Retropost (2007): Lectura lacaniana del 11-M
Adoptemos la teoría de la conspiración como hipótesis de trabajo. Una conspiración (que la ha habido) cuyo detalle queda, como el contenido de "La carta robada" de Edgar Allan Poe, sin especificar plenamente. Siguiendo el análisis de Lacan, nos centraremos más bien en la trayectoria del significante, y en cómo los conspiradores caen presa de sus propias artes.
A la manera de un retorno de lo reprimido, un mensaje siempre llega a su destino. El emisor, nos dice Lacan, recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida. En "La carta robada" de Poe, diversos personajes ocupan sucesivamente el punto ciego desde el cual nada se ve, y caen víctimas de una persona con una comprensión más global de lo que sucede, que a su vez se confía y finge ceguera, sólo para volverse realmente ciega y caer víctima de un tercero más avispado, que pronto sin embargo ocupará el mismo puesto de su víctima y repetirá la maniobra.
Llama la atención en este relato que para recuperar y ocultar las pruebas de un posible complot que podría conllevar traición de Estado, se acuda nada menos que a la Policía. Lacan explica así este curioso paralelismo y complicidad culpable entre la Autoridad—ciega por definición a las intrigas y complots de su cara mitad y partícipe en el más alto puesto—y la Policía, que no ve o prefiere no ver lo que se trae entre manos.
Digamos que el Rey aquí viene investido con el equívoco que es connatural a lo sagrado, con la imbecilidad que no aprecia otra cosa que el Sujeto.
Eso es lo que dará su significado a los personajes que lo sucederán en su posición. No es que haya que considerar a la Policía constitucionalmente iletrada, y conocemos el papel de las picas plantadas en el campus en el nacimiento del Estado. Pero la policía que ejerce sus funciones aquí está claramente marcada por los modos del liberalismo, es decir, por los que le imponen unos amos poco preocupados por eliminar sus tendencias a la indiscreción. Por eso de cuando en cuando y sin morderse la lengua se les recuerdan las atribuciones reservadas a ellos: "Sutor ne ultra crepidam [el zapatero a sus zapatos]: vosotros ocupaos de vuestros cacos. Llegaremos incluso a proporcionaros, para hacer eso, medios científicos. Eso os ayudará a no pensar en las verdades que más vale dejar a oscuras."
Se sabe que el alivio resultante de principios tan prudentes habrá durado en la historia sólo el intervalo de una mañana, y que ya la marcha del destino vuelve a traer por todas partes (secuela de la justa aspiración al reino de la libertad) un interés hacia aquellos que la perturban con sus crímenes, interés que a veces llega hasta el punto de falsificar pruebas. Hasta puede verse que esta práctica, que fue siempre bien recibida en la medida en que se ejercía a favor de la mayoría, llega a autentificarse en públicas confesiones de falsificación, hechas por los mismos que en teoría podrían tener las mayores objeciones a ello: es la manifestación más reciente de la preeminencia del significante sobre el sujeto.
Hay cegueras reales, y otras fingidas: pero una vez han tenido éxito temporal las conspiraciones y ocultaciones, se coge confianza, y van al traste inevitablemente. Por la tendencia fatídica a creer que los secretos inconfesables, y la alta traición, pueden pasar desapercibidos por el procedimiento de exhibirlos tranquilamente en la vía pública.
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