Riofrío
Riofrío
Riofrío es un libro de Santiago Muñoz Machado, abogado y profesor de derecho, sobre el juez Garzón—a cuenta de un largo proceso en el que Garzón intentó empapelar a la una serie de inversores que iban desde Berlusconi hasta Miguel Durán, en un macroproceso pésimamente instruido, pero muy bien filtrado a la prensa, que duró casi diez años, y en el que el autor actuó como abogado defensor de los encausados. Al final, después de todo el aparato mediático filtrado por el juez, los argumentos de la Fiscalía y el proceso de instrucción resultaron irrelevantes, si no delictivos—y todos los acusados fueron absueltos tras diez años de pena "de banquillo". A continuación se puso una denuncia a Garzón por prevaricación y otros delitos.
Había oído hablar de este libro, que pretende pasar por "novela de no ficción" o roman à clef, y me interesó leerlo. Y ciertamente parece desprenderse del relato una actuación en la línea de otras que tienen a Garzón ahora mismo ante el banquillo: y surge la figura de un juez ególatra, arbitrario, interesado, manipulador, obcecado y redentorista, con un alto concepto de sí mismo que parece bastante injustificado. Concluye el autor que el proceso Garzón es una piedra de toque: si no resulta condenado y apartado de la carrera judicial, será que no hay en España más que una ficción de estado de derecho, y que la justicia está totalmente supeditada a oscuras maniobras e intereses políticos. Muñoz Machado mismo fue uno de los acusados en el juicio, además de defendido: aquí está su autorretrato, en la figura de "el Profesor" que al final resulta ser uno mismo con el abogado narrador:
Y ahora con este libro, que tiene un tono de ajuste de cuentas con Garzón, a quien retrata al final leyéndolo y a la espera de su propio Juicio Final.
Repetidamente manifiesta el autor su fe en la honorabilidad de los jueces (en general) y en la fiabilidad del Derecho, y de los mecanismos y procedimientos del sistema judicial (aunque sí observa que en la fase instrucción de procesos está insuficientemente garantizados los derechos de los acusados si se topan con un juez arbitrario). Bien, pues a pesar de ese relato, lo que se desprende del deprimente relato del proceso es para mí todo lo contrario: la ineficacia total y absoluta del sistema judicial, la monstruosa inoperancia de un procedimiento que puede ser infiltrado a cada paso por intereses espúreos, sin capacidad de reacción ni de intervención de nadie, pues todos están agazapados detrás de un procedimiento que parece pensado para permitirles echar balones fuera, y rodar hasta el infinito como una Oficina de las Circunlocuciones kafkiana, acumulando legajos y toneladas de expedientes que nadie lee pero todo el mundo hace circular. El procedimiento judicial, supuesto garante de objetividad, es en realidad una máquina de creación de una realidad alternativa, en la que sólo pueden navegar quienes tengan tiempo o dinero para ello. Su misma estructura es una máquina de generar desigualdades, arbitrariedades manipulables por los mandarines expertos, y cegueras selectivas entre los aliados en intereses. Como digo, nada de esto es lo que pretende transmitir el autor, pero es lo que se transmite de una visión interna a cualquier proceso de éstos que duran años. Como este otro, por ejemplo. Yo también tengo mi propio "Riofrío", publicado por capítulos, a cuenta del proceso de varios años en torno al examen de cátedra que me suspendieron.
El relato de Muñoz Machado es interesante en lo que tiene de revelación (semiinconsciente, como digo) de las cárceles de papel que genera no sólo el sistema judicial, sino también las estratagemas de magnates y mangantes para trabajar al límite de la legalidad, donde ésta se vuelve interpretable y por tanto los jueces fácilmente torcibles por razones espúreas. Como novela no vale nada, está escrito el libro de manera torpe y confusa, con nula generación de suspense argumental, y con torpes intentos locales de introducción de anécdotas o personajes pintorescos. Tampoco es especialmente fino ni lúcido en tanto que ensayo sobre el sistema judicial o la jurisprudencia. No se lo lea nadie intentando sacar de aquí otra cosa que un retrato detallado de las detestables maneras de Garzón, vistas desde el banquillo.
Como digo, malo sería que el sistema se malease, pues bastante malo es ya—más apto para corros de mandarines intrigantes, o de escolásticos miopes, que para producir nada que pueda parecerse a la justicia. El arte de la justicia es tratar a todos por igual, pero todos no son iguales, y cada caso es diferente. Hay que hacer caer el caso concreto bajo el caso abstracto contemplado por la ley, pero entre la particularidad del caso y la generalidad de la ley hay un amplio espacio de maniobras, espacio en el que a menudo resultan indistinguibles la incompetencia de un juez, su mala fe o interés, o sus nociones sobre cuánto hay que afinar a la hora de aplicar las normas. Proporcionen un caso con un mínimo de criterios dispares contemplables, y el resultado del peritaje judicial viene a ser como el de echar una moneda a cara o cruz, ni mejor ni peor. Y si el juicio se anula o se repite o se recurre, el resultado del segundo juicio respecto del primero viene a ser como volver a echar la moneda al aire. Así de mal está el tema.
A veces es cierto que a Muñoz Machado le asalta la duda sobre si efectivamente vivimos en la selva, disfrazada de Estado de Derecho, por ejemplo cuando más allá de la maldad de un individuo se pregunta por qué el sistema no lo ha detenido antes: "El juez transgrede la legalidad y asume atribuciones que las leyes no le otorgan. Pero los poderes públicos afectados, que lo saben y lo consienten, y no defienden los valores esenciales del Estado de Derecho, son cómplices o cooperadores necesarios de esta ignominiosa situación" (85). Pues claro—pero cuando alguien es poderoso, es porque no le faltan cooperadores. Y cuando se perpetúan en el sistema legal y judicial leyes absurdas, procedimientos inoperantes, y arbitrariedades sin otra justificación que el poder del juez, es para preguntarse en qué oficio está uno—si en el de la justicia o en el del abuso organizado, cuando procede. Por ejemplo (y esto lo dice tras muchos años de Derecho y Jurisprudencia teórica, sólo cuando se convierte en acusado él):
Compárese con una observación que extraigo de mi propio Riofrío, la "sentencia de la cátedra":
Una estrategia favorita, pues, es escamotear sin más la argumentación del apelante—sin llegar a refutarla. Se pierde por el camino, entre punto y punto, o en el rincón de una frase, y ya está. Como si no hubiese existido.
—¿No son éstas las descripciones de un proceder general corrupto, fosilizado y devorado por su propio procedimiento? ¿Una máquina absurda de rituales supuestamente garantes que no garantizan nada en absoluto, a no ser la arbitrariedad del juzgador? Por otra parte, el propio Muñoz Machado relata cómo una de las estrategias de defensa seguidas, por lo eficaz, supongo, en otros casos, era la de compadreo extraoficial, en ambientes de ocio del caro, con el juez en cuestión de que se trate. En fin, todo un panorama judicial.
El título del libro viene de un cruce entre la cafetería Riofrío, frecuentada por jueces y abogados en Madrid, donde el autor redacta esta novela, y una novela del XIX, Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, en la que aparece un juez canalla que "es un charlatán, un intrigante y un malvado, que ha logrado sorprender con embustes, con servicios fingidos y con mentiras, la buena fe del gobierno". Lo malo es que el nombre del juez nunca está dicho—y que el libro se subtitula "la justicia del señor Juez", así en genérico. Justicia poética, quizá. Que no tengas pleitos, porque los ganes o los pierdas, y sea quien sea el juzgador, razones suele haber más que suficientes para pensar que los razonamientos del señor juez, los de cualquier señor juez, o sus simpatías subterráneas, o sus omisiones selectivas, o su interpretación particular de la norma, podrían haber sido los que son, o exactamente los contrarios. Y los del abogado, eso ya depende de quién lo contrate, directamente.
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