Like a Bubble
Like a Bubble
 
 
 
 
 
 
 
This life which seems so fair
Is like a bubble blown up in the air
By sporting children's breath,
Who chase it everywhere,
And strive who can most motion it bequeath:
And though it sometime seem of its own might,
Like to an eye of gold, to be fixed there,
And firm to hover in that empty height,
That only is because it is so light.
But in that pomp it doth not long appear;
For even when most admired, it in a thought,
As swelled from nothing, doth dissolve in nought.
(William Drummond of Hawthornden)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Me sigue llamando la atención este poema de Drummond. Es la propia  ligereza e insustancialidad de la realidad lo que la mantiene flotando  en el aire y fijando la atención de los niños. 
 
 Claro que habrá quien dirá que es al revés, que la realidad es lo que es sólido, y las ilusiones son lo flotante e irreal.
 
 Queda el hecho de que las ilusiones  son parte de la realidad, y no poca. No sé si eso le quita sustancia a  la realidad, o le añade densidad, y planos de complejidad.
 
 Y habrá que plantearse también la hipótesis de Drummond, si la realidad es acaso parte de las ilusiones.
 
 Somos seres sociales, y fácilmente hipnotizados por lo que a los demás hipnotiza (—en general, podría decirse que somos los demás).  La realidad física es una cosa, en la que hay que habitar y se habita,  por supuesto. Pero la realidad física se hace manejable para los humanos  mediante su manipulación y su transformación en realidad consciente.  Y  esa realidad consciente no es un mero reflejo de la física—por el  contrario, es una selección e intensificación de la realidad física,  mediante la proyección a ella de esas Ideas que decía Platón—y las  proyectamos con tanta intensidad que tendemos a confundir el objeto que  tenemos delante, sombra de la idea, con la idea que hay en nuestra  cabeza.
 
 Por ejemplo, de todos los objetos que hay en mi mesa, acabo de orientar  mi atención hacia la letra B del teclado del ordenador. La miro y es  como si ella me mirase. Por el hecho de volverme consciente de ella,  adquiere una intensidad, una centralidad y un protagonismo que no tienen  ni siquiera las pobres V, G, H, y N que la rodean en la fóvea. Por algo  tenemos fóvea—para facilitar esta reorganización del mundo mediante la  consciencia y la atención. Atención:  el mundo que hay delante no es suficiente ni se sostiene solo—hay que  estructurarlo, organizarlo con la vista, proyectarlo desde la cabeza  para resaltar los aspectos que nos interesan.
 
 La atención se gestiona colectivamente.  No  siempre consiste en mirar todos al mismo sitio, aunque en muchas  ocasiones (conciertos, misas, Juicio Final, clases, partidos de fúbol)  es así. En todo caso, es la atención de los demás lo que parece  justificar la atención que atrae la pompa de jabón en el poema de  Drummond. La atención tiene valor de cambio: lo que me atrae la atención  se vuelve valioso, y viceversa. Al mundo social hay que soplarle para que flote.
 
 Los humanos somos grandes especialistas en generar burbujas de atención.  Las llamamos de muchas maneras, pero vienen a reducirse a lo mismo—a  espacios virtuales de realidad acotada y generada por actos de atención  colectiva. 
 
 Goffman, que sabía mucho, sabía lo importante que es la estructura de la  atención. La llamamos organización de la realidad, pues nuestra  realidad es atención a la realidad, y la gestionamos con lo que él  denominaba marcos—marcos de referencia, una gramática de gestión de  señales que consiste en poner un marco alrededor de un conjunto de  signos, para convertirlos en un macrosigno, y hacerlos manejables:  comprensibles, desplazables, transformables...  Nuestro lenguaje mismo,  su gramática, se basa en esta gramática de la atención, pues colocamos  un marco mental alrededor de cada palabra (en la escritura lo  representamos con un espacio en blanco, para visibilizarlo). Y alrededor  de cada frase, y alrededor de cada unidad de comunicación. Al igual que  un marco hace resaltar a un cuadro o a una fotografía, estos marcos  invisibles son instrumentos básicos para gestionar la atención sobre lo  que contienen, y para contrastarlos y combinarlos entre sí.  Un marco es  una pequeña burbuja, como las de Drummond, que a la vez llama la  atención y contiene una pequeña realidad aislada del conjunto de la  realidad exterior en la que flota. También es evanescente y puede  disolverse en la insustancialidad.  
 
 Mucho trabajo le dedicamos a la gestión de la atención. La realidad  sólida es la que va unida a los procedimientos de organización del  trabajo y de la vida social más estables y permanentes, aunque el  planeta entero no es sino una burbuja grande flotando también. 
 
 Luego están las burbujas de realidad más efímeras. La fama, la poesía y  la belleza son intensas, decía Keats—y sin atención no hay fama, ni  poesía que valga, ni belleza que interese. Las naciones y las sociedades  académicas, qué son, sino gestores de atención. 
 
 Siendo que la realidad es una estructura de información y sentido, toda  estructuración acotada de información y sentido tiende a convertirse en  una burbuja de realidad, inserta en una realidad más amplia quiza—pero  si enfocamos en ella la atención, se convierte en la realidad que ocupa  el primer plano. Como un relato dentro de un relato, o el mundo  contemplado en una fotografía, o un reflejo en una bola de navidad. 
 
  Los  discursos e instituciones, esos que estudiaba Foucault, son  instrumentos estructuradores y generadores de realidad. También lo son  las técnicas y aplicaciones tecnológicas, los procedimientos acotados,  los métodos establecidos; crean sus propios micromundos delimitados por  ellos. Y los rituales y reglamentos, y las interacciones comunicativas  que siguen patrones regulares y metódicos. Una relación amorosa crea su  pequeño universo alternativo (de eso iba algún poema de John Donne);  también lo hace una familia, una secta,  un grupo de habituales que han desarrollado unos protocolos de atención  y de interacción mediante los cuales reconocen quiénes son ellos, y  dónde están.
Los  discursos e instituciones, esos que estudiaba Foucault, son  instrumentos estructuradores y generadores de realidad. También lo son  las técnicas y aplicaciones tecnológicas, los procedimientos acotados,  los métodos establecidos; crean sus propios micromundos delimitados por  ellos. Y los rituales y reglamentos, y las interacciones comunicativas  que siguen patrones regulares y metódicos. Una relación amorosa crea su  pequeño universo alternativo (de eso iba algún poema de John Donne);  también lo hace una familia, una secta,  un grupo de habituales que han desarrollado unos protocolos de atención  y de interacción mediante los cuales reconocen quiénes son ellos, y  dónde están. 
 
 "Sígueme el rollo", dice por ahí el título de una película. Si le  seguimos el rollo a alguien, entramos en su realidad, en la realidad tal  y como ese alguien la define. A veces estas realidades revientan como  pompas, nada más levantarse e irse aquél, o dar la vuelta a la esquina. 
 
  El  poderoso genera ondas de realidad en torno a sí y da forma a la  realidad en la cual se mueve. Los acólitos a él sometidos aceptan esa  versión de la realidad, el rollo que se les impone, y le bailan el agua,  reforzando así la posición respectiva de unos y otros, y su definición  compartida de quiénes son. A veces los tiranos establecen una  competición entre la realidad pública y perceptible, evidente para  todos, y la que ellos definen, y gozan obligando a sus súbditos a negar la evidencia;  disfrutan viendo sus contorsiones cuando les hacen decir que el día es  noche, y que los cerdos vuelan, o que tres más tres son cinco. No es el  menor de los placeres del poder: y para sustentar el poder hace falta  una cierta negación de la realidad—¿por qué hacerle caso al criterio de  Zapatero, por ejemplo, a quién se le podría ocurrir ponerle como  organizador y árbitro de lo Real? Qué idea tan absurda.
 
 Cuando el tirano, o el manipulador,  o el Sistema, cae, la realidad  cambia súbitamente. Los rituales que la sustentaban dejan de tener  sentido. Rápido, habrá que cambiar esa realidad que se ha evaporado por  otra, porque en los tiempos de revolución, de carnaval y de anomia  caótica hay demasiada realidad múltiple y posible, es demasiado visible  su falta de forma—hay que organizar otro orden imaginario, ya.
 
  También  los accidentes y catástrofes nos pinchan la burbuja de realidad que  habitamos. Nos vemos obligados a redefinir el marco en el que nos  hallamos, y muchas cosas que nos ocupaban la atención pasan a segundo  plano, o dejan de existir. 
 
 Cuando se tiene la muerte cerca, muy cerca (y eso puede ser siempre), es  entonces cuando se ve cómo toda la realidad está contenida en una  burbuja a la que has prestado mucha atención.
 
 
 
       
		
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