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Letras y Europa II

Mesa redonda esta tarde en Filosofía: presenta Carmelo Romero a Javier Paricio (Instituto de Ciencias de la Educación, Universidad de Zaragoza) y Francisco Marcellán (director de la ANECA).

Carmelo Romero se felicita en la presentación de que no pinten tantos bastos para las Humanidades en este momento como antes del verano, con la restauración de los títulos de grado de Humanidades e Historia del Arte y las mejores perspectivas para (algunas) Filologías. Hace notar la poca consistencia de las políticas del gobierno y la nula explicación de las decisiones hechas y deshechas, así como la importancia que han tenido las movilizaciones, aunque algunos cuestionábamos su capacidad de influencia. Es imprescindible la lucha para defender lo que vemos peligrar.

Javier Paricio se centra en la reforma universitaria prevista desde el punto de vista de la teoría pedagógica: en lugar de clases magistrales y repetición de conocimientos, aprendizaje activo mediante tareas concretas y trabajos dirigidos. Enfatiza que el profesor dará menos clases, pero a cambio trabajará mucho más en la organización del aprendizaje, en otro tipo de docencia. Las clases son un medio, no un fin, un medio que puede tener su lugar en el nuevo sistema pero que perderá centralidad. Yo me pregunto, y le pregunto, si con todo lo que haya de razón en los modelos pedagógicos que expone, no se nos estará vendiendo un modelo de universidad como Formación Profesional, en el que los estudiantes se ven sustituidos por aprendices. ¿Y será eso la Universidad? La Universidad se ha articulado hasta ahora en torno a áreas de conocimiento (en la última reforma, en mi área, Filología Inglesa, se obtenía una titulación en Filología Inglesa). Ahora esto cambia, pero no está clara la manera en que la organización de la Universidad se adaptará a estos cambios. Insiste Javier Paricio, sin embargo, en que el aprendizaje activo no tiene que confundirse con una "formación profesional" entendida de modo estrictamente utilitario; la misma teoría es aplicable a estudios más académicos, o a formación en tareas de investigación. Queda la incógnita, empero, visto el énfasis que pone Javier Paricio en el mucho mayor trabajo que supone esto para profesores y alumnos, y los costes económicos que conlleva, de quién pagará la diferencia, o el pato.

Francisco Marcellán explica los distintos aspectos del desarrollo del Espacio Europeo de Educación Superior. Deslinda lo que son acuerdos entre Estados del papel mucho más limitado de las directrices de la Unión Europea: este espacio involucra a muchos más países además de la Unión Europea, unos cuarenta y cinco, y se extiende geográficamente hasta las repúblicas del Cáucaso. Es importante saber que los títulos los seguirán expidiendo los Estados, y este proceso no entra en cuestiones sobre la especificidad de qué titulaciones deben existir (nótese, observo, que queda así de manifiesto la manipulación obscena que se hizo del proceso de convergencia europea en el Consejo de Coordinación Universitaria, y muy especialmente en la Subcomisión de Humanidades). Explica la lógica de la estructura en tres ciclos, y las razones de eficiencia y calidad que llevan a ello: en España las carreras son demasiado largas y no garantizan la formación adecuada; deberá haber Másters a precios públicos, y los proyectos de investigación de las Universidades habrán de buscar financiación adicional, cosa que ya se hace ahora pero de forma un tanto descontrolada. Hay razones de control económico de los fondos públicos que también llevan a esta convergencia. Por otra parte, está el asunto del negocio de la educación, los miles de universidades privadas que aparecen con escasos controles en el ámbito de influencia norteamericano. El Espacio Europeo es una manera de defender el sistema europeo adaptándolo a un mercado de trabajo globalizado, pero sin abrir las puertas a las franquicias de universidades americanas. De momento al menos. A la larga, se trasluce que nos espera la libre circulación de servicios, incluyendo los negocios de la educación.

Las preguntas del público manifiestan inquietud por la "mercantilización" de la Universidad, y la incógnita de los precios públicos, que en la actualidad parecen excesivos. Sostiene Francisco Marcellán la fuerte subvención que tiene la educación pública para el contribuyente, y la dudosa eficacia de su organización actual. Enfatiza la necesidad de una política de becas (pero no informa de si hay en marcha planes espectaculares para implementar esto). Insiste en que no se puede culpar a los estudiantes, "que no estudian", de la extravagante duración de los estudios en España, con carreras largas que se alargan con años suplementarios... A mí también me queda una duda, y es que con el nuevo sistema ¿se aprobará a todo el mundo por decreto, o con sistemas en los que resulte realmente difícil suspender? ¿Todo el mundo terminará las carreras de tres años en tres años? ¿Y qué hace suponer que esas carreras de tres años, con todos los alumnos al paso y sin fracaso académico por decreto, vayan a proporcionar una formación mejor que las actuales? A mí, francamente, nada me lo hace suponer.

Los másters actuales son negocios privados, sin valor oficial, pero para mis sorpresa dice Francisco Marcellán que seguirán coexistiendo los actuales Másters no oficiales con los oficiales (a precios públicos en el caso de las Universidades Públicas). ¡Todos se llamarán Máster! Le pregunto si eso no es invitar a la confusión y a los equívocos; un profesor responde que competirán libremente, y que la empresa no necesariamente requiere titulaciones oficiales. Está claro que sí vamos al modelo americano. Igual que tenemos a los negros de Melilla intentando saltar la valla, tenemos a los másters americanos saltándose la valla del Espacio Europeo de Educación Superior, me parece, por el otro extremo. Y aunque la comparación sea ofensiva, las dos tienen una raíz común: la economía globalizada...

Dice Francisco Marcellán que la Universidad tiene el reto de participar en la transformación que está sufriendo la educación superior, o quedarse al margen (lo cual realmente no es opción). El problema aún es más espinoso, creo. ¿Puede la Universidad jugar al juego del mercado de la educación, y seguir siendo la Universidad? Quizá nos apoderemos de un pedazo de la tarta educativa, pero ¿valdrá la pena si para eso se macdonaldiza el espacio acotado para el estudio y el pensamiento no inmediatamente utilitario que ha sido tradicionalmente la Universidad? La veo desde las Humanidades, claro, que es de lo que iban estas jornadas, y, como se ha dicho aquí, se ven sometidas a un modelo tecnológico y economicista del aprendizaje y de la medición de la calidad y rentabilidad que les resulta especialmente dañino y desconcertante.

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