Evolución, anaciclosis y dialéctica social de la historia
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Evolución, anaciclosis y dialéctica social de la historia
Del Libro VI de las Historias de Polibio, cuyo objetivo es explicar cómo pudo surgir el imperio universal de los romanos. Polibio cifra la fortaleza de Roma en el equilibrio de su constitución, que combina democracia, monarquía y aristocracia. Pero en su razonamiento preliminar expone una original visión de cómo se desarrollan los sistemas políticos—es decir, las sociedades organizadas con sus gobiernos— y cómo surgen unos de otros por necesidad; una necesidad que se enraíza en última instancia en las características de la naturaleza humana y de las reacciones sociales que suscita la acumulación de poder. Anaciclosis se ha llamado a esta idea de que los regímenes políticos atraviesan necesariamente por ciclos. Pero más allá de la teoría de las constituciones o de la política, es un pasaje crucial, éste de Polibio, en el sentido de que es una primera exposición del desarrollo cultural humano mediante un proceso evolutivo y emergente: evolución sociocultural de instituciones y relaciones, y emergencia de instituciones complejas sobre la base de una historia y una tradición política. Las formas más complejas se crean a partir de las simples; una vez surgidas las formas complejas operan sobre las simples de modo dialéctico, y a la vez experimentan la reacción también sin precedentes de esas formas simples. Esta dialéctica social sería desarrollada por Vico en toda una teoría de la cultura como generación de símbolos, rituales e instituciones por un proceso similarmente emergente. El razonamiento de Polibio acude con frecuencia a algunos conceptos hoy muy manejados por la sociobiología: la constitución de la sociedad en el altruismo recíproco, y el problema de primer orden que suponen para la sociedad los parásitos y las castas de parásitos asociados: o sea, los que ven en ella un recurso a explotar, en lugar de una sociedad a la que contribuir. Incluyo aquí los fragmentos más centrales, en la traducción de Manuel Balasch (Gredos-RBA, 2007). También contiene este pasaje algunas reflexiones de interés para comprender a las castas parasitarias actuales, ya sean griegas o españolas.
3. Las diversas constituciones. De aquellos estados griegos que con frecuencia han llegado a ser grandes y, con frecuencia también, han experimentado un cambio total en dirección opuesta, resulta fácil la interpretación del pasado y la predicción de su futuro. En efecto: describir lo que ya se sabe no ofrece dificultades, y predecir el futuro no es nada intrincado si nos guiamos por lo que ya ha sucedido. Pero en el caso concreto de los romanos no es nada sencillo ni comentar la situación actual, debido a la complejidad de su constitución, ni predecir el futuro, porque ignoramos sus instituciones pretéritas, tanto las públicas como las privadas. Se precisa, pues, una atención no vulgar en la investigación si se pretende alcanzar una sinopsis nítida de las cualidades distintivas del régimen romano.
La mayoría de los que quieren instruirnos acerca del tema de las constituciones, casi todos sostienen la existencia de tres tipos de ellas: llaman a una "realeza", a otra "aristocracia" y a la tercera "democracia". Pero creo que sería muy indicado preguntarles si nos proponen estas constituciones como las únicas posibles, o bien, ¡por Zeus!, solamente como las mejores. Me parece que en ambos casos yerran. En efecto, es evidente que debemos considerar óptima la constitución que se integre de las tres características citadas. De ella hemos encontrado una experiencia no teórica, sino práctica cuando Licurgo estructuró la primera constitución de los espartanos, que presentaba estas peculiaridades. Sin embargo, tampoco se puede admitir que sólo existan estas tres variedades: hemos visto constituciones monárquicas y tiránicas que, aunque difieran grandemente de la realeza, parece que tengan cierta afinidad con ella: de ahí que todos los monarcas mientan y usen del nombre "realeza" mientras les es posible. Han existido también muchas constituciones oligárquicas que parecen tener alguna semejanza con las aristocracias, cuando, por así decir, distan mucho de ellas. Y la misma afirmación es válida para la democracia.
4. La verdad de lo dicho se demuestra por lo siguiente: no todo gobierno de una sola persona ha de ser clasificado inmediatamente como realeza, sino sólo aquel que es aceptado libremente y ejercido más por la razón que por el miedo o la violencia. Tampoco debemos creer que es aristocracia cualquier oligarquía; sólo lo es la presidida por hombres muy justos y prudentes, designados por elección. (Obsérvese que según la definición de Polibio, la "democracia" española es, en realidad, una oligarquía demagógica, con ínfulas de aristocracia, y presidida por una monarquía de dudosa realeza). Paralelamente, no debemos declarar que hay democracia allí donde la turba sea dueña de hacer y decretar lo que le venga en gana. Sólo la hay allí donde es costumbre y tradición ancestral venerar a los dioses, honrar a los padres, reverenciar a los ancianos y obedecer las leyes; estos sistemas, cuando se impone la opinión mayoritaria, deben ser llamados democracias. Hay que afirmar, pues, que existen seis variedades de constituciones: las tres repetidas por todo el mundo, que acabamos de mencionar, y tres que les son afines por naturaleza: la monarquía, la oligarquía y la demagogia. La primera que se forma por un proceso espontáneo y natural es la monarquía, y de ella deriva, por una preparación y una enmienda, la realeza. Pero se deteriora y cae en un mal que les congénito, me refiero a la tiranía, de cuya disolución nace la aristocracia. Cuando ésta, por su naturaleza, vira hacia la oligarquia, si las turbas se indignan por las injusticias de sus jefes, nace la democracia. A su vez, la soberbia y el desprecio de las lyees desembocan, con el tiempo, en la demagogia. Se puede constatar clarísimamente la verdad de mis afirmaciones, si nos paramos a pensar en los principios naturales, la génesis y las transformaciones de cada constitución, porque sólo quien considera cómo nace cada una de ellas podrá entender también su desarrollo, su culminación, sus transformaciones, su final y cómo, cuándo y de qué manera acontecen. He creído que ésta es la manera más adecuada a mi exposición, principalmente en lo que atañe a la constitución romana, porque explica naturalmente, a partir del principio, su estructura y su crecimiento.
¿A qué orígenes me refiero y de dónde afirmo que surgen las primeras comunidades políticas? (Aquí vemos cómo Polibio, al igual que har á Vico, hace surgir al género humano a partir de una cultura básicamente animal o brutal, lo que Vico llamaba "los cíclopes" y que hoy llamamos los homínidos antecesores del hombre. Naturalmente no es darwinista Polibio, y no se ocupa del origen de los cuerpos humanos, pero sí en cierto modo de cómo surge una sociedad humana sobre la base de comportamientos básicamente animales, gracias a una historia y a una tradición acumulativa y dialéctica. Tampoco ve el surgimiento de la humanidad como un fenómeno único, sino al estilo griego, un acontecer cíclico debido a catástrofes que acaban con la civilización y devuelven al ser humano a la barbarie o a la brutalidad. Es también Polibio, por tanto, el primer escritor que trata la sociedad post-apocalíptica). Cada vez que por inundaciones, por epidemias, por malas cosechas o por otras causas por el estilo se produce un aniquilamiento de la raza humana, como los que sabemos que ya se han dado, razón que hace pensar que se repetirán, incluso con frecuencia, en tal caso desaparecen las costumbres y las habilidades de los hombres. Cuando los supervivientes se multiplican de nuevo como una simiente y, a medida que transcurre el tiempo, llegan a ser multitud, entonces ocurre, por descontado, lo mismo que con los seres vivos restantes: los hombres se reúnen. Es lógico que lo hagan con sus congéneres, en razón de su debilidad natural. Ineludiblemente el que sobresalga por su vigor corporal o por la audacia de su espíritu dominará y gobernará. En efecto: lo que se comprueba en las otras especies irracionales vivientes, debemos considerarlo como obra rigurosamente auténtica de la naturaleza. Y entre los demás seres vivos es notorio que se imponen los más fuertes: así entre los toros, los jabalíes, los gallos y otras bestias semejantes. Es natural que al principio también las vidas de los hombres discurran así, en manadas, como los animales: se sigue a los más fuertes y vigorosos. Su límite en el gobierno es su fuerza; a eso podemos llamarlo "monarquía". Pero cuando, con el tiempo, en estos grupos de hombres la convivencia hace surgir el compañerismo se da el inicio de la realeza, y entonces por primera vez nacen entre los humanos las ideas de belleza y de justicia, e igualmente las de sus contrarios.
6. La manera como estas nociones nacen y se desarrollan es la siguiente: los seres humanos tienden por naturaleza a la unión sexual, de la que se sigue el nacimiento de hijos; cada vez que uno de ellos, llegado a la edad adulta, no agradece ni presta ayuda a los que le cuidaron en su crecimiento, sino que, por el contrario, les daña y habla mal de ellos, es lógico y natural que esto desagrade y ofenda a los que lo ven y saben los cuidados de los progenitores, las angustias que pasaron por sus hijos y cómo los alimentaron y se preocuparon de ellos. El linaje humano se distingue de los otros seres vivos en que sólo él puede razonar y calcular; (Aquí disentimos y decimos con Darwin —en El Origen del Hombre—que la diferencia es de grado, no absoluta, y que los animales también son animales racionales en cierta medida variable. Por lo demás, el razonamiento de Polibio sobre los hijos, si puede parer ingenuo, no lo es tanto: las conductas altruistas no sólo se heredan, sino que también se aprenden y se reproducen, en primer lugar en la familia como primer lugar de educación en el altruismo y en las relaciones sociales primigenias). no sería natural que los hombres no se apercibieran de la diferencia reseñada; los otros seres vivos, ciertamente, la desconocen. Los hombres tienen conciencia de lo sucedido y se indignan al punto, porque prevén el futuro y piensan que también a ellos les puede ocurrir algo parecido. (Una vez más tenemos a un Polibio sociobiológico: la analogía empática, la reciprocidad, y la capacidad de imaginación humana, como bases de las leyes y de la vigilancia social para preservar el altruismo. Las instituciones sociales y leyes se basan por tanto en la empatía recíproca, nótese bien: el mundo social que surge de Ich und Du). Y así cuando, para poner otro ejemplo, alguien que está apurado recibe de otro una ayuda o un socorro, y no se muestra agradecido a su bienhechor, antes al contrario, procura dañarle: es claro y natural que los que se dan cuenta de ello se enojen contra un hombre así y les repugne, irritados por tal ofensa al prójimo e imaginándose a sí mismos en aquella situación. De todo esto nace en cada hombre una cierta noción del deber, de su fuerza y de su razón, cosas que constituyen el principio y la perfección de la justicia. De modo semejante, siempre que un hombre defienda a los restantes en un riesgo y se oponga y resista la arremetida de los animales más fuertes, es natural que la masa del pueblo le otorgue distintivos de honor y de favor, pero de reprobación y de disgusto, a quien hubiera hecho lo contrario. Y así también es explicable que en las gentes nazca un concepto de lo bueno y de lo malo, así como de la diferencia que hay entre estas dos nociones. La primera será objeto de imitación y de emulación, por las ventajas que comporta; la segunda lo será de repulsa. (—Y explicado queda pues con este razonamiento polibiano el problema del altruismo que tanto preocupó a Darwin: si el altruismo es en estricto cálculo inmediato perjudicial para el altruista, más perjudicial es todavía la pérdida de reputación social, en un mundo social en el que el la base de la identidad del individuo es su identidad social y las consideraciones sociales sean absolutamente prioritarias). Cuando, entre estos hombres, el jefe, el que detenta la suprema autoridad, pone su fuerza de acuerdo con las nociones citadas, en armonía con los pareceres de la multitud, de modo que sus súbditos llegan a creer que da a cada uno lo que merece, aqui ya no actúa el miedo a la fuerza bruta; es, más bien, por una adhesión a su juicio por lo que se le obedece y se conviene en conservarle en el poder incluso cuando envejece; le protegen y combaten a su favor contra los que conspiran para derrocarlo (—obsérvese el criterio para distinguir la horda primigenia de la que hablaba Freud también, en Totem y Tabú, de los atisbos de sociedad organizada—la autoridad ya no se basa en la fuerza física, sino en el respeto basado en unos fundamentos de razón, justicia, alianzas de poder, y respeto al orden social). De esta manera se pasa inadvertidamente de la monarquía a la realeza, cuando la supremacía pasa de la ferocidad y la fuerza bruta a la razón. (Bien decía Oscar Wilde, en "The Rise of Historical Criticism", que se advertía un cierto espíritu moderno en Polibio al tratar la génesis de las instituciones sociales. Ver mi artículo Benefit of Hindsight: Polibio, Vico, Wilde, y el emergentismo crítico).
7. Así se forma naturalmente entre los hombres la primera noción de justicia y de belleza, y de sus contrarios, éste es el principio y la génesis de la realeza auténtica. Y el poder es reservado no solamente a estos reyes, sino también a sus descendientes, al menos en la mayoría de casos, pues el pueblo cree que los engendrados por tales hombres y educados por elos tendrán unas disposiciones semejantes. Si eventualmente los descendientes de estos reyes son causa de disgusto, la eleccióin de nuevos reyes y de gobernantes ya no se hace según el vigor corporal o el coraje, sino según la superioridad de juicio y de razón, pues las gentes ya tienen experiencia, basada en las mismas obras, de la diferencia existente entre los dos tipos de cualidades. Antiguamente, una vez elegidos para la realeza, los que detentaban esta potestad envejecían en ella: fortificaban y amurallaban los lugares estratégicos y adquirían tierras, tanto por razones de seguridad como para garantizar abundancia de lo necesario a sus subordinados. Al propio tiempo, el afanarse por esto les libraba de toda calumnia y envidia, porque ni en los vestidos ni en la comida ni en la bebida se distinguían de los demás. llevaban una vida muy semejante a la de sus conciudadanos, pues en realidad compartían la del pueblo. Pero cuando lo que llegaban a la regencia por sucesión y por derecho de familia dispusieron de lo suficiente para su seguridad y de más de lo suficiente para su manutención, entonces tal superabundancia les hizo ceder a sus pasiones y juzgaron indispensable que los gobernantes poseyeran vestidos superiores a los de los súbditos, disfrutaran de placeres y de vajilla distinta y más cara en las comidas y que en el amor, incluso en el ilícito, nadie pudiera oponérseles. De ahí surgió la envidia y la repulsa que, a su vez, causó odio y una irritación maligna. En suma, la realeza degeneró en tiranía, principio de disolución y motivo de conspiracones entre los gobernados. Los complots, los organizaba no precisamente la chusma, sino hombres magnánimos, nobles y valientes, porque eran ellos los que menos podían soportar las insolencias de los tiranos.
8. La masa, cuando recibe caudillos, jiunta su fuerza a la de ellos por las causas ya citadas y elimina totalmente el sistema real y el monárquico; entonces empieza y se desarrolla la aristocracia. el pueblo, en efeto, para demostrar al instante su gratitud a los que derribaron la monarquía, les convierte en sus gobernantes y acude a ellos para resolver sus problemas. Al principio, estas nuevas autoridades se contentaban cvon la misión recibida y antepusieron a todo el interés de la comunidad; trataban los asuntos del pueblo, los públicos y los privados, con un cuidado prudente. Pero cuando, a su vez, los hijos heredaron el poder de sus padres, por su inexperiencia de desgracias, por su desconocimiento total de lo que es la igualdad política y la libertad de expresión, rodeados desde la niñez del poder y la preeminencia de sus progenitores, unos cayeron en la avaricia y en la codicia de riquezas injustas, otros se dieron a comilonas y a la embriaguez y a los excesos que las acompañan, otros violaron mujeres y raptaron adolescentes: en una palabra, convirtieron la democracia en oligarquía. Suscitaron otra vez en la masa sentimientos similares a los descritos más arriba; la cosa acabó en una revolución idéntica a la que hubo cvuando los tiranos cayeron en desgracia.
9. Porque si alguien se apercibe de la envidia y el odio que la masa profesa a los oligarcas y se atreve a decir o a hacer algo contra los gobernantes, encuentra al pueblo siempre dispuesto a colaborar. Inmediatamente, tras matar a unos oligarcas y desterrar a otros, no se atreven a nombrar un rey, porque temen todavía la injusticia de los pretéritos; no quieren tampoco confiar los asuntos de estado a una minoría selecta, pues es reciente la ignorancia de la anterior. Entonces se entregan a la única confianza que conservan intacta, la radicada en ellos mismos: convierten la oligarquía en democracia y es el pueblo quien atiende cuidadosamente los asuntos del estado. Mientras viven algunos de los que han conocido los excesos oligárquicos, el orden de cosas actual resulta satisfactorio y se dienen en el máximo aprecio la igualdad y la libertad de expresión. Pero cuando aparecen los jóvenes y la democracia es transmitida a una tercera genración, ésta, habituada ya al vivir democrático, no da ninguna importancia a la igualdad y a la libertad de expresión. Hay algunos que pretenden recibir más honores que otros; caen en esto principalmente los que son más ricos. Al punto que experimentan la ambición de poder, sin lograr satisfacerla por sí mismos ni por sus dotes personales, dilapidan sus patrimonio, empleando todos los medios posibles para corromper y engañar al pueblo. En consecuencia, cuando han convertido al vulgo, poseído de una sed insensata de gloria, en parásito y venal, se disuelve la democracia, y aquello se convierte en el gobierno de la fuerza y de la violencia, porque las gentes, acostumbradas a devorar los bienes ajenos y a hacer que su subsistencia dependa del vecino, cuando dan con un cabecilla arrogante y emprendedor, al que, con todo, su pobreza excluye de los honores públicos, desembocan en la violencia. La masa se agrupa en torno de aquel hombre y promueve degollinas y huídas. Redistribuye las tierras y, en su ferocidad, vuelve a caer en un régimen monárquico y tiránico.
10. Éste es el ciclo de las constituciones y su orden natural, según se cambian y tranforman para retornar a su punto de origen. Quien domine el tema con profundidad puede que se equivoque en cuanto al tiempo que durará un régimen político, pero en cuanto al crecimiento de cada uno, a sus transformaciones y a su desaparición es difícil que yerre, a no ser que su juicio resulte viciado por la envidia o por la animosidad. En lo que, particularmente, atañe a la constitución romana, es principalmente a partir de estas consideraciones como llegaremos a entender su formación, su desarrollo y su culminación, y, al propio tiempo, el cambio en dirección inversa que se producirá a partir de este estado. Porque si hace poco tiempo que lo he dicho de otras constituciones, la romana posee igualmente un principio natural desde sus comienzos, un desarrollo y una culminación, así que experimentará de modo semejante una recesión hacia sus principios, cosa que se podrá comprobar por las partes que seguirán a ésta.
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