso no hace que ésta se diluya, como a veces se insinúa interesadamente, sino que debe asignarse de manera alícuota: “Todos somos culpables, pero el Poder es el culpable principal”, según sentenciaba Sciascia con plena lucidez.
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