La Universidad al servicio de la sociedad
O la universidad en peligro. Extraigo este párrafo de un artículo, "El carácter más esencial de las universidades en peligro." Internacional de la Educación, Mundos de la Educación, Nº 17, Enero-Febrero 2006.
"El carácter más esencial de las universidades y de la educación superior se encuentra en peligro", señaló Paul Bennett del sindicato británico NATFHE. Entre los ataques más frecuentes se encuentran la precarización y la dependencia cada vez mayor de personal con contratos temporales, combinada con el deterioro del libre ejercicio de la profesión; la comercialización de la educación superior y la investigación, la subordinación a intereses corporativos y al crecimiento del sector privado y la dependencia de las tasas estudiantiles, incluidas las tasas diferenciales; el debilitamiento de los sistemas de negociación colectiva y de los sindicatos; el gerencialismo y la aplicación de la medición cuantitativa del rendimiento y los resultados, lo que lleva a ejercer presiones en aras de la conformidad y la lealtad institucional; además de las intervenciones políticas y religiosas. "Estas tendencias, analizadas en conjunto, amenazan con minar las investigaciones y los análisis independientes y sirven para generar una cultura de la autocensura", concluyeron los participantes de la conferencia de la IE."
A quien le interese o preocupe esta deriva y súbito interés de la sociedad en reformar la universidad y hacerla "socialmente rentable" (¿o era "económicamente rentable?") le interesará marcar entre sus favoritos muy favoritos el sitio web de donde he sacado este artículo, Fírgoa: Universidade Pública (7 Feb. 2006).
¿Por qué digo que "poner la universidad al servicio de la sociedad" es ponerla en peligro? ¿No sería una frivolidad imperdonable, precisamente, no ponerla al servicio de la sociedad? Pues lo digo porque cuando oímos esta frase, normalmente nos llega con una falacia a cuestas. Porque se suele presuponer que la sociedad "al servicio de la cual" ha de estar la universidad es, precisamente, una ficción. O, más exactamente, es una sociedad a la cual se le ha amputado una pieza esencial: la universidad. Es decir, en realidad se quiere decir: "la universidad al servicio del resto de la sociedad"- -no de la sociedad tal como existe, sino de la sociedad sin universidad. Vaya. Esto ya suena peor, ¿eh? En efecto, al usar esa expresión oponiendo dos términos, "la universidad" y "la sociedad", se ignora que la universidad es parte de la sociedad, y que también ha de servir a esa parte de la sociedad que es universidad. ¿Servirse a sí misma? ¿Endogamia, u ombliguismo, quiero decir? Bueno, una dosis quizá sea inevitable. Pero eso es el lado negativo de la cuestión. También tiene un lado positivo. No endogamia o círculo vicioso, sino reflexión. Reflexividad. Retroalimentación.
Jacques Derrida escribió un lúcido artículo sobre esta relación problemática (invaginada, paradójica, circulatoria) entre la universidad y la sociedad, "Las pupilas de la Universidad: El principio de razón y la idea de la Universidad", recogido en el sitio web Derrida en castellano. Cito un párrafo relevante:
Ni en su forma medieval ni en su forma moderna ha dispuesto la Universidad de su autonomía absoluta y de las condiciones rigurosas de su unidad. Durante más de ocho siglos, "universidad" habrá sido el nombre dado por nuestra sociedad a una especie de cuerpo suplementario que ha querido a la vez proyectar fuera de sí misma y conservar celosamente en sí, misma, emancipar y controlar. Por ambas razones, se supone que la Universidad representa la sociedad. Y, en cierto modo, también lo ha hecho, ha reproducido su escenografía, sus metas, sus conflictos, sus contradicciones, su juego y sus diferencias y, asimismo, el deseo de concentración orgánica en un solo cuerpo. El lenguaje organicista va siempre asociado al lenguaje "técnico-industrial" en el discurso moderno sobre la Universidad. Pero, con la relativa autonomía de un dispositivo técnico, incluso de una máquina y de un cuerpo prostético, este artefacto universitario no ha reflejado la sociedad más que concediéndole la oportunidad de la reflexión, es decir también de la disociación. El tiempo de la reflexión, aquí, no significa sólo que el ritmo interno del dispositivo universitario es relativamente independiente del tiempo social y reduce la urgencia de la entrega, le asegura una libertad de juego grande y valiosa. Un lugar vacío para la oportunidad. La invaginación de un bolsillo interior. El tiempo de la reflexión es, asimismo, la oportunidad de una vuelta sobre las condiciones mismas de la reflexión, en todos los sentidos del término (...). Por medio de un dispositivo acústico, "oír" la escucha, dicho de otro modo, captar lo inaudible en una especie de telefonía poética. Entonces el tiempo de la reflexión es también otro tiempo, heterogéneo con respecto a aquello que refleja y proporciona, quizá, el tiempo de lo que llama a, y se llama, el pensamiento.
Claro, que bien puede ser que haya a quien el pensamiento le parezca un elemento superfluo en la universidad, o en la sociedad. Espero que sean pocos. Sí son más, creo, aquéllos a quienes esto del pensamiento les parece un ingrediente que hay que reducir a proporciones más razonables. Menos pensamiento y más formación profesional, he ahí una dimensión importante del debate actual.
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