The House of Mirth
The House of Mirth
Película  de Terence Davis sobre intrigas de honor e imagen social en el Nueva  York de cien años atrás. Es una excelente adaptación de la novela de  Edith Wharton— sobre la sofocante sociedad de la Gilded Age, viviendo  como victorianos enrabiados, todo apariencia de educación en los usos y  maneras sociales, y bestias egoístas que van a por el dinero por debajo.  A por el dinero, y a por el reconocimiento de su grupo, cosas que  solían ir unidas. Las emociones se van bloqueando con los jaques  sucesivos al dinero y a la respetabilidad, y la aparente espontaneidad  inicial, espontaneidad dentro de las reglas, se va asfixiando hasta que  solo queda la frustración entre el mobiliario y las crinolinas, y los  dobles y los triples y cuádruples entendidos sobre los motivos e  intenciones de los demás. Lily Bart (Gillian Anderson) es una muchacha  casadera, en apariencia la vida le sonríe Pero ya es algo mayor, y va  comprometiendo sus posibilidades de casarse por no seguir adecuadamente  las reglas del grupo: no hay que mirar si tu pretendiente te gusta, sino  más bien si es un buen partido envidiado por otras, y una buena alianza  de intereses financieros. Luego la gente ya se arregla, si realmente  quiere sexo o emociones. Pero esta moza no tiene el dinero seguro  (depende de la herencia de su tía, que la acaba desheredand  prácticamente por sus indiscreciones)—y además tiene ribetes de new woman o de mujer independiente y romántica, no quiere venderse por dinero, y  será su perdición, porque pronto la acechan las deudas y los  benefactores interesados. Primero es reutilizable si no como esposa al  menos como dama de compañía o carabina, en situaciones cada vez más  comprometedoras, hasta que al final tiene que abandonar "la sociedad" y  (horror) trabajar, pero tampoco sabe... El poco dinero que le deja su  tía lo entrega todo para saldar una deuda de honor, a un caballero que  la creía mujer fácil o comprable—y así acaba llegando al suicidio, por  jugar a un doble juego al revés que los demás miembros de su sociedad.  Ellos aparentan seguir la gramática social de la respetabilidad y la  educación, y en realidad se guían por la gramática parda del interés  monetario; ella hace lo contrario, aparentemente yendo a s u  capricho, pero luego tomándose literalmente la respetabilidad hasta la  muerte que nadie más se cree. Cuando se toma un bote de láudano, mujer  ya inaceptable como esposa e indeseada como amante, por lo menos  consigue hacer llorar en su lecho de muerte al amor de su vida, Lawrence  Selden (Eric Stoltz), el abogado que no se quería casar con ella ni con  nadie pero que la estimulaba a no casarse ella tampoco por su parte,  engatusándola con que ella era una criatura especial que no vendería sus  emociones... Menuda responsabilidad cuando le hace caso, y se lo echa  en cara años después; hasta el cínico abogado parece entender la medida  de su responsabilidad al jugar con las emociones de autoestima de otra  persona—de la persona a la que más apreciaba, además. La película  retrata un momento especial del paso del siglo XIX al XX, pero es cierta  una de las cosas que dice el abogado—que va sobre un carácter especial,  y una manera especial de entender la dignidad, no para transigir con  ella sino para llevarla hasta sus últimas consecuencias,  independientemente de lo que hagan los demás—porque ya se les ha  interiorizado, los llevamos dentro a los demás y su opinión sobre  nosotros. Es una patología de la sinceridad y de la relación con los  otros, o con nosotros mismos que somos esos otros. Hay quien lo lleva  muy mal esto, ya sea en el siglo pasado o en el que está viniendo.  Aunque nosotros somos algo más desinteresados que estos neoyorkinos de  la Gilded Age, nos importa menos el dinero o la opinión de la sociedad. O  eso hay que pensar, por lo de la autoimagen.
u  capricho, pero luego tomándose literalmente la respetabilidad hasta la  muerte que nadie más se cree. Cuando se toma un bote de láudano, mujer  ya inaceptable como esposa e indeseada como amante, por lo menos  consigue hacer llorar en su lecho de muerte al amor de su vida, Lawrence  Selden (Eric Stoltz), el abogado que no se quería casar con ella ni con  nadie pero que la estimulaba a no casarse ella tampoco por su parte,  engatusándola con que ella era una criatura especial que no vendería sus  emociones... Menuda responsabilidad cuando le hace caso, y se lo echa  en cara años después; hasta el cínico abogado parece entender la medida  de su responsabilidad al jugar con las emociones de autoestima de otra  persona—de la persona a la que más apreciaba, además. La película  retrata un momento especial del paso del siglo XIX al XX, pero es cierta  una de las cosas que dice el abogado—que va sobre un carácter especial,  y una manera especial de entender la dignidad, no para transigir con  ella sino para llevarla hasta sus últimas consecuencias,  independientemente de lo que hagan los demás—porque ya se les ha  interiorizado, los llevamos dentro a los demás y su opinión sobre  nosotros. Es una patología de la sinceridad y de la relación con los  otros, o con nosotros mismos que somos esos otros. Hay quien lo lleva  muy mal esto, ya sea en el siglo pasado o en el que está viniendo.  Aunque nosotros somos algo más desinteresados que estos neoyorkinos de  la Gilded Age, nos importa menos el dinero o la opinión de la sociedad. O  eso hay que pensar, por lo de la autoimagen.
  
 The House of Mirth. Dir. Terence Davis,  based on the novel by Edith Wharton. Cast: Gillian Anderson, Eric  Stoltz, Dan Aykroyd, Terry Kinney, Laura Linney. Prod. des. Don Taylor.  UK, France, Germany, USA, 2000.
 
 
 
 
       
		
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