Perros y gatos en la clase ociosa
lunes, 5 de mayo de 2014
Perros y gatos en la clase ociosa
Para Thorstein Veblen, el principio de diferenciación de clases sociales mediante señales de derroche ostentoso rige la realidad económica y la vida social. Todo sirve para la comparación odiosa: el ocio y el derroche se valoran, el trabajo y lo útil se consideran deshonrosos y cosa de pobre gente. El principio de la ostentación despilfarradora organiza las costumbres y modales, las nociones de lo honorable y deshonorable, los gustos de la moda, lo que consideramos bonito y feo, y se aplica hasta a los perros y gatos. Nada se rige sin más por su mérito o valor de uso—antes bien pasa por el filtro de las apariencias y por el teatro de la ostentación social:
En el caso de los animales domésticos que son honorables y se consideran hermosos, hay una base subsidiaria de mérito de la cual debe hablarse. Aparte de los pájaros que pertenecen a la clave honorable de animales domésticos y que deben su lugar en esta clase exclusivamente a su carácter no lucrativo, los animales que merecen particular atención son los perros, los gatos y los caballos de carreras. El gato es menos prestigioso que los otros dos animales que acabamos de mencionar, porque derrocha menos; hasta puede ocurrir que sirva para algún fin útil. Al mismo tiempo, el temperamento del gato no le hace idóneo para un propósito honorífico. Vive con el hombre en un régimen de igualdad; no tiene noticia de esa relación de status que es la antigua base de toda jerarquía de valores, honor y reputación, y no se presta fácilmente a ser objeto de una comparación odiosa entre su propietario y los vecinos de éste. La excepción a esta regla tiene lugar cuando se trata de productos tan escasos y exóticos como el gato de Angora, el cual tiene un cierto valor de honorabilidad que está basado en su alto costo, circunstancia que le da un derecho especial a ser considerado bello por razones pecuniarias.
El perro tiene ventajas tanto por su falta de utilidad como por ciertos rasgos especiales de su temperamento. En un sentido eminente, se dice de él que es el amigo del hombre, y se alaban su inteligencia y su lealtad. Lo que esto significa es que el perro es el siervo del hombre y que posee el don de la ciega obediencia y la prontitud del esclavo a la hora de averiguar cuáles son los deseos del amo. Junto con estas características que le capacitan bien para la relación de status—características que, para lo que aquí nos ocupa, vamos a calificar de útiles—el perro tiene algunas otras de valor estético más equívoco. El perro es, en lo que se refiere a su persona, el más sucio de los animales domésticos y el de hábitos más molestos. Esto lo compensa con una actitud servil y aduladora hacia su amo y una gran inclinación a dañar y fastidiar a todos los demás. Así pues, el perro se recomienda a nuestro favor porque nos permite ejercer nuestra inclinación al mando, y como es también un artículo costoso y no sirve por lo común ningún propósito de tipo industrial, ocupa en el concepto del hombre un lugar firme en cuanto objeto de prestigio. Al mismo tiempo, el perro se asocia en nuestra imaginación con la caza—ocupación meritoria y expresión del impulso depredador honorable.
Afincado en este terreno ventajoso, cualquier belleza de forma y movimiento y cualquiera de los rasgos mentales encomiables que pueda poseer son convencionalmente reconocidos y magnificados. Y hasta aquellas variedades de perro que por una serie de cruces han llegado a adquirir una deformación grotesca, se consideran bellas, y de buena fe, por muchos entusiastas de los perros. Estas variedades de perro—y lo mismo puede decirse de otros animales de fantasía—son clasificadas y jerarquizadas en lo concerniente a su valor estético en proporción a lo grotescas que puedan ser y al grado de inestabilidad que su deformidad particular pueda asumir en cada caso. Para el propósito que ahora nos ocupa, esa utilidad diferencial basada en lo grotesco e inestable de la estructura es reducible a términos de una mayor escasez y del gasto consiguiente. El valor comercial de las monstruosidades caninas, tales como los estilos dominantes de perros favoritos tanto para uso de caballeros como para el de damas, se basa en su alto costo de producción; y el valor que ofrecen para sus propietarios consiste, sobre todo, en su utilidad como artículos de consumo ostensible. Indirectamente, como reflejo de su costo honorable, se les imputa un valor social; y así, mediante una fácil sustitución de palabras e ideas, llegan a ser admirados y estimados como bellos. Y como cualquier cuidado que pueda prestarse a estos animales no es ni ganancioso ni útil, también es por ello mismo prestigioso; y como el hábito de cuidarlos no es, consecuentemente, censurable, puede llegar a convertirse en un afecto habitual de gran tenacidad y del más benévolo carácter. De manera que en el afecto concedido a los animales favoritos se encuentra presente, de forma más o menos remota, el canon de lo costoso como norma que guía el sentimiento y la selección del objeto. Lo mismo puede decirse, como se echará de ver en seguida, respecto al afecto por las personas, si bien la forma con que la norma actúa en este caso es algo diferente.
El perro tiene ventajas tanto por su falta de utilidad como por ciertos rasgos especiales de su temperamento. En un sentido eminente, se dice de él que es el amigo del hombre, y se alaban su inteligencia y su lealtad. Lo que esto significa es que el perro es el siervo del hombre y que posee el don de la ciega obediencia y la prontitud del esclavo a la hora de averiguar cuáles son los deseos del amo. Junto con estas características que le capacitan bien para la relación de status—características que, para lo que aquí nos ocupa, vamos a calificar de útiles—el perro tiene algunas otras de valor estético más equívoco. El perro es, en lo que se refiere a su persona, el más sucio de los animales domésticos y el de hábitos más molestos. Esto lo compensa con una actitud servil y aduladora hacia su amo y una gran inclinación a dañar y fastidiar a todos los demás. Así pues, el perro se recomienda a nuestro favor porque nos permite ejercer nuestra inclinación al mando, y como es también un artículo costoso y no sirve por lo común ningún propósito de tipo industrial, ocupa en el concepto del hombre un lugar firme en cuanto objeto de prestigio. Al mismo tiempo, el perro se asocia en nuestra imaginación con la caza—ocupación meritoria y expresión del impulso depredador honorable.
Afincado en este terreno ventajoso, cualquier belleza de forma y movimiento y cualquiera de los rasgos mentales encomiables que pueda poseer son convencionalmente reconocidos y magnificados. Y hasta aquellas variedades de perro que por una serie de cruces han llegado a adquirir una deformación grotesca, se consideran bellas, y de buena fe, por muchos entusiastas de los perros. Estas variedades de perro—y lo mismo puede decirse de otros animales de fantasía—son clasificadas y jerarquizadas en lo concerniente a su valor estético en proporción a lo grotescas que puedan ser y al grado de inestabilidad que su deformidad particular pueda asumir en cada caso. Para el propósito que ahora nos ocupa, esa utilidad diferencial basada en lo grotesco e inestable de la estructura es reducible a términos de una mayor escasez y del gasto consiguiente. El valor comercial de las monstruosidades caninas, tales como los estilos dominantes de perros favoritos tanto para uso de caballeros como para el de damas, se basa en su alto costo de producción; y el valor que ofrecen para sus propietarios consiste, sobre todo, en su utilidad como artículos de consumo ostensible. Indirectamente, como reflejo de su costo honorable, se les imputa un valor social; y así, mediante una fácil sustitución de palabras e ideas, llegan a ser admirados y estimados como bellos. Y como cualquier cuidado que pueda prestarse a estos animales no es ni ganancioso ni útil, también es por ello mismo prestigioso; y como el hábito de cuidarlos no es, consecuentemente, censurable, puede llegar a convertirse en un afecto habitual de gran tenacidad y del más benévolo carácter. De manera que en el afecto concedido a los animales favoritos se encuentra presente, de forma más o menos remota, el canon de lo costoso como norma que guía el sentimiento y la selección del objeto. Lo mismo puede decirse, como se echará de ver en seguida, respecto al afecto por las personas, si bien la forma con que la norma actúa en este caso es algo diferente.
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