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De la experiencia al lenguaje

De la experiencia al lenguaje


Unterwegs zur Sprache, podríamos decir, en la versión de T. S. Eliot. En un apéndice o notas finales a su artículo sobre Pantallas Terminológicas, Kenneth Burke hace unos comentarios interesantes a cuenta de la tesis doctoral de T. S. Eliot Knowledge and Experience in the Philosophy of F. H. Bradley (1916, publicada en 1964), que muestran un lado un tanto heideggeriano del pensamiento de Eliot. El artículo de Burke iba sobre el papel del lenguaje y de distintos tipos de discurso a la hora de orientar la atención, o de "dar forma" al objeto del que se habla, presentándolo desde determinada perspectiva. Burke ve que comparte con Eliot una concepción similar, pues en un excurso de la tesis Eliot proclama la importancia crucial de las palabras o de los nombres para dar forma a los objetos de atención:

"Sin palabras, no hay objetos", asevera. Y así cuestiona si "el reconocimiento explícito de un objeto como tal" puede darse "sin un principio de lenguaje". El amasijo de cosas que llamamos un objeto "no sería un amasijo si no lo mantuviese unido el momento de objetividad que se realiza en el nombre" (Burke 61)
 


Y sigue Eliot:

"En cualquier conocimiento previo al lenguaje, el objeto es no tanto una identidad reconocida como tal, cuanto un modo similar de actuar; la identidad es experimentada en la vida, más que conocida. Lo que nos ocupa aquí es el reconocimiento explícito de un objeto como tal, y no creo que esto pueda darse sin un inicio de lenguaje. (...) Nuestra única manera de mostrar que estamos atendiendo a un objeto es mostrar que él y nosotros somos entidades independientes, y para hacer esto hemos de tener nombres. (...) No tenemos objetos sin lenguaje". (Cit. por Burke 61)


Es, en versión de T. S. Eliot, una teoría del lenguaje como realidad virtual, realidad virtual que se superpone a la realidad y le da forma efectiva constituyendo efectivamente el mundo conceptual que habitamos... Aunque luego Eliot parece retractarse y murmura si acaso no estaremos concediendo al lenguaje más prestigio filosófico del que merece (una reflexión que contradice este privilegio ontológico que parecía dispuesto a concederle).

Burke, algo decepcionado por esta retractación, reformula sin embargo la propuesta de Eliot moderando el papel constitutivo del lenguaje, muy en la línea pragmática, y a la vez concediendo un lugar clave al papel de la simbolización. Una bonita síntesis, por tanto, efectúa Burke—síntesis que me gusta pensar que también es heideggeriana pero sin nieblas teutónicas—pasada por un saludable baño de William James y George Herbert Mead. Hay, señala Burke, una conceptualización previa al lenguaje, sobre la que éste se apoya—no conceptualización lingüística, que estamos diciendo que es previa al lenguaje, sino un conocimiento intelectualizado y mentalizado de las cosas del mundo. Sobre esta semiosis de las sensaciones, de la acción, y del comportamiento, se asentará la conceptualización que es propia del lenguaje:

"Debemos postular un conjunto de 'términos' puramente fisiológicos, meros movimientos de la sensación, cuando el cuerpo traduce ciertas clases de acontecimiento 'en términos de' vista, sonido, gusto, etc.—del mismo modo que la experiencia del placer y del dolor constituye un rudimentario equivalente fisiológico del par Sí-No. Los experimentos behavioristas nos ayudan a ver cómo incluso estos primeros elementos de consciencia pueden verse infundidos con rudimentos de conocimiento (que, en lo que respecta a los tests de simbolicidad, alcanzan su compleción en las posibilidades 'reflexivas' o 'autoconscientes' o 'de segundo nivel' de los sistemas simbólicos, que pueden reflexionar sobre los problemas y principios de los sistemas simbólicos". (61).


Y Burke también alude al papel simbólico crucial que tiene el lenguaje en la conceptualización continuada de lo no lingüístico o de lo preconceptual, o de lo semiótico perceptual y procedimental, que sigue por supuesto presente en la actividad humana como en la de los demás animales, si bien potenciado por el nivel de complejidad potencial mucho mayor que le proporciona este puente hacia el lenguaje. El lenguaje proporciona un asidero para orientar la atención sobre el mundo preconceptual y reelaborarlo cognitivamente. Arguyendo (contra las dudas de T. S. Eliot) en pro del papel ontológico del lenguaje en la constitución del mundo, señala Burke que el papel de la filosofía consiste en centrar esa atención reflexiva sobre el mundo para darle una forma lingüística—con lo cual está también enfatizando, de paso, la naturaleza lingüística y simbólico-textual de la filosofía, algo que a muchos filósofos les ha pasado por alto, creyendo al parecer que construyen sus sistemas con ideas puras.

"Y sin embargo ¿qué es la filosofía si no es el desarrollo sistemático de una atención que depende del lenguaje para cada uno de sus pasos? ¿Qué está haciendo por necesidad el filósofo, si no es intentar traducir lo que es más-que-lingüístico, lo menos-que-linguístico, y lo diferente-de-lo-lingüístico, a términos de lo lingüístico?"


La filosofía es por tanto, no menos que la poesía, la creación de ficciones, o el uso de la palabra en conversación, una modalidad más  del  lenguaje como acción simbólica, título de este libro de Burke. Título que no quiere decir "acción no efectiva, sino meramente simbólica", sino más bien lo contrario, "acción efectiva mediante el uso de símbolos"—modalidad de acción que es la más inherentemente humana, si aceptamos la definición que da Burke del hombre como "el animal que se caracteriza por usar símbolos".

El camino de la experiencia al lenguaje lo rehacemos todos constantemente, pues volverlo a andar es algo inherente a usar el lenguaje. Y el retorno reflexivo sobre sobre ese camino, comprender en qué consiste, y explorarlo y desbrozarlo en sus últimos límites, donde lo no nombrado se nombra—es una buena manera de concebir el pensamiento filosófico.

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