De Johannes Hirschberger, Historia de la Filosofía, vol. 2 (Barcelona: Herder, 1974):
Hirschberger on Spencer (and Progress)
MARTES, 26 DE FEBRERO DE 2013
Hirschberger on Spencer (and Progress)
Herbert Spencer (1820-1903) es el segundo representante destacado del empirismo inglés decimonónico. Es también uno de los abanderados de las dos grandes consignas del siglo: la evolución y el progreso.
Evolución. La evolución no es para Spencer un resultado de leyes o ideas como en Hegel, sino que constituye, ella misma, la esencia de toda la naturaleza, la cual, como una fuerza primitiva, produce todo de sí, cuando se da en el reino inorgánico, en el orgánico y en el espiritual. Creeríamos escuchar a un metafísico y no a un positivista declarado. Spencer no necesita de factores especiales, v.g., la selección natural, como Darwin, y otros los admitieron en el mundo orgánico. Bastan el mundo material y el sucesivo cambio para impulsar el progresivo devenir de formas, simpre nuevas, en las que lo indetermiando se va gradualmente determinando; admite, sin embargo, la herencia de cualidades adquiridas. La evolución es un principio cósmico, pero afecta de una manera especial al hombre. En primer lugar, porque también la evolución da una explicación de todo lo humano. Las verdades y valores del hombre, las que se denominan aprióricas, no son más que experiencias genéricas heredadas, que se van mejorando progresivamente. Con ello tenemos lo segundo—a saber, que la evolución debe ser una llamada al hombre para un progreso ulterior. Lo mismo que nuestro actual conocer y valorar se ha desarrollado a partir de un conocer y un valorar que en el fondo observamos ya en el animal, por ejemplo, en la mirada fiel del perro a su amo, así debemos nosotros a nuestra vez avanzar hacia nuevas y superiores verdades y valores.
Con esto se pone Spencer en la misma línea de Darwin y Haeckel. Constituyen conjuntamente el popular triunvirato del ideal de la evolución y progreso del siglo XIX.
Progreso. Pero, nos preguntamos nosotros, aun admitiendo que los factores hechos famosos por Spencer basten para explicar el avance en el desarrollo de nuevas formas, ¿de dónde le viene el derecho de explicar este progreso, no como un mero avance, sino específicamente como una continua superación y encumbramiento, de modo que las formas nuevas son necesariamente mejores? ¿Sabe Spencer hacia dónde va lanzado todo este proceso ascendente? A nosotros nos oucrre pensar que un Agustín, un Cusano, un Leibniz, a base de su concepción eidético-teleológica del ser, tuvieron pleno derecho para sucribir una teoría optimista de la evolución. Para un empirista, en cambio, la teleología no pasa de ser, a tenor de la Crítica del Juicio, de Kant, un "como si", no llega a ser una realidad. Le faltan las medidas obligantes del valor, ya que no admite más que lo fáctico, y, por consiguiente, mirada la cosa más a fondo, tiene que resultar sumamente problemática esta evolución en mejor. En verdad que a nuestra mirada superficial sobre lo que nos rodea a parece hartas veces como evidente esta evolución hacia arriba. ¿Quién no designará como un efectivo progreso in melius el vapor, el ferrocarril, el auto, el avión, el teléfono, el telescopio, etc.?
Tal fue la reacción instintiva del hombre moderno desde que Bacon lanzó la consigna de montar la ciencia como instrumento para el dominio de la naturaleza y para hacerla servir y aliviar la suerte del hombre, y desde que, con un optimismo desbordado, se puso el renacimiento a buscar en el hombre y en su ilimitada metarmorfosis la universalidad de todos los valores. R. Turgot en su Discours sur l’histoire (1750) y A. Condorcet en su Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain (1794) convirtieron esto en teoría central de la filosofía de la historia: la historia es cultura y civilización; su sentido es perfeccionar la existencia del hombre. Esta fue también la persuasión de Marx y Engels y de todos los socialistas y, desde luego, de los utilitaristas ingleses. Así se llegó a una convicción general arraigada en el hombre moderno sobre su propia definición y su historia. "Esta idea de la civilización—escriben C. A. y M. R. Beard en The American Spirit (1942)—encierra un concepto de la historia como lucha del ser humano en el mundo por el perfeccionamiento individual y social, por lo bueno, lo verdadero y lo bello contra la ignorancia, el mal y las asperezas de la naturaleza física, contra las fuerzas de la barbarie en los individuos y en la sociedad." Es sintomático, a este respecto, el hecho de que en el proceso de tecnificación de la Unión Soviética se repite a cada momento la palabra progreso. Es una asociación de ideas que tiene toda la sugestividad de un iudicium per se notum adherido a lo más medular de la autoconciencia dle hombre moderno. Y así es comprensible que Spencer, todavía bajo la impresión de los "destellos" de la Ilustración y de los adelantos científicos y técnicos de su siglo, pudiera creer en el progreso al unísono con todo su tiempo.
Pero desde aquellas fechas la ciencia y la técnica han descubierto nuevos aspectos. El desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales del tiempo más cercano a nosotros, la ’masificación’ del hombre, las amenazadoras concentraciones de poder de diversa índole, el pavoroso potencial de destrucción de la guerra, fenómenos todos concomitantes de los adelantos de la ciencia y civilización modernas, dibujan un tétrico horizonte de inseguridad, abierto por el hombre, en el que peligran el hombre y la misma tierra. Esto nos hace palpar ahora lo precipitado que fue creer que el curso de la historia, que el mismo hombre hace, puede caracterizarse sin más, como progreso.
0 comentarios