Retropost (2006): Paralelismos traumáticos
 
 Paralelismos traumáticos 
Publicado en Literatura y crítica.  com. José Ángel García Landa 
 (Sábado 19 de agosto de 2006)
  Ya hablé en un post anterior de Muertes paralelas, de Fernando Sánchez Dragó, y de lo forzado que me parecía alguno de los  paralelismos que sirven de base al libro. Me ha gustado, sin embargo,  como libro sobre la guerra civil española y sus consecuencias y la  memoria de la misma y sus traumas, ejemplificados en el propio autor.
 Es el libro una self-begetting novel de las que decía Steven G. Kellman, un libro que cuenta la historia de  cómo llegó a ser escrito, y que, aún más, cuenta cómo quien lo escribe  llega a ser quien es mediante la escritura de este libro. Escribe  Sánchez Dragó con el siguiente planteamiento: tras muchos años de  ignorar la figura de su padre, asesinado por los falangistas al comenzar  la guerra civil, se ha dado cuenta, por diversas coincidencias y  señales procedentes quizá del más allá, de que el destino de su padre y  el suyo están estrechamente entrelazados, de que su padre es la persona  más importante de su vida, "el personaje de más importancia, sustancia y  trascendencia en la vida de su hijo" (583). Así, el hijo se da cuenta  de que ha de escribir un libro para sacarlo del olvido, o para sacárselo  del cuerpo, o para terminar de metérselo en el cuerpo quizá. Hace un  seguimiento paso a paso de los últimos días de su padre, y más  panorámicamente de toda su vida, y de la propia, y de la de su familia  entera, con el trasfondo del país en la guerra y la posguerra. Analiza  la manera en que su propia personalidad es producto de la herencia y de  las circunstancias traumáticas que marcaron su infancia, y en suma busca  "desamordazar y regresar" al difunto mediante un proceso de escritura  intenso, superponiendo a esa escritura la investigación y la  rememoración de su relación fantasmática con su padre, y de toda la  carrera, personalidad y destino propios. Viene a concluir Dragó que él  es quien es porque mataron a su padre--si no, es probable que hubiera  seguido sus pasos en el periodismo y hubiese terminado dirigiendo la  agencia Efe, y siendo un desdichado ejecutivo, o quizá un ciudadano  Kane, en lugar del hippy feliz y anárquico que es. Aunque no parece  haber razón para temer eso, si creemos que "todo lo que, bueno o malo,  sucede a un hombre, a una persona, es culpa o mérito de su temperamento y de su conducta" (77).
 
Es  un libro pues contradictorio, y también excesivo, divagante,  desordenado, desvergonzado, que pasa de lo emotivo a lo carcajeante y a  lo absurdo o ridículo de manera deliberada sin gran orden ni concierto;  tan pronto es conmovedor como no puede callarse una asociación de ideas  deliberadamente grotesca, o desbarra con interpretaciones disparatadas;  todo con frecuentes repeticiones que van y vienen por oleadas o en  espiral creciente, conforme vamos entendiendo y conociendo mejor al  narrador y a su familia y obsesiones. Como digo lo he pasado bien  leyéndolo, a pesar de su longitud desmedida, de las repeticiones o  hipótesis inútiles, y de las abundantes ideas marulas del  autor-narrador. 
Me ha interesado especialmente la dimensión traumática de la historia, y el sentido de ritual funerario de la escritura:
El  significado político de esta historia hoy es bien expresado por el autor  cuando dice que "pocos españoles hay que no lleven un dolor semejante  en el fondo de su almario" (59).
Ahora bien, el trauma familiar  de Sánchez Dragó, si bien es compartido con muchos españoles, a la vez  es vivido y analizado de modo muy particular por el autor. No me  convence el análisis que hace de su propio trauma: hay demasiada  palabrería y demasiado bailoteo hipotético alrededor, y un montón de  hojarasca de sincronías y reencarnaciones y destinos que para mí no son  sino síntomas de un cráneo mal amueblado y muy frívolo con las ideas y  con el orden de las cosas. No voy a ponerme a analizar el carácter de  Sánchez Dragó, pero creo que no sorprendo a nadie si digo que me parece  arrollador, egocéntrico, narcisista, fascinado consigo mismo y que le  encanta escucharse (vaya, todo eso menos lo de arrollador debería  hacérmelo recomendable al menos como alma gemela). Es un libro muy hindsight biassed, que  toma una historia llena de imprevistos, casualidades y contingencias, y  la organiza para reelaborar un relato de trayectos vitales  preorganizados en el más allá y simetrías vitales compensadas según las  necesidades fantasmáticas del autor, con el fin de explicar y justificar  el presente. La creencia en destinos, sobre todo destinos especiales,  en coincidencias asombrosas diseñadas para enseñarle lecciones, en  iluminaciones y caídas del caballo, etc., son todos síntomas de alguien  que cree desde muy adentro que la realidad está organizada en torno  suyo, algo de lo que evidentemente no se llega a curar mediante la  escritura de este libro.
Más interesante me ha parecido pues la  manera en que Sánchez Dragó escenifica el trauma de modo espontáneo, un  trauma no superado mediante la escritura, como querría hacernos creer,  sino por el contrario profundamente asentado, quizá más asentado que  nunca tras el proceso de escritura. Me refiero a las simpatías  profundamente derechistas (hippy-falangistas, por ser más preciso) de  alguien cuyo padre fue asesinado por los falangistas en la guerra. Claro  que Sánchez Dragó siempre ve esa circunstancia como un tanto paradójica  o contradictoria: su padre no era un "rojo", y especula que muy  probablemente habría hecho rápida carrera bajo el régimen de Franco, en  caso de haber sobrevivido (muy plausible suena esto). 
El libro  empieza con el autor en sus años mozos e inconscientes. El autor, a  decir propio, no termina de hacerse adulto hasta que escribe este libro.  Era entonces, a mediados de los cincuenta, un rojillo comunistoide, o  más bien tenía un síndrome adolescente de revuelta contra su familia de  derechas y contra el franquismo paternalista y sofocante; y es al ser  arrestado por el célebre comisario Conesa cuando éste le espeta,  revelación para él, que a su padre no lo mataron los rojos sino  "nosotros" (sería borde el comisario), los nacionales. Segunda vuelta de  tuerca al trauma. Ya no sabe el futuro autor contra quién tiene que  rebelarse; en todo caso, aún no ha tenido lugar su caída del caballo y  su descubrimiento del misticismo oriental, que aquí aúna con el retorno a  la figura de su padre.
Primer toque de atención de los desbarres  mentales del autor es su simpatía por la figura de Queipo de Llano:  "Queipo, y eso le honra y, a mis ojos, le encumbra, ni era un político  ni se metía en política, tanto menos en politiquerías" (105)—¡pues menos  mal! Porque sólo dio un golpe de Estado, claro que eso no debe ser  meterse en política para Sánchez Dragó. En Queipo reconoce una especie  de anarquista de derechas como él. Pues con los jipis del calibre de  Queipo, ojo, digo yo. 
Pero el episodio más revelador viene con  la fascinación que siente el autor por José Antonio Primo de Rivera. Lo  elige para la portada de su libro, detalle que le afeé en su blog, y es  de hecho la principal "muerte paralela" de las que supuestamente  estructuran el libro. A decir verdad, el libro es una serie de  estructuras contradictorias en pugna, porque según confiesa el autor,  fracasa en su intento de escribir un auténtico libro sobre su padre y  José Antonio. Así pues, esa estructura se entrecruza con otra que divide  el libro en tres secciones: la primera, "el padre", la segunda "la  madre" y la tercera "el hijo", o sea él mismo. Pero la sección de José  Antonio Primo de Rivera se embute de manera un tanto improcedente en la  sección de "la madre", con lo cual tenemos a continuación del padre  real, el padre imaginario, o el doble quiástico del padre, José Antonio  Primo de Rivera. Porque el autor quiere enfatizar que al igual que su  padre no era de izquierdas, José Antonio no era de derechas, sino un  revolucionario, y acabó fusilado por el bando revolucionario... Cuenta  asimismo sus simpatía por la Falange renovada (que distingue de la  franquista como el blanco se distingue del negro)... pero ay, no puede  evitar el problema de que a su padre no lo mató ni esta falange renovada  a la que Sánchez Dragó da conferencias, ni la falange oficialista de  Franco, sino la única que existía por entonces, la de José Antonio Primo  de Rivera... un hecho con el que autor pugna por no enfrentarse. Serían  falsos falangistas, advenedizos, los que mataban a la gente, no  auténticos falangistas, seres puros, idealistas, al menos tal como se  definen a sí mismos en la obra de José Antonio... En fin. Que aquí veo  yo el auténtico y profundo trauma de Sánchez Dragó: un trauma que no es  un trauma, por estar ya cicatrizado y asimilado; es ya la forma en que  ha crecido el árbol, una estructura de personalidad, y unas reacciones  viscerales asentadas de antaño ante la iconografía y retórica de la  extrema derecha española. 
Recuerdo que en la escuela de mi  pueblo, en la época franquista, figuraban, a la izquierda y a la derecha  del crucifijo, los retratos de Franco y de José Antonio. Franco como la  realidad, lo que ERA (una gloriosa realidad según la  autorrepresentación del régimen); José Antonio era la posibilidad  frustrada, lo que PUDO haber sido, pero también era el más allá, el  mártir, el santo, un ser de sobrenatural pureza que velaba sobre el  presente desde un lugar privilegiado. Sánchez Drago, a la vez que  reacciona (como casi toda España) contra la pequeñez espiritual, la  mezquindad siniestra y la dantesca mediocridad de Franco, conserva  intacta la otra parte del binomio, al parecer sin caer en la cuenta  hasta qué punto es una construcción del propio franquismo que abomina, y  parte esencial de su mitología. Refuerza la figura de José Antonio con  lecturas de primera mano, de las que sale tanto más convencido.  Convencido a priori y por necesidad, pues José Antonio es, a un nivel  profundo, y como lo demuestra al estructura de su libro, el alter ego de  su padre, la dimensión sobrenatural, trascendental y secreta de su  padre; lo que su padre hubiera sido si hubiera sido un gran hombre, y no  sólo el que fue (un hombre dinámico, pragmático y sin ideario  político). Sánchez Dragó tampoco tiene ideales políticos, abomina de  España, que es una ciega pelea a bastonazos entre rojos y azules; pero  si los tuviera, en esa dimensión transcendental y secreta, serían los de  José Antonio, o los de la actual Falange a la que admira y desea una  suerte que augura no tendrá, dada la realidad de España (que por eso,  por esa realidad, es Sánchez Dragó anarco-jipi, y no falangista, pero  también por su carácter, y, en fin, que su identificación con José  Antonio es una identificación con un ideal imposible y sobrehumano, un  superyó). Hasta intenta hacer de José Antonio, no sólo "claro varón de  España" sino poeta... esos son los mejores, los de obra puramente  hipotética.
Con respecto al "Alzamiento", es ambiguo Sánchez  Dragó, como lo es hoy gran parte de la derecha que lo contrata (aparte  de las conferencias a la Falange, la televisión de Madrid aparece como  su empleo más estable recientemente). La sublevación franquista tuvo  lugar "contra el gobierno legal—pero dudosamente legítimo, porque la  violencia imperante y la parcialidad de sus planteamientos lo  deslegitimaban" (312). También justifica las llamadas de José Antonio al  uso de la violencia, intentando quitar hierro a sus frases, y aceptando  al parecer que "no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de  los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria" o  cuando se insulta a nuestros sentimientos (390). Hay que destacar  también, por ser ecuánimes, que dice por otra parte que la condena a  muerte de José Antonio fue, si bien injusta, comprensible dadas las  circunstancias. (Tanto más me sorprende que insista pues en ponerlo de  figura paralela con su padre, ejemplo de muerte a todas luces  injustificable e incomprensible para quien no quiera ponerse del lado de  los asesinos). 
Estamos marcados por la guerra. "No son, amigo  Delibes, las guerras de nuestros antepasados. Son también, las de ahora  mismo y serán algún día las de nuestros descendientes. ¡Maldita Iberia!"  (406). El mal nacional, la envidia, recibe esta formulación: "tienen  mis compatriotas—y cualquiera que despunte en algo, yo mismo, bien lo  sabe y padece—la muy puñetera y palurda manía de encasillar al prójimo y  de negarle a priori, y a machamartillo, toda posibilidad de sacar los  pies del plato y de transitar por caminos diferentes, aunque no por  fuerza opuestos, a los que les tienen asignados" (421). Con frecuencia  es elocuente Sánchez Dragó a la hora de describir los caracteres típicos  nacionales, sus pequeñeces y sus abominaciones grandes y pequeñas. 
Pero,  revenons a nos moutons, es interesante cómo "la verdad se inventa"  según dice el autor citando a Machado (448); si eso es cierto de la  verdad histórica, tanto más de la "verdad" más subjetiva que necesita el  narrador. Así, Sánchez Dragó se enteró siendo hombre joven de que a su  padre lo habían matado los falangistas, pero la verdad que necesitaba en  su esquema emocional era otra (la que había recibido, de hecho....).  Tanto más a medida que desandaba simpatías políticas para volver a una  derecha bastante derechista, tras su sarampión comunista. Necesitaba que  su padre fuera de los buenos, no de los rojos (y no era de izquierdas... así que tanto más corregible la historia). En una novela autobiográfica, Las fuentes del Nilo (1986) imagina la huída de su madre y propia del Madrid republicano "en una avioneta falangista que volaba a ras de suelo". Es,  novelando la realidad, lo que le pedía el cuerpo. Analiza cómo su madre  regresó a la España de su clase social, de su entorno, de su vida  entera... pero no se aplica a sí mismo ese mismo razonamiento. O se  indigna con los milicianos que habían destrozado el mobiliario de su  casa en Alicante al ocuparla; tras denostarlos y preguntarse "¿qué  habría sido del país si semejante gentuza se hubiese llevado el gato de  la victoria militar al agua?" se excusa con este sorprendente  razonamiento:
"Lo siento. Sé que en la otra bandería de la guerra se  perpetraron atrocidades análogas, pero no con las casas y las cosas de  los míos. ¿Acaso no es lógico salir por los fueros de mi gente? Es la  voz de la sangre la que aquí habla por mi boca" (499)
—esto, en una narración centrada en el asesinato de su padre por los de la otra bandería... es, como poco, un lapsus sorprendente. 
Otro  episodio traumático significativo es el relativo a su hermanastro. Hijo  del segundo matrimonio de su madre, matrimonio sin amor, se obsesionó y  enloqueció con la idea de que en realidad era hijo del primer marido de  su madre. "Diciéndolo de otra forma: quería ser hijo del amor, no del  desamor, como en la triste realidad lo era, y bailando en ese alambre  enloqueció" (533). Una triste historia, pero que a su manera viene a  reforzar los ecos traumáticos que resuenan en las propias obsesiones del  autor: este también quiere ser hijo de la derecha, y no de la España  roja, y de ahí su obsesión con el paralelismo y analogía entre su padre y  José Antonio Primo de Rivera, y el retorno casi compulsivo e histérico a  la figura de este último. Aludiendo a su hermana mayor, que murió de  cianosis tras el nacimiento, lo expresa así: 
"Y ese niño, que no nació azul, aunque tal fuera luego (y lo siga siendo, cada vez más) su color favorito, fue Dioni" (Dionisio es su alter ego ficcionalizado  y corregido). Azul, pues, como el cuaderno de Aznar, o como la camisa  de José Antonio, y por voluntad propia de darse forma a sí mismo  volviendo una y otra vez al origen que era cierto poéticamente, si no  literalmente.
Termina el libro entre escenas de excavaciones en  las Fosas de la Memoria, con estudiosos identificando los cuerpos de  fusilados anónimos en la guerra civil, y regresando a los traumas para  curarlos ceremonialmente: "el familiar, para recuperarse del trauma de  la desaparición del ser querido, necesita 'cerrar el duelo', y eso sólo  se consigue recuperando los restos del familiar desaparecido y dándole  una sepultura digna" (608). Pero el autor ya no está interesado en los  restos literales de su padre; ha recogido y reelaborado a su manera sus scattered textual bones, y le da pagana sepultura en su libro, fundiéndolo de manera más  satisfactoria no cabe con una recreación de su propia personalidad, la  recreación a la que estaba "destinado" tras la original creación de su  persona que habría de nacer póstumamente. En una imaginativa sesión de  psicoanálisis mediúmico con su amigo Jodorowski, llega a la certidumbre  de que si su padre no vivió la vida que parecía tener destinada, es  porque la vivió reencarnado en su hijo (en versión corregida y  aumentada, menos oficinista...). La identificación con el padre a través  de la reencarnación es desde luego una buena solución para desenterrar y  regresar al muerto, para quien se la pueda creer. Aún va más allá  Sánchez Dragó, y llega a concluir lo siguiente, paradigma de la  reconciliación consigo mismo y con los hechos y hasta con los actores de  la muerte de su padre:
—¿Significa,  lo que acabas de decirme, que yo debo la buena marcha de mi vida, su  encarrilamiento, los éxitos alcanzados en ella, a la muerte de mi padre?  
—Sí, sí, sí...
— En ese caso, maestro Jodorowsky, estaría  obligado a admitir que el crimen cometido con mi padre, malo para él,  fue bueno para mí y que , desde ese punto de vista, debería, incluso,  estar agradecido a las personas que lo asesinaron.
Así el  libro invierte su proyecto, y pasa a celebrar y justificar la muerte del  padre, incluso a recrearse en ella de modo autocrítico. Pero entre esta  frase y las loas a José Antonio y la Falange hay una relación  traumática que el texto, aun en sus piruetas más grotescas, evita ver.  Demasiado pronto "mató al padre" Sánchez Dragó (630)—fue una muerte en  falso, no conocía a su padre y así mal pudo matarlo, y por tanto sigue,  matándolo imaginativamente sin lograr salir de su adolescencia ni aun en  la vejez, y siempre lo mata en falso, mientras el padre fantasmático,  muerto pero eternamente joven, José Antonio Primo de Rivera, lo  contempla impasible desde su retrato. 
 
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