The Constant Gardener
Hoy en clase de máster, comentando Crash (la del todavía por entonces cienciólogo Paul Haggis),  y The Constant Gardener, dirigida por Fernando Meirelles, y basada en la novela de John Le Carré.
 
 Unas reseñas sobre esta última en IMDb: http://www.imdb.com/title/tt0387131/externalreviews
 
 Observo que es una película que apela (como Crash, por otra parte) a la mala conciencia racial del Occidente blanco, esta  vez con respecto al África negra; aquí es explotada África, cuando no  directamente envenenada, por las compañías farmacéuticas que "simulan"  aportar ayuda ... claro que habría que ver cuántas películas de éxito  similar se han hecho sobre ONGs que de verdad ayuden a los africanos,  supongo que las habrá—aunque hay quien critica y rechaza la idea misma  de dar ayuda, que convierte a los africanos en dependientes—lo cual  coloca a los occidentales en una situación de no poder acertar en modo  alguno.
 
 En cualquier caso,  no faltan actitudes prepotentes y postcoloniales hacia Africa, a veces  en buen entendimiento o excelente colaboración con los poderes africanos  locales—y en eso se centra el meritorio mensaje-denuncia de esta  película. Ofrece "una solución imaginaria a males reales", en el sentido  de que el malvado Bernard Pellegrin (o sea el delicioso Billy Nighy) es  públicamente desacreditado y sus maniobras corruptas para favorecer a  las poderosas multinacionales, ocultar sus desmanes, y entenderse con la  élite local, se ven expuestas. "Ganan los buenos"—aunque el  protagonista Justin Quayle (Ralph Fiennes) muere siguiendo los pasos de  su esposa, la activista onegera Tessa (Rachel Weisz), tras completar su  misión de denuncia. Aquí hay pues un doble final, malo y bueno, con el  malo muy presente (e incluso reordenado cronológicamente, tras el bueno,  que es el funeral de Justin) para maximizar el impacto emocional de la  historia.  
 
 La película está muy hábilmente filmada combinando escenarios reales y  construidos en su parte africana, y es espectacular en su colorido y  movimiento. Y sin embargo falla por el guión, donde tantas películas:  allí se revelan las costuras que tan bien ocultas quedan en la factura  técnica de la fotografía, en el engarce de escenas, en las actuaciones  tan sobresalientes, en la ambientación memorable. El guión, en el que se  muestra la voluntad de la película de torcer la realidad a la medida de  su deseo.
 
 Dos detalles. Me desagradó, ya la primera vez que la ví, el final  "buenista" pacifista, en el que Quayle espera pacientemente a que vengan  los sicarios que lo van a matar—e incluso tira el cargador de su arma,  para que quede bien claro que no tiene ninguna intención ni de  suicidarse, ni de resistirse, ni de luchar contra ellos (los considera,  acertadamente, instrumentos—pero oiga, ¿no iba ésto de que todos tenemos  nuestra parte de responsabilidad, incluso los instrumentos? A los  sicarios hay que recibirlos a tiros, hombre, no poner la nuca. Es un  final de un buenismo pestosiño; creo que Tessa era más luchadora que  esto, o al menos lo parecía. La película nos muestra a Justin,  diplomático convencional, sacando los pies del tiesto y convirtiéndose  en un seguidor de la causa de su esposa: una elección ética. Pero va un  poquito demasiado más allá, y comete Justin lo que otros llaman un  "suicidio", y razón no les acaba de faltar—tiene Justin una falta de  resistencia muy activa, y una querencia desagradable a la hora de buscar  su propia muerte. ¿Que es que se va a reunir con Tessa? Ah—aquí topamos  con el "más allá" o el otromundo de la película, pero estas dimensiones religiosas, que el personaje  puede tener como parte de su relación emocional privada con su esposa,  está feo que se nos presenten como la postura ética tomada por la propia  película. A la orilla del lago Turkuana, donde empezó la humanidad,  Justin se sienta y mira el horizonte, sin atender a los sicarios que le  dicen "¡Mister Quayle!" (quizá para cerciorarse de que no matan a otro,  hasta los sicarios africanos pueden ser mínimamente prudentes). Me  parece en suma un programa derrotista allí el de Quayle, demasiado paciente inglés, y la película lo presenta casi como una invitación a que el espectador ponga su propia nuca llegado el caso.
 
 Como dicen, y digo, Quayle ha buscado la situación, y lo hace de manera  imposible en términos realistas. Había visitado al doctor Lorbeer (Peter  Postlethwaite) en Sudán, siguiendo la pista de las farmacéuticas (era  este doctor el inventor del Dypraxa, el medicamento venenoso, y ahora se  muestra arrepentido). Hay que suponer que será Lorbeer el que denuncie  dónde han apeado a Quayle, igual que señaló dónde estaba su esposa para  que le enviasen los sicarios. Sólo que ahora Lorbeer lo sabe, sabe el  destino que espera a Quayle si dice algo de él, lo cual hace un tanto  incomprensible su personaje. Pero aún peor: la idea de Quayle de  "apearse" en Turkuana (aparte de totalmente implausible en términos  prácticos: convenza usted a un piloto que no ha querido salvar a una  nenita de los guerrilleros, llevándosela en su avión—ni por 800 dólares,  para ponérselo más difícil)—como digo, la idea de Quayle de apearse le  ha sobrevenido en el avión mismo— pero al poco rato de estar en  Turkuana, échenle un día si quieren, ya tiene ahí a los sicarios.  Esto  es señal de que en Africa hay algunas cosas que por lo menos sí  funcionan bien—pero como digo es totalmente implausible, funciona sólo  en términos de intensificar el toque paranoico de la película, la  vigilancia constante a que está sometido Quayle, aunque se tire en  paracaídas en medio de Sudán. Como digo, las farmacéuticas serán bordes a  veces, pero les aseguro yo que así no funcionan. Se ve el dedazo del guionista apretando la balanza,  fuerte, para abajo. Más desagradable todavía es que Quayle dé por hecho  que sí funcionan así, y que se  apee allí eligiendo el lugar de su muerte. Y fiándose de dejar el  mensaje que contiene la razón de su lucha... en el correo.  Unas  prioridades bastante mal puestas, para el personaje, y para la película  que nos vende su perspectiva como plausible y no delirante. Aquí estamos  en un guión delirante en la manera en que tira de causa y efecto para  fines específicos—decía yo en clase que estas películas, que a primera  vista parecen casi documentales, o hiperrealistas, examinadas de cerca  no son menos artificiosas o extravagantes que la ópera china, o el  teatro Nô.
 
 Otra escena que redondea el delirio del deseo es la inmediatamente  anterior. Hay un funeral en Westminster Abbey, solemne, por el alma de  Quayle—el funeral donde el primo de Tessa va a leer la carta  incriminadora que demuestra el mal hacer de diplomáticos y  multinacionales. Primero habla el falsario Pellegrine / Billy Nighy,  presentando como un suicidio la muerte de Quayle. Luego el primo,  leyendo la "epístola no canónica", dice, que hace que Pellegrine se  levante y salga desacreditado de la iglesia (antes de llegar a leer el  nombre del firmante incluso). Pero es bastante implausible que haya una  versión oficial de la muerte de Quayle que sea inconsistente con el  estado de su cuerpo tiroteado. Y más implausible todavía es que los  primos, colegas y cuñados asistentes al funeral, que no han estado viendo la película,  vean de qué va la misa, y perciban algún tipo de sentido,  desacreditador o no, en la carta de Pellegrine que les lee el primo de  Tessa. Esta escena, por cierto, tiene ciertas reminiscencias de la que  ofreció el hermano de Diana de Gales recriminando a la familia real  británica en el funeral de la princesa... aunque aquí la princesa  activista es Quayle, no su esposa, hay un cierto desplazamiento. A lo  que voy: es una escena imposible en la realidad, únicamente posible en  el cine, pues mezcla el público del funeral con el público  cinematográfico como si fuesen el mismo. Está dictada por la lógica del  guión (lógica carente de lógica, o lógica autogenerada)—una vez más, ni  las farmacéuticas ni los diplomáticos de Su Majestad caen así ni son  vulnerables a estos golpes de teatro.
 
 Y un detalle más que incrimina a la película, dentro de su mensaje  "pro-africanista" y políticamente correcto. Es la historia de un  matrimonio primero incongruente (de diplomático y activista), luego  distante ("un matrimonio de conveniencia" cree oír Quayle decir a Tessa,  y es lo que él piensa que ella piensa, cuando están atravesando su  crisis tras la muerte del bebé—pero ella se refería al matrimonio entre  multinacionales y farmacéuticas). Y por último un matrimonio recuperado  cuando Quayle se desmelena y sigue, contra todo consejo, las  investigaciones que ella ha dejado inconclusas. Quayle sospechaba que  ella le era infiel con su colega (negro) de la oenegé, el médico  activista Arnold Bluhm (Hubert Koundé). Y esto se mantiene como el  posible objeto de horror de  toda la película, no plausible en realidad para el espectador, pues no  se enfatiza (y en ese sentido está bien llevado) pero sí plausible para  el punto de vista de Quayle. Lo peor que podía haber hecho Tessa, y que  sí que la desacreditaría, era acostarse con un negro... pero el negro  era gay, por tanto no se acostó con él. También esta explicación es de  un simplismo simple, como si no hubiera negros bisexuales. En fin, que  siendo la historia la historia del ennegrecimiento de Tessa como mujer  posiblemente incontrolable y frívola, y de su blanqueo como activista  eficaz y certera, y esposa fiel e impoluta, queda un tanto  desagradablemente ubicada en el infierno de la película la posibilidad  remota de que ella se enrollase con un colega negro. Como castigo  imaginario, quizá, digo castigo muy real pero imaginario castigo en el  nivel fantasmático de la película, el colega negro es brutalmente  mutilado y crucificado por los sicarios—siempre están éstos a sueldo de  Occidente.
 
 The Constant Gardener. Dir. Fernando Meirelles. Written by Jeffrey Caine, based on the novel by  John Le Carré. Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Hubert Koundé, Danny  Huston, Daniele Harford, Bill Nighy, Archie Panjabi, Pete Postlethwaite,  Keith Pearson, Nick Reading. Photog. César Charlone. Music by Alberto  Iglesias. Prod des. Mark Tildesley. Art dir. Christian Schaefer and  Denis Schnegg. Ed. Claire Simpson. Exec. prod. Gail Egan, Robert Jones,  Donal Ranvaud, Jeff Aberley and Julia Blackman. Co-prod. Tracey Seaward,  Henning Molfenter, Thierry Potok. Prod. Simon Channing Williams.  UK/Germany: Focus Features / UK Film Council / A Potboiler Production /  Scion Films, 2005.
 
 
 
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