Hace poco tuve un caso curioso, de dos días que falté a clase por una cojera súbita que me dio. Dí aviso al momento, claro, pero no cogí la baja, que la tradición quiere que se coja (por cojera u otras razones) al tercer día. Pues le faltó tiempo al catedrático coordinador del grado para, sin ponerse en contacto conmigo para nada, escribirle al Vicerrector para denunciarme por no ir a clase y pedirle que me exigiese en qué días iba a recuperar las clases. Como digo, sin hablar conmigo para nada antes, que allí se ven las maneras y las intenciones. Sobre esto también debería haber buenas prácticas.
Otra cosa que dice el director en su mensaje de buenas prácticas es como sigue:
Como funcionarios públicos y trabajadores de la administración del Estado, nuestra jornada laboral es de treinta y siete horas y media semanales de trabajo efectivo de promedio en cómputo anual (B.O..E. 14 julio 2012) y como profesores del Departamento disponemos de un puesto de trabajo, más o menos adecuado, en el que desarrollar nuestra labor. Las peculiaridades de la labor del profesor universitario han de ser tenidas en cuenta a la hora de valorar su cumplimiento,
(—pongamos, por ejemplo, los cientos, los miles, de horas anuales que dedico a trabajar en casa, con material y electricidad que pago yo, pecata minuta, díganle a un fontanero que lo haga, o a una secretaria)
pero no deben ser utilizadas como excusa para cometer excesos. Las treinta y siete horas y media (o siete horas y media diarias de lunes a viernes) deben estar dedicadas a la labor docente, investigadora y administrativa. Ocasionalmente estas tareas se podrán realizar fuera de nuestro puesto de trabajo, pero éste sigue siendo el lugar principal para su realización. No se trata, pues de estar en nuestro despacho cuando tengamos horas de tutorías sino de estar en nuestro puesto de trabajo siempre que el resto de nuestras tareas no nos lo impida. En general, la ausencia de un profesor de su lugar de trabajo suele aumentar la carga de trabajo de los que sí están en él. La mayoría de nosotros tenemos circunstancias personales que pueden hacer difícil el cumplimiento de nuestros horarios, pero en eso no nos diferenciamos de los demás profesores ni de los demás funcionarios.
Quién no podría estar de acuerdo, claro, con una cosa tan razonable. Aunque un ejemplo se me ocurre, si bien no diré nombres por quitar hierro. En veinticinco años que llevo rondando por este departamento, no diré que no he visto nunca un catedrático en horario de tarde, porque al Dr. Vázquez sí lo he visto varias veces, incluso numerosas, en la Facultad por la tarde. Pero los demás catedráticos, coordinadores y demás— en veinticinco años, ni un solo día los he visto aparecer por su puesto de trabajo por la tarde. Y esas son las prácticas que dan ejemplo de cómo se lleva una carrera universitaria con éxito. Porque ¿quién no querría ser catedrático? Que levante la mano. ¿Y hay que venir por la tarde para llegar a catedrático? Parece que no.
Como para ir danto lecciones y, es más, elevando quejas. Tampoco digo que venga yo mismo todas las tardes al trabajo cuando no tengo ni clases ni tutorías, por cierto. Para nada. Que antes venía más, pero las buenas prácticas no animan a ello. Sólo las teorías de las prácticas. Y tampoco visto lo visto voy a llegar a catedrático antes por venir mucho por el trabajo—ateniéndonos a la práctica de la práctica, el trabajo ese hay que hacerlo en otros sitios, y por la Facultad venir lo justo.
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